27 abril 2007
No al apoyo a los curas, aunque sean "rojos"
Ahora va a resultar que la iglesia católica ha de ser apoyada cuando es roja.
Partidos de izquierda, colectivos e incluso abogados se manifiestan a favor de la continuidad de las actividades de una parroquia de Madrid en favor de los desfavorecidos (creo que san Carlos Borromeo, en Entrevías) y que el arzobispado de Madrid (ese ente dirigido por el engendro malencarado y totalmente prescindible para la humanidad de Rouco) pretende cerrar porque que no se ajusta a sus cánones éticos o estéticos (parece que no les gusta que den misa vestidos de paisano o panes en vez de hostias o no se qué irracionalidad de entre tantas en las que la iglesia católica basa sus ritos milenarios, o sea, falsos).
Y ahí salta toda la falsa progresía de pose y pancarta y, con una postura tan irracional como la propia iglesia se manifiestan a favor de los curas censurados por ir en contra del muy conservador y protofascista Rouco.
Lo que debían hacer es censurar la actitud irracional del arzobispado y también, el hecho de que los censurados siguen el mismo tipo de pensamiento irracional. La ayuda que ellos prestan a los desfavorecidos, al igual que la prestada por tanta ong marketingniana limpia-conciencias (tema para hablar y no parar) debería ser asumida por un estado que no es capaz de garantizar un mínimo de seguridad y condiciones a todos sus ciudadanos.
Pero defender la continuidad del "ministerio" de esos sacerdotes es colaborar en la expansión del irracionalismo. Seguro que hay muchas batallas más interesantes y productivas que apoyar a un bando en una guerra interna entre creyentes en un más allá que además pretenden imponer a todos los demás.
Si algo hay que agradecer a individuos como Ratzinger y Rouco es que vuelvan a dejar en evidencia la verdadera naturaleza de su tinglado, que durante un tiempo, y en parte gracias a curas como los de Entrevías, intentaba adaptarse a un mundo más moderno y abierto intentando diluirse en él pero manteniendo a la vez la esencia falsaria, irracional y dictatorial de su credo.
15 abril 2007
Peñafiel: Hotel Convento Las Claras
La explicación cuadra con el hecho de que una semana antes de las vacaciones de pascua sea imposible reservar un hotel en casi cualquier punto de España. Única posibilidad final: un hotel en Peñafiel. ¿Peñafiel? Bueno, es famoso su castillo, para pasar un par de días puede ser suficiente.
El Hotel es un antiguo convento rehabilitado: Hotel Convento Las Claras.
Eso es lo que dice la publicidad. Porque, una vez allí, lo mismo pudo haber sido un convento que una cárcel, un almacén de la Mesta o un puticlub. Prácticamente no queda ningún resto visible ni reconocible de tal convento o bien, alternativa no descartable, el convento fue construido en el XVI por un adelantado del feísmo que se impondría en el XXI en todo el territorio español. En todo caso, dispone de las consabidas comodidades de todo hotel standard (y sin personalidad) actual: algo de diseño, música por todas partes (aunque a un volumen soportable) y, por supuesto, la joya de la moda de lo “in” para la clase media a la última: “spa”.
¿Como habremos podido vivir sin spa desde la caída del imperio romano hasta hoy? ¿Cómo perdimos la costumbre de las termas y el lavatorium durante tantos siglo? ¿Porque la recuperamos ahora que nos desertizamos? Seguro que esa ausencia explica nuestro retraso como pueblo desarrollado e industrializado. Igual que ya todo el mundo juega al paddle y no hay urbanización que se precie sin su pista (estoy convencido de que hay más jugadores de paddle dominguero que aficionados al futbol, por muy inimaginable que parezca) hoy la clase media se apunta a la moda del spa con compulsión de guarro histórico, convencidos de que Felipe II perdió el imperio por su escasa afición al baño.
Con la tontería del spa y tanta importancia dada al baño como actividad de ocio (y de pago, por supuesto) va el hotel y opta por no poner bañera en la habitación. Sólo ducha. Inteligente: así si quieres darte un baño pagas un extra por lo que antes estaba incluido. Precisamente el baño tranquilo en la habitación del hotel puede ser un placer mucho más agradable e individual que compartir una bañera un poco más grande con otras docenas de clientes vociferantes. Si, además, la ducha está tan mal diseñada, con media mampara a ras de suelo que provoca riadas e inundaciones y convierte el baño en una pista de patinaje, habremos de felicitar al hotel por haber conseguido unificar turismo cultural (convento rehabilitado) de salud (spa) y de riesgo (salida resbaladiza de la ducha) en un solo local.
