Este libro merece no sólo ser leído, sino también ser recomendado a todos los amigos, sean padres o personas con responsabilidades en la formación de los críos.
Partiendo de la base de que la función de padres/madres debería ser considerada como la más importante para la sociedad (junto a los maestros, la función que más tiene que ver con cómo la sociedad es y cómo va a ser) no deja de ser extraño que no sea necesario ningún requisito, formación o prueba de aptitud para ejercerla. No sólo eso, sino que es casi imposible encontrar una buena guía o "vademecum" que ayude a solucionar los problemas que se afrontan. Así que vamos tirando de intuición, experiencia y recuerdo de nuestros mayores para seguir adelante, mal que bien, e intentando que los hijos sean "de provecho" (y que la vida les aproveche).
Siempre he pensado, ante el comportamiento mal educado de algunos niños, que los padres deberían ser desposeídos de la patria potestad y, en algunos casos, cuando menos, encarcelados, sino directamente ejecutados, dado que no solo no aportan nada a la sociedad sino que la hacen sin duda peor.
En el libro que comento se hace una defensa de la "buena educación", de la "urbanidad" y las formas, desde una perpectiva abierta y superadora de esas viejas dicotomías entre lo rancio y lo progresista, al constatar que solo desde un respeto a las formas se puede producir una vida en sociedad, respetuosa con los demás. Y sólo desde el conocimiento y el respeto a esas formas se puede pretneder superarlas o "subvertirlas" si se quiere avanzar hacia formas sociales más justas.
Su ataque a los comportamientos "espontáneos" (entendidos como un "hago lo que me da la gana", sin freno ni consideración hacia los otros), hacia el discurso que prima el fondo sobre la forma (sin conocer el uno ni las otras) o su defensa de la "autorictas", son buenos puntos de partida para cuestionarnos ciertas formas de educación "amigable" y "coleguil" que se ha impuesto en ciertos ambientes y que lleva a una pérdida notable de poder de la sociedad en pro de un atroz individualismo anómico, irrespetuoso y , en última instancia, peligroso.
Su defensa de las convenciones, la sobriedad, la paciencia o el esfuerzo, de la autoridad y la obediencia, parecen defender una educación conservadora. No es así. El autor intenta dotarnos de armas para no caer precisamente en un tipo de educación que está favoreciendo cada vez más la prepotencia de los fuertes y la ausencia de respeto hacia los poderes mediadores. Creo que el que no obedece nada no sabe porqué no obedece. El que quiere cambiar la autoridad debe de saber qué autoridad alternativa desea, qué obediencia necesita. Por eso cierra uno de sus capítulos diciendo "seamos formales; es la condición de toda emancipación, ya sea ésta individual o colectiva".
En unas de las mejores páginas del libro se desarrollan las cuatro bases de la educación sobre la base del diálogo entre el Principito y el zorro. Primero; el reconocimiento del lugar al que se pertenece, la sensación de ser parte de algo, de un hogar o una sociedad. Segundo; la transmisión de valores, no universales, sino concretos y de utilidad en cada situación real a la que nos enfrentamos. Tercero; la necesidad de dedicar tiempo a la tarea, sin prisas, con paciencia. Y cuarto, evitar la retórica para dedicarse a lo práctico: no habla de grandes principios sino de normas básicas.
En fin, un libro muy recomendable y con el que me parece tremendamente difícil no estar de acuerdo.
30 septiembre 2007
23 septiembre 2007
La puta "noche en blanco"
Ultimo grito de la "cultura": la NOCHE EN BLANCO. Consiste en no irte a dormir una noche al año para ver las cosas que jamás se te ocurriría ir a ver los 364 días restantes del año: museos, xposiciones, performances...
"Me paso la noche sin dormir yendo a un montón de actos "culturales" (a los que nunca iria de no ser porque hoy salen en el telediario: Eso es que deben de ser importantes, dado que no tengo más criterio propio que juzgar según lo que me dicen los media).
Estoy medio alcoholizado gracias a que los bares abren toda la noche jodiendo a los vecinos que intentan dormir, pero con la sensibilidad etílico/sensible regurgitando belleza en cada uno de mis poros.
