Del último viaje por Pirineos quería destacar un pueblo fuera de las rutas más comunes y, sin embargo, meritorio como punto destacable del románico de la zona.
Son d’Aneu es, al parecer, el pueblo habitado a mayor altitud en estos valles pirenaicos, según indican unas guías que no voy a poner en duda.
Se llega a él cogiendo una desviación a la derecha según se baja de la Bonaigua a Esterri d’Aneu, poco antes de llegar a éste último. La pequeña y estrecha carretera sube al borde de un precipicio que se hace especialmente cercano y probable cuando nos encontramos de frente con un gran camión de ganado. Supongo que conocedor de la zona y confiado, apenas frena ante nuestra presencia e, increíblemente, tras haberme echado lo más al borde que considero posible, pasa sin siquiera rozarnos, a pesar de que desde el retrovisor veo que apenas cabría un dedo entre nuestras carrocerías.
Unos centenares de metros después, y esperando no encontrarnos con algún autocar de excursionistas en la misma carretera, damos ya con el pueblo. Es muy pequeño (dicen que 25 habitantes), aunque también hasta aquí han llegado los andamios y las grúas.
Destaca la Iglesia, encerrada tras un muro de función defensiva y precedida por un pequeñísimo terreno. Da la sensación de una fortaleza a escala, donde el campanario hace la función de torre vigía separado del cuerpo principal de la iglesia. En el lado opuesto al campanario y defendiendo la entrada una torre hoy “del reloj” ayer, lugar de convocatoria de los habitantes para rogar ante inclemencias del tiempo y, mucho antes, defensa frente al enemigo (este valle fue el último, al parecer, en mantener la independencia del Cataluña).
La iglesia, claramente de origen románico, dispone en su interior de un retablo gótico y unos frescos del XVI ó XVII en proceso de restauración. Un paisano ya mayor nos comienza a contar en catalán la historia del monumento. Al darse cuenta de que no le entendemos pasa al castellano y nos sigue contando la historia. Lo más interesante: la pila bautismal románica con relieves toscos geométricos y un esquemático asno. Pensar en un bautizo por inmersión en esta fría piedra de este frío pueblo de los nevados Pirineos da temblores. Y hace pensar que el despoblamiento de la zona tendrá en parte que ver con todos los críos que no sobrevivieron a tan temerario bautismo.
También destaca un depósito pétreo con forma de arca y decorado con leones, con dos compartimentos para el agua y el aceite que debían conservarse en la iglesia para las ceremonias y para iluminación.
Frente a la iglesia, un refugio de montañeros permite ver algunas fotos con imágenes de un entorno nevado, agreste y solitario, ante una cerveza del tiempo. Muy fría.
03 diciembre 2006
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