09 septiembre 2007

Capricho de Santoyo. Jaén

Si buscáis la oportunidad de comer en uno de los peores lugares del mundo, os doy la información necesaria.

Recientemente, volvíamos de pasar unos dias en el sur de Cádiz cuando, cansados de conducir y acercándose la hora de comer, decidimos darnos un momento de relax y disfrute comiendo en algún lugar cercano a la carretera y con cierta calidad.

Pensábamos elegir el Parador de Jaén, pero se hacía tarde y debíamos subir hacia el castillo donde se encuentra, desviándonos de nuestra ruta. Así que cambiamos de opinión cuando se apareció, justo al salir de la carretera nacional, un restaurante de CUATRO tenedores. Entramos sin dudarlo: Cuatro tenedores significa que debe de ser bueno, al menos suficente, sino excelso.

Entramos. Primera sorprea: somos los únicos comensales.

Segunda sorpresa: nos preguntan si somos fumadores y al decir que no, nos llevan a un rincon apartado y enano (caray!, si la mayoría de la gente saborea más el humo que la comida, mal empezamos).

Tercera y gran sorpresa: al lado de nuestra mesa, nuestra hija pequeña indica ¡Papá; mira! ¡¡un hormiguero!!

No era un hormiguero: era una cucaracha muerta asistida por un millonario cortejo de hormigas decididas a dar a su colonia un homenaje mayor que el que nosotros pensábamos disfrutar.

Llamamos al "maitre" (un joven con ese extraño aspecto que posee una gran parte de los jiennenses que conozco: muy altos y algo desgarbados: un tipo que solo he encontrado allí y que debe de responder a alguna extraña mezcla de razas que desconozco). Le pregunto cuando ha sido la última vez que una escoba ha pasado por esa zona y, como única respuesta escucho un "disculpe" y veo al hombre salir; volver al cabo de un rato, y barrer el escenario del entierro de la pobre metáfora de Kafka. Aun así, su esfuerzo no es suficiente para esquivar el millón de hormigas que por allí pululaban y, a lo largo de la comida, nos veremos varias veces sorprendidos con la espontánea amistad de varios miembros de la colonia que se acercan a saludarnos sobre el mantel de la mesa.

Tras este incidente, comienza la comida: Como aperitivo, un vulgar chupito de gazpacho (no nos gusta a ninguno el gazpacho, pero no es culpa suya. Sí es su culpa el coronarlo de una tira de jamón barato, como los restos de jamón que venden empaquetados para mezclar con guisantes u otros guisos).

Pasamos al siguiente hito. Como buen restaurante de CUATRO tenedores, todos los nombres son complejos y elaborados: pedimos una "merluza a la romana sobre crema de paella y pimientos con helado de sake": "¡Acojonante!; pero traiga la merluza sola porque es para la niña y el helado de sake no parece muy infantil".

Efectivamente: trae la merluza aparte acompañada de un plato con algo de muchos colores y totalmente indescifrable (parece la crema de paella y los pimientos). Tras probar el pescado sin nada de aderezo, se percibe a la legua el tufo amoniacal de los pescados más cercanos a la putrefacción que al mar. Aquella merluza se despidió de océano hace varias semanas. Es la excusa perfecta para nuestra hija, que odia el pescado, para no comer.

Nosotros esperamos aún un poco más, tras los insulsos chipirones de entrada, por el plato que habíamos pedido con la idea de no incurrir en un exceso de calorías: una ensalada "al foie de pato con no sé que sobre crujiente de algo".

La tal ensalada está compuesta por una cesta crujiente de galleta sobre la que vuelcan, tal y como vienen en el envase del supermercado, tres lonchas de jamón de pato - totalmente pegadas unas a otras (ya digo que tal y como vienen en el envase)-, unos tacos de foie grasiento, unos tacos de manzana oxidada (que debieron de ser cortados en la anterior luna llena) y unos trozos de lechuga amarronada y oxidada.

Dejamos casi por completo este plato y pedimos, ya con urgencia, la cuenta. La intención de huir del lugar cuanto antes. Prefiero no discutir con ellos tras el péwsimo servicio y la nefasta comida, confiando en que exista justicia divina o ley del mercado y que se huindirán en su propia miseria.

Nos trae la cuenta la camarera que nos ha atendido y que desconoce que el hecho de llevar guantes blancos no pretende mantenerla a ella limpia, sino mostrar que el local es limpio e impoluto, al mantenerse inmaculadamente blancos. Pero el objetivo es imposible , dado que las puntas de los dedos aparecen negras y guarras cuando traen la cuenta.

Moraleja: si vas a Jaén, no caigas víctima de los cuatro tenedores (quien se los ha dado? quien los justifica? quien se los mantiene?) del restaurante "Capricho de Santoyo".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo he comido algunas veces en el lugar y todo fue bien de camino a Madrid.

Los vinos son de lo mejor, y el marisco lo tienen vivo y lo puedes escoger...

Las decalificaciones sobre la gente de jaen es algo que descalifica al autor "... no se que mezcla de razas ..." huele a tufillo razista...

El Que Habla Desde El Silencio dijo...

"Los vinos son de lo mejor".. solo faltaba:e so eno es mérito del restaurante, sino de las bodegas que los elaboran. Obviamente, en casi cualquier lugar puedes escoger alguna botella que merezca la pena. Y que el marisco esté conservado vivo en un acuario no significa que sea bueno. Aunque no lo probé así que puede ser que sea cierto que en este aspecto sean excepcionales.

Respecto al presunto comentario racista, hablar de mezclas y relaciones entre gentes de diferentes "razas", no significa emitir un juicio negativo sobre ello. De hecho lo pensaba en positivo, así que la interpretación negativa solo está en la mente enfermiza del autor del comentario, a quien no se puede exigir, obviamente, que me conozca (para saber que no soy racista) pero sí que creo que si bucea un poco más en este blog verá que esa acusación tiene poco fundamento.
En cualquier caso, saludos y gracias por llegar hasta aquí.