"Cómo se te ocurre querer ser feliz conmigo, nadie es feliz conmigo, soy un aburrido. No me gusta convivir, no me gusta salir, no me gusta el cine, no me gusta la playa, ni siquiera me gusta cenar fuera, me gusta quedarme en mi rincón y que no hablen conmigo. ¿Qué rayos de felicidad podría darte? ¿Que te quedaras también en un rincón, aburriéndote? Además, no me fijo en las fechas: en tu cumpleaños, en el mío, en el día en que nos conocimos y por lo tanto no regalo flores, no doy besos, no doy abrazos, no celebro nada, no te dejo con lágrimas en los ojos, conmovida, poniendo rosas en los jarrones, Me gusta pescar. [...]
Me da pena. Palabra de honor que me da una pena enorme y el cuchillo, desmañado, vuelve a fallar con el melocotón. Me apetece, fíjate, regalarte flores. No te las regalo. Abrazarte. No te abrazo. Fijarme en las fechas. No me fijo en ellas. Me quedo aquí con las manos sobre las rodillas. Y, como no me gusta salir, si me invitas a tu boda, discúlpame, pero no voy a ir. Participo en el obsequio de los compañeros de trabajo
-Faltas tú, Guedes
y me quedo reflejado en el tablero de agua negra del escritorio, temblando."
El artículo de Antonio Lobo Antunes en las páginas de El Pais cada sábado, casi, provoca un placer que hace inútil toda palabra añadida. ¿Qué se podría decir después de leerle? Solo que uno tiene una enorme envidia sana por ese regalo maravilloso de la belleza escrita.
Y para expiar ese pecado, solamente se me ocurre la no penitencia de seguir leyéndole.
20 enero 2007
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