Ya lo he dicho varias veces. A pesar de la buena fama de Madrid como lugar de marcha y ocio, lo cierto es que sus bares son cada vez más asquerosos, ruidosos, sucios, mal atendidos y desagradables. Hasta el punto de que cada vez opto más por una hostelería masturbatoria, es decir, basada en el autoconsumo en el hogar.
Una de las costumbres más extendidas y lamentables es la manía de no disponer de posavasos o, en su ausencia, de una toallita donde eliminar el exceso desbordante de espuma de cerveza que, por alguna incomprensible razón, todo camarero/a estúpido/a cree que, obligatoriamente, debe pringar nuestra camisa. Quizás sea un arrebato místico, una especie de comunicón laica con el bar, pero, como otras comuniones, me genera un irreprimible deseo de no volver nunca más tras escupírsele al oficiante.
Y, como también he dicho más veces, la única excepción garantizada son los hoteles de 4 ó 5 estrellas, último reducto de locales con garantías de servicio y limpieza.
03 diciembre 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario