Sólo ocho mesas, de las que sólo tres estaban ocupadas. Probablemente no será igual en temporada alta. Pero el caso es que el lugar era muy acogedor, agradable y silencioso (a pesar de, otra vez, un suave jazz de fondo – parece mentira que la música más apasionada, personal y creativa sea tan utilizada como fondo para ser oído sin ser escuchado: en el bar de Taull, aquí, en la Torre del Remei...).

Además, la comida, en ese estilo mezcla de creatividad y fondo de gastronomía local, era exquisita.
Lo primero que sorprendía del local era la agradable y suave decoración, en contraste con el edificio que lo albergaba; un impersonal hotel situado en la primera torre del pueblo, según se baja del puerto de la Bonaigua.
Después, la muy surtida (y muy expuesta, que no sé si será muy bueno para la calidad) variedad de licores, especialmente Armagnac, Cognac y Brandies. También disponía de carta de puros (lo más desagradable puede ser que, siendo un local de fumadores, te toque un fumador de puros cerca)
También la amabilidad y explicaciones del hombre que resultaba ser el único camarero.
Por último, los precios. Más que ajustados, reducidos. Después de la comida (siento no recordar los platos: algunos típicos de la zona y con nombres en catalán, soy incapaz de citarlos. Los postres, exquisitos) lo que más sentí es mi incapacidad para apreciar los licores porque aquella extensa carta invitaba a prolongar la sobremesa.
En fin, altamente recomendable.
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