Una provincia por la que no había ni siquiera pasado y estaba en el debe de mis viajes peninsulares era Teruel.
Esta Semana Santa de 2009 pagué mi deuda con la provincia y visité Rubielso de Mora y sus alrededores en 4 sorprendentes días.
La zona no defraudó las expectativas que nuestros anfitriones habían levantado. Sorprende encontrarse una zona tan poco habitada y con una sensación tan patente de abandono.
Esta sensación comenzó ya antes: en Molina de Aragón, donde hicimos una pequeña escala, y no se rompió en tod el viaje a pesar de las mil inversiones del “Plan E”, omnipresente allá por donde pasásemos. Daba la impresión de un tiempo detenido hace décadas. Decidme sino, al ver estas fotos, si no basta solo con envejecerles el color para ver una estampa de fin de la guerra civil, sin ningún resto de los avances de los últimos años:
Rubielos conjuga de forma excepcional el abandono de la zona con la presencia de algunas edificaciones espectaculares y bien conservadas. Se nota que estos pueblos son origen de familias hidalgas cuyas nuevas generaciones siguen cuidando el valor inmobiliario de algunas de esas posesiones. Pero no siempre con acierto: algunas han sido reconvertidas en apartamentos, como el claustro de la foto.
Así, junto a casuchas apenas de paja y barro se pueden admirar casonas de piedra, auténticos palacios casi siempre inaccesibles, por privados, pero cuyos portales permiten intuir la riqueza atesorado por el tiempo sobre las familias y las piedras.
Otra muestra de aquella sensación de abandono es la escasa oferta hostelera de la zona. Para alojarnos, elegimos una casa de turismo rural, a pesar de nuestro poco apego a este tipo de Turismo. La casa es Los Toranes. Cumplía con lo necesario y un poco más y era de agradecer la tranquilidad absoluta que se respiraba. Sin ser el tipo de alojamiento que más me agrada, es recomendable para quienes se apuntan e a ese turismo.
Si alojarse no era fácil, comer era casi imposible. La oferta de restaurantes era muy limitada, y situada en los dos extremos, o bares vulgares para apenas tomar una tapa, o restaurantes con ínfulas cuya compleja carta y escandalosos precios no invitaban a entrar, En este sentido, no se puede decir que el viaje fuera muy aprovechado.
Pero se compensaba con la tranquilidad del entorno, la belleza de un paisaje desprovisto casi de estropicios causados por la masificación humana.
Incluso era más habitual sentir que era la naturaleza la que estaba cobrándose una deuda y reconquistando lugares que, una vez abandonados por el hombre, reclamaba de nuevo como propios, descubriéndose loas diferentes fases de esa conquista: las piedras caídas de algunas casas, la maleza que ya cubría otras o los restos, apenas unas piedras sueltas, de una antigua edificación que ya solo se vislumbraban entre ramas y hierbajos.
Luego, llegó de nuevo la venganza del hombre y, este verano, le plantó fuego a la provincia.