Quienes me conocen saben lo pesado que puedo llegar a ser alabando la provincia de Soria. En realidad no es sólo Soria, sino el interior de Castilla (esa Castilla-La Vieja que antes apendíamos) el que me atrae por la capacidad para transmitir austeridad, tranquilidad, quietud, soledad.
Uno de los viajes que me parece recomendable en estas tierras y que es ideal para cualquier fin de semana, es el que nos planteamos hace algún tiempo y que resultó un auténtico placer desde todo punto de vista.
Era invierno, así que nos fuimos acercando a nuestro destino, Brías, después de abandonar la nacional I y cruzando ya tras haber anochecido, esas carreteras oscuras y silecnciosas, donde casi no te cruzas con ningún otro coche que a mí me recuerdan las carretars de mi infancia, en Galicia, cuando el atasco o la autovía no eran aún nuestro entorno habitual.
El placer de ese viaje se vive dos veces. La primera vez cuando llegas de noche y solo alcanzas a adivinar al principio las sombras de los árboles que bordean la carretera y luego la soledad del páramo desnudo, desierto, frío. La segunda vez es al día siguiente cuando repites el viaje en sentido inverso (Brías es casi un cul de sac, del que has de regresar para seguir cualquier otra etapa). En esta segunda ocasión la luz fría del invierno refuerza la sensación de soledad , de tierra abandonada.
En Brías nos alojamos en una casa de turismo rural que había sido palacio y residencia de un Obispo. Es una hermosa casa. Como alojamiento, yo no soy especialmente dado a este tipo de turismo, así que sólo diré que era suficiente y que cocinaban bien, pero con un menú obligatorio y compartiendo la mesa de la cocina para un desayuno comunal...
Lo más interesante del viaje fueron dos puntos testigos de las antiguas luchas por estos territorio entre moros y cristianos: uno nos fue recomendado por el propio dueño de la casa es Caracena. Un pueblo que había sido cabeza de partido judicial. Cuenta con una hermosa iglesia románica donde puedes admirar una más que interesante galería porticada y que una vez más refuerza nuestro amor por este estilo propio de la austeridad de esta tierra.
Además de esta iglesia, el pueblo cuenta con un castillo, un antiguo hospital y un royo judicial en medio de la escasa plaza. Apesar de la rica historia de este pueblo de frontera que durante años fue bastión del avance de la reconquista, hoy apenas vive allí una familia todo el año. La carretera termina en este pueblo. No hay más allá y así se refuerza la sensación de lugares abandonados, solitarios que todo el viaje se va reforzando a medidad quese visitan pequeños núcleos inhabitados o que cuentan apenas con algún aventurero que empieza a edificar allí alguna casa donde descansar del agobio de las ciudades.
El segundo punto de interés fue la fortaleza/alcazaba de Gormaz. Lo que fue el castillo árabe de mayor tamaño de Europa es hoy un espectacular recinto amurallado que se levanta sobre un alto y desde el que se divisa en todo su contorno una espectaular vista de los campos de Castilla hasta un horizonte casi inabacable. Aquí da igual el día que haga, que llueva o que haga sol; cualquier circunstancia es perfecta y permite apreciar mil matices a un paisaje que juega con los colores de los cultivos y con la inmensidad de la llanura.
Por último, algunos puntos más de interés: Berlanga de Duero cuenta también con atractivos suficientes (fortaleza, Colegiata...). Es mprescindible visitar la ermita mozárabe de San Baudelio.
Y sé que muchos no se irán sin visitar el Burgo de Osma y sus asadores. Pero esto es ya otra historia. Nada que ver con la tranquilidad, la soledad y el silencio d elos otros pueblos.
11 septiembre 2006
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