Como decía en el anterior post, muy cerca del Silk & Spice, en un lugar que resulta un oasis en Madrid, está el Mesón Tejas Verdes
Se encuentra ubicado en una especie de cortijo castellano, con un encantador patio y un jardín que, lamentablemente, se encuentra cada vez más cercado por los bloques de cemento de las construcciones que forman ya el paisaje ‘typical spanish’, Por ahora, se resiste a ser engullido por los especuladores urbanos y se mantiene como uno de los pocos ejemplos de arquitectura popular y rural que se pueden disfrutar en Madrid (Bueno, en San Sebastián de los Reyes)
En él, no hay concesiones a la moda Kenzo ni a ninguna otra tontería de local ‘in’. Los camareros son profesionales con años de servicio a las espalda, eficaces y amables. La música, por supuesto, no existe: esto es un restaurante.
La comida, típicamente española (lo que no tiene porque ser una ventaja, dado el nivel medio de los restaurantes ‘típicos’) es exquisita. Y no tiene porque abusar de la hipercolesterolemia que en otros restaurantes y casas de comida consideran esencia racial.
Los platos de verduras son buenos (unas simples habitas con jamón me hicieron reconsiderar mi rechazo a este plato; las judías verdes, de las mejores que he probado en Madrid) y el pescado suele ser muy fresco y bien elaborado. Incluso en las típicas fritangas se nota que el aceite es de calidad y se cambia frecuentemente. Seguro que hay menos grasas en un plato de morcillas aquí que en los malditos rollitos vegetarianos del Silk & Spice.
Cuando el tiempo acompaña, se puede comer en la terraza, un lugar muy agradable, en el amplio jardín casi boscoso que está en la trasera del edificio.
Si hace demasiado fresco, el interior también es un lugar agradable, en el que parece que hemos viajado sin darnos cuenta hasta algún pueblo manchego donde podemos disfrutar de la esencia de un antiguo caserón. La única pega es que algunas de las mesas y sillas son algo más bajas de lo recomendable. Deben pertenecer a la época en la que la talla de los españoles era más reducida.
En fin, un lugar muy recomendable. Una sugerencia que parece que no encontrareis en On Madrid o en Metrópoli, pero cuyo solo recuerdo sirve para olvidar las absurdas ofertas ‘modelnas’ que nos inundan.
29 agosto 2006
Una recomendación negativa: restaurante Silk & Spice
La diferencia entre un restaurante honesto y una moda pasajera puede verse a veces a muys escasa distancia. Del restaurante Silk & Spice, en el centro comercial Arroyo de la Vega, al Mesón Tejas Verdes, en San Sebastián de los Reyes, antigua N-I, apenas habrá un kilómetro. Pero existen varios años luz de diferencia en calidad y servicio.
El primero, inaugurado hace poco, goza de la benevolencia de los comentaristas de las revistas guías de Madrid. En especial, el caso de On Madrid, revista que en sus escasos meses de vida ya ha dado muestras de su escasa fiabilidad y de la parcialidad de sus juicios, claramente dependientes de algo más que la objetividad del crítico (hay un restaurante que no voy a citar porque no lo conozco, pero que ha sido recomendado varias semanas seguidas: una porque era bueno para ir con niños; otra, por su terraza; otra por la calidad de su presa ibérica… Sospechoso que habiendo tantos restaurantes en Madrid, destaquen siempre el mismo).
A pesar de los múltiples comentarios positivos, lo cierto es que estamos ante uno de esos restaurantes en los que la moda y el “estilo” ocultan una banalidad gastronómica total.
El servicio, amateur, esta formado por jovencitos aspirantes a modelo vestidos de Kenzo. La música, tipo lounge /chill out ( es decir, lo que antes se llamaba música para ascensor y que sigue teniendo como misión ser oída sin ser escuchada. Pero hasta Ray Coniff era mejor que Chambao), aquí retumba hasta hacer imposible olvidarse de ella.
La comida, vulgar, especialmente en comparación con los precios. Los rollitos que se presentan como vegetarianos rezuman tanta grasa y aceite que, para tu salud, más vale pedirse un chuletón de Ávila.
El local es agradable. Todo diseño. Incluso la cubertería, que de tanto diseño hace que los cuchillos sean ergonómicamente nefastos (el mango redondo y delgado impide un agarre cómodo. Pero es taaan bonito L ). Al estar situado en el ático del centro comercial ofrece vistas a la zona de Alcobendas y Sanse. Y, sinceramente, ¿quién quiere verlos? ('vistas estupendas', según la revista Metrópoli, de El Mundo :-) ).