Ya está. Amanece. ¡Que bonito el amanecer entre la mierda, cubos de basura y gentuza borracha de Madrid! ¡¡Todo es tan hermoso!! No he aprendido nada, no sé nada más que ayer. Pero soy cool, moderno y cultureta: he hecho lo que el ayuntamiento, el ministerio, El Pais, El Mundo y otros cuantos mecenas culturales me han dicho que haga para sentirme parte libre del negocio que hoy conforma la cultura. Me voy a comprar ahora algo de Agatha o Armani: esos epítomes del arte actual."
¡Serán gilipoyas!
"Me paso la noche sin dormir yendo a un montón de actos "culturales" (a los que nunca iria de no ser porque hoy salen en el telediario: Eso es que deben de ser importantes, dado que no tengo más criterio propio que juzgar según lo que me dicen los media).
Estoy medio alcoholizado gracias a que los bares abren toda la noche jodiendo a los vecinos que intentan dormir, pero con la sensibilidad etílico/sensible regurgitando belleza en cada uno de mis poros.
Ya está. Amanece. ¡Que bonito el amanecer entre la mierda, cubos de basura y gentuza borracha de Madrid! ¡¡Todo es tan hermoso!! No he aprendido nada, no sé nada más que ayer. Pero soy cool, moderno y cultureta: he hecho lo que el ayuntamiento, el ministerio, El Pais, El Mundo y otros cuantos mecenas culturales me han dicho que haga para sentirme parte libre del negocio que hoy conforma la cultura. Me voy a comprar ahora algo de Agatha o Armani: esos epítomes del arte actual."
¡Serán gilipoyas!
09 septiembre 2007
Capricho de Santoyo. Jaén
Si buscáis la oportunidad de comer en uno de los peores lugares del mundo, os doy la información necesaria.
Recientemente, volvíamos de pasar unos dias en el sur de Cádiz cuando, cansados de conducir y acercándose la hora de comer, decidimos darnos un momento de relax y disfrute comiendo en algún lugar cercano a la carretera y con cierta calidad.
Pensábamos elegir el Parador de Jaén, pero se hacía tarde y debíamos subir hacia el castillo donde se encuentra, desviándonos de nuestra ruta. Así que cambiamos de opinión cuando se apareció, justo al salir de la carretera nacional, un restaurante de CUATRO tenedores. Entramos sin dudarlo: Cuatro tenedores significa que debe de ser bueno, al menos suficente, sino excelso.
Entramos. Primera sorprea: somos los únicos comensales.
Segunda sorpresa: nos preguntan si somos fumadores y al decir que no, nos llevan a un rincon apartado y enano (caray!, si la mayoría de la gente saborea más el humo que la comida, mal empezamos).
Tercera y gran sorpresa: al lado de nuestra mesa, nuestra hija pequeña indica ¡Papá; mira! ¡¡un hormiguero!!
No era un hormiguero: era una cucaracha muerta asistida por un millonario cortejo de hormigas decididas a dar a su colonia un homenaje mayor que el que nosotros pensábamos disfrutar.
Llamamos al "maitre" (un joven con ese extraño aspecto que posee una gran parte de los jiennenses que conozco: muy altos y algo desgarbados: un tipo que solo he encontrado allí y que debe de responder a alguna extraña mezcla de razas que desconozco). Le pregunto cuando ha sido la última vez que una escoba ha pasado por esa zona y, como única respuesta escucho un "disculpe" y veo al hombre salir; volver al cabo de un rato, y barrer el escenario del entierro de la pobre metáfora de Kafka. Aun así, su esfuerzo no es suficiente para esquivar el millón de hormigas que por allí pululaban y, a lo largo de la comida, nos veremos varias veces sorprendidos con la espontánea amistad de varios miembros de la colonia que se acercan a saludarnos sobre el mantel de la mesa.
Tras este incidente, comienza la comida: Como aperitivo, un vulgar chupito de gazpacho (no nos gusta a ninguno el gazpacho, pero no es culpa suya. Sí es su culpa el coronarlo de una tira de jamón barato, como los restos de jamón que venden empaquetados para mezclar con guisantes u otros guisos).
Pasamos al siguiente hito. Como buen restaurante de CUATRO tenedores, todos los nombres son complejos y elaborados: pedimos una "merluza a la romana sobre crema de paella y pimientos con helado de sake": "¡Acojonante!; pero traiga la merluza sola porque es para la niña y el helado de sake no parece muy infantil".
