24 febrero 2008

Corto viaje por el Románico Palentino

El viaje a través del románico palentino y la ruta de los pantanos ha coincidido, como hace un año en Pirineos, con un periodo de sequía que altera las expectativas y los planes sobre lo que se desea ver. Si hace un año en el Pirineo de Lérida no había nieve a pesar de haber avanzado ya noviembre, este año, en pleno invierno, la ruta de los pantanos mostraba un desolador aspecto de secarral y la ausencia de nieve deslucía un tanto las montañas que uno esperaba ver reflejadas en las aguas de los semisecos pantanos.

Lo bueno fue que el tiempo permitía disfrutar, a pesar del frío, de las excursiones buscando esos remotos, austeros y solitarios monumentos románicos que, aprovechando además la visita fuera de temporada, mostraban un aspecto mucho más cercano a su habitual soledad que en medio de esas jaurías de domingueros o estivales visitantes.

Encontramos pues algunos lugares que, no por esperados, han sido menos sorprendentes. Si Aguilar, Moarves de Ojeda o San Salvador de Cantamuda, cumplieron de sobra las expectativas, la sorpresa del viaje, esa guinda por la que piensas que ha merecido la pena, fue la iglesia de Santa Cecilia en Vallespinoso de Aguilar. No la busquéis en Google: el hecho de que no aparezca en la biblia de hoy dice mucho lo sorpresivo de su aparición.

Encaramada sobre una roca, con una portada a la que se accede tras pasar bajo un arco ya ligeramente apuntado, y que dispone de una escultura algo tosca pero realmente evocadora. Un dragón alodo ntentando devorar a un soldado con cota de mallas que se proteje con su escudo, un San pedro de enorme cabeza, monstruos y personajes de la iglesia se distinguen aún en los fantásticos capiteles que, lamentablemente, muestran deasiadas dentelladas del tiempo.

Más sugerente aún, la vista a los pies de la capilla de un pequeño cementerio. Solitaria en él destaca una única cruz, aún con flores a sus pies. La soledad de esa cruz en el cementerio y la soledad del cementerio entre los campos de esta castilla fría, son toda una metáfora de la austeridad y dureza de esta tierra. Seguro que Machado amaría este lugar.

Nos dieron su pista en el Monasterio de Santa María la Real. Este lugar también merece la pena. Si bien está muy restaurado, tanto el claustro como la iglesia son dignos de una pausada visita. Estuvimos dando vueltas incluso por las zonas más renovadas (donde tiene su sede el instituto) y en todas las esquinas podía surgir, apenas visible e ocasiones destacado en otras, cualquier resto del antiguo monasterio.
Lo sorprendente del lugar es que han preparado un documental multimedia sobre el románico que se proyecta en la propia iglesia. Entre el juego de imágenes, luces y sonido, la iglesia adquiere una presencia casi fantasmal, y logra en el sorprendido visitante un efecto parecido al que debía pretender toda la imaginería románica en el hombre medieval. La iglesia, además, bajo el juego de luces daba una imagen colorista e inesperada que pudimos disfrutar a solas (ya he comentado que estábamos fuera de temporada y, aunque era domingo, los escasos visitantes parecían no animarse a pagar el coste de la entrada.

No pudimos destacar en este viaje ningún referente gastronómico. Ni la Posada del monasterio de Santa María la Real ni el Parador de Cervera (probablemente los lugares más recomendados de la zona) me parecieron destacar por su calidad. La comida en la Posada me pareció pretenciosa. Las abundantes salsas tapaban cualquier sabor original del producto, el servicio atento pero manifiestamente mejorable. Al menos el lugar era agradable y tranquilo. Probablemente, como alojamiento sea incluso mejor que como restaurante. Sin embargo, las dos veces que hemos intentado ir estaba completo.

En el parador de Cervera, un lugar feo exteriormente y abigarrado, envejecido y triste interiormente, la comida no era mejor: una carta limitada y una elaboración casi vulgar se combinaba con un servicio atento (como es habitual) pero poco ágil (por debajo del estándar de Paradores).

Apenas hubo tiempo para disfrutar de la esplendida naturaleza de la zona. Una rápida excursión por las Tuerces y unos paseos por el embalse de Ruesga fueron apenas lo único que la naturaleza aportó en este viaje. Bien está acostumbrarse a no contar con ella ahora que su futuro es escaso.

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