Tras esta inmersión latina que casi me provoca el vómito, entro al rancio hotel Grand Plaza. Debió ser fantástico en plena belle époque. Un gran león de mármol inicia el pasamanos de la hermosa escalera. Pero en la habitación huele a polvo acumulado en sus moquetas y cortinones y a cañerías el viejo cuarto de baño, con radiadores tan historiados como la misma Roma.
Salgo a la ciudad y todo cambia.Es espectacular, no por sus grandes monumentos sino por sus callejuelas, rincones, tiendas de antiguedades, de comida, sus tipos, sus guardias y carabineros... Sorprende el que sea tal y como su mejor estereotipo nos la ha transmitido.
Me doy un largo paseo y me recuerda en sus calles, empedrados, gentes, la vieja Lisboa que hoy sucumbe al imperio de Fnac, El Corte Inglés y Zara. Aquí también, por supuesto (Zara en la puerta mismo del hotel) pero muchas de sus pequeñas tiendas alcanzan un lujo exquisito encerradas en una esquina oscura de una via señalizada con estetica "imperial" (y aquí, imperio es César, no Bush)
Paseo y paseo con una sonrisa permanente ante la agradable sorpresa que asoma en cda cornisa, en cada esquina.
Asi como lo mas esperado muere ante la avalancha de turistas y masas (el Panteón, la plaza de España) una vidilla subterránea surge en cada pequeña tienda con artesanos trabajando, restauradores en su taller, pintores, trattorias... Tras los ventanales se adivinan cocinas de antaño, locales, de vida.
Los italianos, como me esperaba, repiten ( ¿o son el origen?) lo peor de los españoles (ruido, caos, desorden, anarquía, imperio del coche y la vespa...), con el problema además de que se les suman miles de españoles (porque se les oye en todas partes).Pero, sin duda, Roma es una ciudad a la que he de volver con más tiempo. No para descubrir más cosas, (que también) sino para volver a disfrutar de esas pequeñas calles, tiendas, ventanas, rótulos, rincones... que rodean humildemente la impresionante herencia monumental.

1 comentario:
Roma enamora
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