Efectivamente: trae la merluza aparte acompañada de un plato con algo de muchos colores y totalmente indescifrable (parece la crema de paella y los pimientos). Tras probar el pescado sin nada de aderezo, se percibe a la legua el tufo amoniacal de los pescados más cercanos a la putrefacción que al mar. Aquella merluza se despidió de océano hace varias semanas. Es la excusa perfecta para nuestra hija, que odia el pescado, para no comer.
Nosotros esperamos aún un poco más, tras los insulsos chipirones de entrada, por el plato que habíamos pedido con la idea de no incurrir en un exceso de calorías: una ensalada "al foie de pato con no sé que sobre crujiente de algo".
La tal ensalada está compuesta por una cesta crujiente de galleta sobre la que vuelcan, tal y como vienen en el envase del supermercado, tres lonchas de jamón de pato - totalmente pegadas unas a otras (ya digo que tal y como vienen en el envase)-, unos tacos de foie grasiento, unos tacos de manzana oxidada (que debieron de ser cortados en la anterior luna llena) y unos trozos de lechuga amarronada y oxidada.
Dejamos casi por completo este plato y pedimos, ya con urgencia, la cuenta. La intención de huir del lugar cuanto antes. Prefiero no discutir con ellos tras el péwsimo servicio y la nefasta comida, confiando en que exista justicia divina o ley del mercado y que se huindirán en su propia miseria.
Nos trae la cuenta la camarera que nos ha atendido y que desconoce que el hecho de llevar guantes blancos no pretende mantenerla a ella limpia, sino mostrar que el local es limpio e impoluto, al mantenerse inmaculadamente blancos. Pero el objetivo es imposible , dado que las puntas de los dedos aparecen negras y guarras cuando traen la cuenta.
Moraleja: si vas a Jaén, no caigas víctima de los cuatro tenedores (quien se los ha dado? quien los justifica? quien se los mantiene?) del restaurante "Capricho de Santoyo".
Recientemente, volvíamos de pasar unos dias en el sur de Cádiz cuando, cansados de conducir y acercándose la hora de comer, decidimos darnos un momento de relax y disfrute comiendo en algún lugar cercano a la carretera y con cierta calidad.
Pensábamos elegir el Parador de Jaén, pero se hacía tarde y debíamos subir hacia el castillo donde se encuentra, desviándonos de nuestra ruta. Así que cambiamos de opinión cuando se apareció, justo al salir de la carretera nacional, un restaurante de CUATRO tenedores. Entramos sin dudarlo: Cuatro tenedores significa que debe de ser bueno, al menos suficente, sino excelso.
Entramos. Primera sorprea: somos los únicos comensales.
Segunda sorpresa: nos preguntan si somos fumadores y al decir que no, nos llevan a un rincon apartado y enano (caray!, si la mayoría de la gente saborea más el humo que la comida, mal empezamos).
Tercera y gran sorpresa: al lado de nuestra mesa, nuestra hija pequeña indica ¡Papá; mira! ¡¡un hormiguero!!
No era un hormiguero: era una cucaracha muerta asistida por un millonario cortejo de hormigas decididas a dar a su colonia un homenaje mayor que el que nosotros pensábamos disfrutar.
Llamamos al "maitre" (un joven con ese extraño aspecto que posee una gran parte de los jiennenses que conozco: muy altos y algo desgarbados: un tipo que solo he encontrado allí y que debe de responder a alguna extraña mezcla de razas que desconozco). Le pregunto cuando ha sido la última vez que una escoba ha pasado por esa zona y, como única respuesta escucho un "disculpe" y veo al hombre salir; volver al cabo de un rato, y barrer el escenario del entierro de la pobre metáfora de Kafka. Aun así, su esfuerzo no es suficiente para esquivar el millón de hormigas que por allí pululaban y, a lo largo de la comida, nos veremos varias veces sorprendidos con la espontánea amistad de varios miembros de la colonia que se acercan a saludarnos sobre el mantel de la mesa.
Tras este incidente, comienza la comida: Como aperitivo, un vulgar chupito de gazpacho (no nos gusta a ninguno el gazpacho, pero no es culpa suya. Sí es su culpa el coronarlo de una tira de jamón barato, como los restos de jamón que venden empaquetados para mezclar con guisantes u otros guisos).
