16 agosto 2006

Madrid en agosto: slow life

Una vez más, el 15 de Agosto se convierte en el día reservado para disfrutar de “mi” Madrid. En los últimos años, por diferentes causas, ha coincidido el que me encontrase solo en la ciudad en un día en el que parece que también la ciudad está sola. Es un día para disfrutar de espacios donde poder encontrarnos con menos gente de lo habitual (aunque la coincidencia en martes ha hecho que realmente los días con un Madrid más vacío fueran los anteriores, en mitad del puente, especialmente el domingo).



Habitualmente, en días así me gusta ir a desayunar o tomar el aperitivo a La Pecera, la cafetería del Círculo de Bellas Artes. Uno de los pocos lugares donde se puede uno sentar y no escuchar música alguna, un lujo bien fácil de ofrecer y, sin embargo, casi imposible de encontrar.

Ayer, la falta de aparcamiento sumada a los andamios instalados en el local para restaurar las pinturas del techo, me disuadieron de ir hasta él. Opté por ir al parking de la plaza de las Cortes y sentarme un rato bajo la Cúpula del Palace. Lamentablemente, también hasta aquí ha llegado la ruin moda de poner altavoces y musiquita donde no es necesaria. Al menos, el volumen no es estridente y la selección, aunque incoherente (jazz, más clásica, más bossa nova, todo en popurrí) no molesta.

Lo peor, la coincidencia con la estancia de los ancianos y enfermos Rolling Stones (conciertos suspendidos por faringitis. Días después muere Stroeesner, el tiranosauro: la edad no perdona :-) ). Su presencia hizo que la salida del Palace se convirtiera en una lucha a empellones para construirse un pasillo por el que huir de la masa de fans y fotógrafos.

Entiendo que los fotógrafos y pseudoperiodistas acudan a sitios así. Pero no puedo entender qué lleva a las masas a soportar la presencia de decenas de personas apretujándoles en la espera inacabable por ver durante unos segundos la jeta de unos tipos para quienes no serán más que una mancha molesta en su visión durante unos segundos. Luego volverán a sus lujosas vidas en ambientes lujosos, pagados por todos esos fans irracionales. Pero allí estaban todos, móvil en ristre, para sacar una foto con la que poder decir: “!Mirad! Ahí estaba Jagger, cerca de mí. No me hizo ni puto caso, pero me hizo taaan feliz compartir con él ese momento de desprecio!”



En fin, volvamos a lo nuestro dejando a los fans en su nube de felicidad. Llega la hora de la comida y ésto resulta un poco más complicado. No me gustan mucho los típicos restaurantes madrileños de menú ni la comida rápida. Y es cierto que los de una calidad mediana suelen cerrar en agosto dado que la clientela está garantizada el resto del año, cuando hay que reservar para ir a cualquier local (¿es que ya nadie come o cena en casa?). En esta ocasión me equivoqué eligiendo un japonés cuya comida no estaba mal (no bien) pero que era terriblemente feo. Ni siquiera recuerdo el nombre (Dai-shi-ki o algo así, en la calle de La Reina)

Sin embargo, sí fue agradable poder pasear por Recoletos disfrutando de que el escaso tráfico apenas generaba ruido y permitía concentrarse en algunos de los magníficos edificios que bordean el paseo.

Tras al paseo, la posibilidad de sentarse en algunas de las terrazas del propio Recoletos (entre una vegetación que a veces permite olvidar que estás en el meollo de la ciudad). O en Alcalá, o en Azca, dónde precisamente lo agradable es ver la actividad de ese meollito de la ciudad; disfrutar del espectáculo de la variada gente que pasa (turistas casi todos: se nota por sus ropas, por su cámara pero, sobretodo, porque no hablan a gritos, evitando esa sensación que damos los nativos de gritar verdades absolutas que deben ser oídas por todos quienes nos rodean cada vez que abrimos la boca).

A medida que va bajado el sol, desde el ático del Hotel de Las Letras, es un espectáculo ver los reflejos sobre los tejados de Madrid y comprobar como las mejores vistas de una ciudad pueden limitarse a una colección variada de tejas, pizarras, cúpulas y cubiertas.

Y así puedes ir aprovechando los días de menos actividad en Madrid, cuando nuestra ciudad puede llegar a ser un paradigma de “slow life”.

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