En el lado positivo, buen servicio en recepción y un restaurante honesto, sin alharacas pero también sin excesos en los precios. Por el contrario la cafetería es insulsa e impersonal, mal atendida por una chica rusa que bastante tiene con intentar entender lo que se le pide y soportar a todos los clientes seguro que por un salario insuficiente (aquí la dirección del hotel también ahorra y prefiere mano de obra barata a mano de obra cualificada, con profesionales de la hostelería)
Pasemos a Peñafiel: pueblo interesante pero heterogéneo, que mezcla casas de nueva construcción con algunos restos de casas históricas en un conjunto urbano que, de haber sido más protegido, tendría algo más que ofrecer que la plaza del Coso. Junto a la consabida arquitectura religiosa a la que no pudimos dedicar todo el tiempo necesario, y los museos, el centro de atención se desvía al Castillo. Es ciertamente espectacular su visión desde cualquier punto de los alrededores. Una vez dentro, la monótona e insípida repetición magnetofónica que la guía hace de un par de folletos memorizados, resta todo interés a la visita que, en todo caso, complace a la masa, especialmente cuando pueden hacerse algunas fotos junto a un par de armaduras, que por su estado no deben de ser más antiguas que el actual estatuto de Castilla y León y probablemente han sido hechas en China (o Albacete, que al caso es lo mismo)
De Peñafiel salimos para intentar conocer otros pueblos de los alrededores y, sin quererlo, nos sale una pequeña ruta de los castillos: seguimos por Cuellar y Coca. Interesante Cuellar, que parece estar despertando al turismo pero todavía conserva zonas casi intactas o paradas en una foto de hace cuarenta años. De hecho, muchas casa interesantes empiezan a estar a puinto del derrumbe., Espero que, ahora que los desmanes urbanísticos están un poco más perseguidos y empieza a haber una cierta conciencia de conservación del patrimonio, consigan recuperar sin estropear lo que queda de hermoso en el pueblo. El castillo y la Muralla, junto al pequeño parque arqueológico son una sorpresa ya que carecíamos de información previa y resultan mucho más atractivos de lo esperado.
En todo caso, aquí y en Coca, prescindimos de las visitas al interior ya que solo existen visitas guiadas y son ya demasiadas las frustraciones que hemos soportado de estos presuntos guías en nuestras vidas. Solo en el norte hemos disfrutado de buenas guías: recuerdo especialmente la visita a Estella / Lizarra, así como Sangüesa u Olite: en general, Navarra parece cuidar especialmente su turismo buscando guías que realmente conocen su profesión y aman lo que enseñan.
03 abril 2007
Algo - Nada
Michio Kaku. Visiones. 1998
01 abril 2007
The Manhattan Transfer
Sus voces nos llevan a los cincuenta. A la América postbélica pero optimista, de un blanco y negro que empieza a sustituirse por el color en grandes producciones en cinemascope. Con viejos Buyck donde viajan traqueteando policías o gángsteres totalmente indistinguibles, siempre acompañados del detective ex-policía, divorciado y bebedor. Con trajes que empiezan a abandonar el entallado de los veinte y treinta para, poco a poco, ir mostrando que una época menos tendente al traje y las formas, va ganando terreno en una indumentaria más holgada e informal. Comienzan las camisas hawaianas a aparecer en algunas películas. Pero aún se mantiene, por lo general, una tendencia a que los protagonistas sean crueles pero elegantes. Imágenes de cine negro e historias de Jim Thompson, W. R. Burnett o Davis Goodies.
Pero también se adivina ya un nuevo mundo en el que aparecen todas las comodidades que hoy se han masificado. Creo que nada de lo que hoy consideramos imprescindible faltaba ya (los principales electrodomésticos, la televisión, por supuesto, el coche, ciertas actitudes...), pero se mantenía en una escala más humana. Se podían encontrar cosas ya casi desaparecidas: desde algunos rincones aún no machacados por el hombre, hasta una infancia más libre y espontánea.
Pero no sabría seguir explicando racionalmente porque me gustan los 40 y los 50, especialmente en su versión americana. Supongo que es una cuestión estética, de ambiente, heredada del placer extraño que transmite la pintura de Hopper y las películas de John Houston (o el fantástico Atraco Perfecto de Kubrick)
Manhattan Transfer recupera esa música como si fuera una última época clásica, bañándola con cierto estilo de los dorados veinte.
La última vez en que la forma podía ocultar el fondo, haciéndolo más soportable, antes de que las apariencias dejasen de engañar.
Ahora, ya todo es como se ve: cutre pero en color.
Menos mal que Manhattan Transfer, Harry Connick Jr. o Janis Siegel nos hacen recordar a Sinatra.