Pasamos al siguiente hito. Como buen restaurante de CUATRO tenedores, todos los nombres son complejos y elaborados: pedimos una "merluza a la romana sobre crema de paella y pimientos con helado de sake": "¡Acojonante!; pero traiga la merluza sola porque es para la niña y el helado de sake no parece muy infantil".
Efectivamente: trae la merluza aparte acompañada de un plato con algo de muchos colores y totalmente indescifrable (parece la crema de paella y los pimientos). Tras probar el pescado sin nada de aderezo, se percibe a la legua el tufo amoniacal de los pescados más cercanos a la putrefacción que al mar. Aquella merluza se despidió de océano hace varias semanas. Es la excusa perfecta para nuestra hija, que odia el pescado, para no comer.
Nosotros esperamos aún un poco más, tras los insulsos chipirones de entrada, por el plato que habíamos pedido con la idea de no incurrir en un exceso de calorías: una ensalada "al foie de pato con no sé que sobre crujiente de algo".
La tal ensalada está compuesta por una cesta crujiente de galleta sobre la que vuelcan, tal y como vienen en el envase del supermercado, tres lonchas de jamón de pato - totalmente pegadas unas a otras (ya digo que tal y como vienen en el envase)-, unos tacos de foie grasiento, unos tacos de manzana oxidada (que debieron de ser cortados en la anterior luna llena) y unos trozos de lechuga amarronada y oxidada.
Dejamos casi por completo este plato y pedimos, ya con urgencia, la cuenta. La intención de huir del lugar cuanto antes. Prefiero no discutir con ellos tras el péwsimo servicio y la nefasta comida, confiando en que exista justicia divina o ley del mercado y que se huindirán en su propia miseria.
Nos trae la cuenta la camarera que nos ha atendido y que desconoce que el hecho de llevar guantes blancos no pretende mantenerla a ella limpia, sino mostrar que el local es limpio e impoluto, al mantenerse inmaculadamente blancos. Pero el objetivo es imposible , dado que las puntas de los dedos aparecen negras y guarras cuando traen la cuenta.
Moraleja: si vas a Jaén, no caigas víctima de los cuatro tenedores (quien se los ha dado? quien los justifica? quien se los mantiene?) del restaurante "Capricho de Santoyo".
04 septiembre 2007
La Aguzadera. Restaurante en la A4
Poco antes de llegar a Valdepeñas, en torno al km 198 según se va de Madrid, aparece el restaurante La Aguzadera.
Lo conocí hace algunos años en un viaje a Andalucía en el que caí en tal lugar de pura casualidad. Simpelmente porque estaba allí a la hora de comer.
Sin embargo, lo cierto es que este restaurante merece la vsiuta por sí solo, es un lugar tremendamente agradable, con servicio eficaz y atento, una comida muy destacable y un entorno especialmente agradables.
El hecho de que hayan triunfado y sean recomendados en numersoas publicaciones. Les ha llevado a ampliar salones. O al menos eso me parece, ya que en un principio siempre comía en su salón principal (a la entrada y junto a la barra) y, últimamente, nos han llevado ya en varias ocasiones a algún pequeño salón del interior edificio.
Pero las mesas situada junto a la barra, al lado de unas cristaleras que permiten disfrutar de todo el entorno, la tranquilidad y las conversaciones del local son mucho más gradables que los salones donde una mala insonorización y la pésima costumbre de poner unos altavoces con música mál equalizada hacen que el ruido se convierta en un compañero desagradable. Aún así, el esfurzo por agradar, el buen servico, la buena comida, y la posibilidad de comprar en la tienda adyacente alguno de los magfníficos quesos de La Mancha que se pueden degustar en la comida, hacen de este restaurante una de la mejores motivaciones parea eleir la ruta por carretera cuando se viaja hacia el sur.
Solo se puede añadir que son, además, especialmente amables con los niños, lo que les hace merecedores de nuestro cariño como padres y de nuestro odio cuando vamos con el deseo de disfrutar de cierta tranquilidad que suele acabar reducida a nada por esos odiosos enanos que nos joden la comida: más vale tomárselo con humor y disfrutar de la buena mesa que nos preparan en medio del páramo manchego, de una forma casi inesperada a la vera de la N-IV n La Aguzadera.
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