28 septiembre 2009

Viaje a Lanzarote

La llegada a Lanzarote abre pocas expectativas: la visión desde el avión es de un paisaje seco y árido, salpicado por pequeñas poblaciones blancas.

Lo espectacular de un paisaje tan salvajemente inhóspito en la mayoría de su territorio se agota en sí mismo. Para quien no es sensible a esa belleza dura del desierto, como es mi caso, la repetición de lava, polvo y cactus no aporta, precisamente relax.

A la aridez del paisaje se suma lo desagradable de su turismo. A pesar de la proclamada opción por el turismo sostenible y respetuoso con el entorno, lo que vimos de forma permanente es una caterva de ingleses en el peor estilo obrerote de Manchester, a voz en grito en los mayoritarios “sport bars” con karaoke. EL jaleo en cualquier zona turística es sorprendente ya que todos los locales cuentan con terrazas o están abiertos al exterior y todos tienen la música o el karaoke altísimo, compitiendo y confundiéndose el ruido de todos ellos a la vez.

La isla, como decía, es mayoritariamente un paisaje de lava y volcanes (en realidad, pequeños montículos, cubiertos de esas especie de herida seca de la tierra que son las coladas de lava: roca áspera y secarral continuo.

Hay lugares donde esta geología alcanza niveles de absoluta belleza, como las paredes del antiguo cono del volcán de El Golfo, pero, mayoritariamente y a mi modo de ver, se convierte en algo repetitivo, monótono.


Los puntos de interés turístico de la isla que se destacan en todas las guías y recomendaciones son 4 o 5: especialmente Los Jameos del Agua, la cueva de los Verdes, el mirador del Rio, la fundación Cesar Manrique o el Jardín de Cactus, aparte de las playas de Papagayo o el ya citado Golfo, con su laguna verde.

EL problema de los primeros citados (de pago) es que concentran las visitas de todos los grupos de turistas convirtiéndose en lugares muy masificados e incómodos. Largas colas para coger las entradas y largas esperas para realizar la visita controlada en grupo.

Yo, que tengo por principio no hacer colas, que creo que nada tan masificado como para requerir una cola puede llamar mi atención, que mi tiempo no puede ser perdido (menos aún en vacaciones) esperando en fila mi turno, opté por largarme de Los Verdes y de Los Jameos al ver las masas y ya no lo intentamos ni en el Mirador ni el Jardín de Cactus.

Especialmente lastimoso es el caso del Mirador del Rio ya que no es más que una oportunidad de disfrutar de las vistas al istmo que separa Lanzarote de La Graciosa. Vistas que se pueden disfrutar desde otros puntos sin la necesidad de contribuir al mitificado diseño manriqueño.


Recomendaciones positivas

Después de tantas cosas negativas, ¿qué podemos destacar y recomendar en esta Isla?

Desde luego, lo mejor es el mar. Poder pasar el día en cualquiera de las excursiones que se programan es una excelente opción.

Desde Puerto Calero, (probablemente el lugar más agradable y cuidado de todos cuantos visitamos en la la isla, con algunos lugares atractivos para comer y un pequeño museo de cetáceos), salen abundantes excursiones marinas, tanto para probar a pescar algún gran pez, (aunque sea como excusa para pasar el día a bordo de un pequeño barco con un patrón charlatán), como para compartir un muy turístico catamarán con una manada de turistas.

En este caso, y frente a la opción de Catlanza, empresa que organiza excursiones en catamarán por el sur de la isla, nos gustó más la excursión que parte del puerto de Orzola realizada por Líneas Romero, al norte de la isla y con visita la isla de Graciosa: es una excursión de casi todo un día en la que visitas los islotes del norte (archipiélago Chinijo), la curiosa isla de Graciosa (la isla de los Land Rover pues prácticamente no hay otro tipo de vehículo en ella que estos clásicos todo terreno, ya con unas décadas sobre sus motores). La isla solo tiene mínimamente asfaltada una pequeña parte alrededor del puerto: el resto es arena y un paisaje que recuerda la cercanía del Magreb.


Parar para darse un chapuzón en las transparentes aguas de la isla es un placer que se completa con la visión de múltiples especies de peces nadando a tu alrededor.

La excursión en Catlanza es parecida, pero más corta, con la tripulación extranjera y menos conocedora de la isla (en la excursión a Graciosa la narración de las guías sobre lo visitado eran una aliciente más del que se carece en Catlanza). Para completar mi peor valoración sobre Catlanza he de decir que aquí no parecen disfrutar del único lugar donde hoy se puede encontrar el silencio casi absoluto; el mar, y nos torturaron con una sesión de merengue y regetón insufrible a todo volumen en parte de la travesía. Por no hablar de la pobre comida incluida en el precio: una pobre pasta insípida cocida, con ketchup. muy triste

Precisamente, respecto a la restauración, nos resultó difícil encontrar lugares realmente interesantes. Los mejores siguen siendo algunos restaurantes a pie de mar y aún no demasiado contaminados por el estilo garrulo-inglés que predomina en las zonas más pobladas.

Restaurantes

El Charcón, en el muelle de Arrieta y El Bogavante en El Golfo fueron los locales donde mejor nos sentimos. A El Bogavante fuimos varias veces a pesar de situarse en el extremo opuesto a nuestro alojamiento, porque cenar tranquilamente al anochecer al lado del mar y con la única visión de una luna espléndida resulta especialmente agradable.

También he de decir que estos dos son los únicos lugares donde nos pareció que seguían haciendo mojo casero en lugar de algunos insufribles mojos de bote que había en otros lugares En cualquier caso, en ambos el ambiente y el mar eran el mejor condimento de una comida que, sin ser excelente, era honrada.

En Costa Teguise nos gustaba Aires da Terra, más impersonal pero destacable especialmente por la amabilidad del camarero, que hacía agradable la comida y por el buen pescado que servían, junto a un pulpo a la brasa también apreciable.

Desde luego, hay que destacar dentro de lo negativo, el hotel. Tuvimos la desgracia de Elegir el Hotel Beatriz Costa Teguise: un hotel cutre a pesar de sus 4 estrellas, con un servicio deleznables, unas instalaciones con la impresión de haber sido buenas en el pleistoceno y esa sensación de turismo masivo en el que el cliente es catalogado antes como potencial ladrón, que como huésped (toallas bajo reserva con tarjeta, minibar cerrado con llave, perchas limitadas y antirrobo…). Por no extendernos sobre la mediapensión vomitiva que, desde luego, fue obviada a partir del segundo día.

Todo lo que se puede esperar de un hotel perteneciente a la cadena de un prohombre toledano proveniente del mundo del transporte y el urbanismo: o sea camionero y luego constructor: admirable como self-made man pro lamentable como proveedor de servicios de calidad para el cliente: su hotel tiene la misma relación con el lujo que un camionero- constructor con el glamour (disculpas si alguien se siente ofendido: hablo, obviamente, de estereotipos). El buen señor se quería tanto que hizo escribir su biografía sobre unos falsos pergaminos (ya sabéis el típico folio quemado en sus bordes para parecer antiguo), en español, inglés y francés o alemán, no recuerdo, y los colgó en un cuadro en la entrada a las piscinas del hotel. Sobran las palabras.