12 abril 2008

Un viaje por Liébana: Fuente Dé y Potes

Empezaba a terminar este extraño invierno, cálido y seco y decidimos aprovechar las vacaciones de Pascua para buscar un lugar donde volver a sentir la sensación de frío invernal: nos vamos a Picos de Europa.

Con nuestra querencia habitual por Paradores, elegimos Fuente Dé. Malhadada elección, como he comentado en una entrada anterior: este Parador no es la mejor elección en la zona. Pero mejor, hablemos de las cosas que sí se pueden disfrutar en un viaje por la comarca.

Ante todo, el viaje en sí es el primer placer: llegamos por carretera desde Cervera, cruzando el puerto de Piedrasluengas. El recorrido desde el puerto hasta el valle es espectacular. Escuchar al fondo la serie de Heidi que nuestra hija ve en un dvd (después de varias horas en el coche no es posible pedirle que disfrute más del entorno que de la pantalla), nos hace pensar que el lugar no desmerece de esas prototípicas montañas alpinas. Lugares solitarios, de un verde esplendoroso, una tranquilidad infinita y una belleza sosegada y paciente.

Llegamos al final de la carretra a Potes y todo cambia. Potes es un lugar demencial. Centro turístico de la zona, colapsado de coches y autobues, de domingueros y turistas, de bocinas y berreadores, a pesar de su "historicidad" y su belleza de exin-castillos, solo invita a huir.

Y eso hacemos. Nos largamos y seguimos carretera hasta el Parador, reteniendo en nuestra cansada retina los lugares donde más tarde volveremos. Y, sin duda, un par de ellos se quedan marcados y serán punto reiterativo de disfrute los días que aquí pasemos: Cosgaya y Mogroviejo.

En Cosgaya, un pequeño pueblo que bordea la carretera, con monocultivo hostelero (solo hay hoteles y restaurantes), se encuentran algunos de los mejores locales del área. Destaca el famoso Hotel del Oso, que atrae a los viajeros como insectos atrapados en su colorido jardín, merito no pequeño en un lugar donde la umbría y el frío no parecen facilitar tal concentración de colores.

En Mogrovejo, una espectacular casona y torre, medio abandonada, se alza sobre una cuadra repleta de estiércol. Curioso contraste entre el hedor y la belleza, solo puede dejar al visitante extasiado ante la espectacular vista de las montañas y el valle que desde aquí se tiene, pensando en un futuro perfecto compuesto de una mezcla de vida contemplativa desde el hermoso torreón y la eterna compañía de la vista que el pequeño cementerio parroquial regala a sus deudos.


Por lo demás. hay que decir que la zona es tan hermosa que atrae a suficiente gente como para dejar de serlo. Si uno busca el silencio y la tranquilidad, desde luego aquí no lo encontrará en época alta, pero sí el resto dle año en forma casi absoluta. Aún así, simplemente saliéndose unos metro de cualquier carretrera frecuentada, uno se encuentra con lugares dee belleza y ta¡ranquilidad absolutas,m donde lña soledad invita a qedarse y la tranquilidad se convierte en nostalgia.,

De los lugares que las guías turísticas señalan, es curioso comprobar como son diametralmente opuestos a lo que buscamos:
Liébana y su monasterio no despiertan nuestro interés. Lo más curioso del monasterio hoy es encontrarse en su pétreo y medieval claustro, la existencia de cuatro pantallas de tv de plasma en cada na de las esquinas. No entiendo el motivo, pero tampoco me paro a preguintarlo.. No me interesa nada el lugar rodeado de parkings y tiendas de recierdos y salimos recorrer as ermitas de lso alrededores, ejercicio que ruiqere un mínimo esfuerzo de caminante y, por lo tanto, ningiuno de los centeneraes de turistras que llegan en cocherealiza, permitiendo alejarse un poco de la marabunta peeregrina.

Sin embargo, apenas aparece reseñada la iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña, un lugar lleno de la belleza de lo pequeño, del detalle cuidado, de una perfección natural, de la ausencia de artificio, a pesar de su falsa torre (construida a finales del XIX). Se encuentra perfectamente acompañada por un hermoso cementerio y su visita "guiada" por una curiosa señora, absolutamente enamorada d ela iglesia y del pueblo, que cuenta más anécdotas que historia de la comarca y de la iglesia y que acaba contagiando a su muy escasa audiencia su casi infantil e ingenuo entusiasmo.

Por último, muy cerca de esta iglesia, un extraño edificio, un paralepípedo perfecto recubierto de madera, contiene el Centro de Interpretación de los Picos de Europa. A pesar de que parece un centro industrial, su visita es sorprendentemente agradable, amena e interesante. Pero lo más destacado acaba siendo el edificio en sí, con algunos componentes casi zen (un jardín de piedra con olivo, inaccesible entre los muros de cristal), dado que el esfuerzo didáctico realizado para hacer ameno el conocimiento del medio, no deja de hacernos pensar que, lo realmente interesante sería conocerlo de verdad paseando entre las montañas, en lugar de hacer una especie de simulacro intensivo y multimedia para viajeros breves y turistas que buscan una pátina de ecología.

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