Y, para finalizar, se equivocan en la cuenta. En mi caso me la presentan con ¡un 50% de diferencia! Obviamente, les indico el error, pero lo corrigen parcialmente (ya habían pasado la tarjeta: se quedan con el iva del total y devuelven sólo parte del nominal de parte de los platos indebidamente cobrados. Parece que el cerebro lo tienen ocupado por las últimas creaciones de Kenzo y ésto les impide ya no sumar (eso lo hace la máquina), sino reconocer los números en las teclas.
No me gusta discutir ni reclamar, así que paso de insistir y me voy con la promesa mental de no volver nunca más. Cosa que seguro que consigo pues el local en el que están debe contar con alguna maldición ya que ha cambiado de dueños varias veces en los últimos años. Paso de advertírselo: que les den.
28 agosto 2006
Crítica a un pedante
Un pedante, de formación inequívocamente sociológica, ha escrito una carta al director, publicada en El Pais del domingo 27 de agosto, que, por sí sola, justifica parte de mi desapego respecto a las “ciencias” sociales, especialmente a su palabrería.
A continuación la transcribo:
En fin, decir que la decisión de la Unión Astronómica Internacional de definir Plutón como planeta enano “es una demostración más de que la realidad ha dejado de ser 'real' y se ha transformado, únicamente, en un proceso de interpretación subjetiva”, no es más que una estupidez pedante.
Lo que sí es una interpretación subjetiva (mía), es que la unión de palabras en una frase pretendidamente profunda muestra que la mala digestión de un festín de lecturas erróneas puede provocar un empacho mental que termina en diarrea discursiva. Porque nada hay de subjetivo en la decisión tomada, ni en nada se ve afectada, por supuesto, la “realidad” de Plutón.
Contra esta clase de postmodernos, incapaces de leer una noticia de ciencia y vencer la tentación de hacer analogías sociales directas, ya nos advertían (al parecer con poco éxito*) Sokal y Bricmont, o el propio Weinberg en el libro comentado en el anterior post.
Pero contra la confusión mental (que lleva a meter en un mismo cajón a la Unión Astronómica Internacional y la Comisión Teológica Internacional, para terminar sugiriendo que la ciencia es una nueva religión) sólo cabe confiar en que, algún día, la enseñanza de la ciencia mejore hasta el punto de reforzar el pensamiento lógico, científico y crítico por encima de parafernalias lingüísticas, discursos en pirueta y frases vacías.
* Podeis ver más en:
Comentarios a Sokal y Bricmont 1 ;
Comentarios a Sokal y Bricmont 2
A continuación la transcribo:
Plutón posmoderno
Plutón ya no es planeta porque expertos astrónomos lo han acordado en Praga. Esta pequeñez es una demostración más de que la realidad ha dejado de ser “real” y se ha transformado, únicamente, en un proceso de interpretación subjetiva, construida por una retórica específica.
Para otros expertos, pero en el ámbito de la filosofía, o de las ciencias sociales, el ejemplo de Plutón es un síntoma más de la era del mass-media, la revolución de las comunicaciones y de la tecnología. Un periodo cuasi-virtual que algunos llaman posmodernidad, caracterizado entre otras cosas por una saturación de información que tampoco ha conseguido explicar la complejidad del entorno humano, y que paradójicamente, al final del proceso se ha impuesto lo contrario: la victoria del mito, cuya simplicidad hace más fácil la compresión de las cosas. Es lo que en Marketing se llama “imagen de marca”, algo muy de moda en estos tiempos.
Plutón dejará de ser planeta, pero la gran expectación que ha creado la reunión de Praga donde se ha discutido la complejidad del cielo, parece reproducir el eterno mito del culto a “allí arriba”, semejante a la Comisión Teológica Internacional que reunió el Vaticano el pasado noviembre para discutir la existencia del Limbo, aquel lugar que acogía las almas de los niños no bautizados, y que desde entonces tampoco existe. La gran diferencia es que con la posmodernidad, la espiritualidad de la Iglesia ha entrado en decadencia, mientras que los de Praga, tan materialistas como las razones por las que Plutón no volverá a ser planeta, se benefician de la gloria de la mitificación actual de la Ciencia. ¿Una nueva religión?
Daniel Esparza Ruiz, (Becario MAEC-AECI), Olomouc (República Checa)
En fin, decir que la decisión de la Unión Astronómica Internacional de definir Plutón como planeta enano “es una demostración más de que la realidad ha dejado de ser 'real' y se ha transformado, únicamente, en un proceso de interpretación subjetiva”, no es más que una estupidez pedante.
Lo que sí es una interpretación subjetiva (mía), es que la unión de palabras en una frase pretendidamente profunda muestra que la mala digestión de un festín de lecturas erróneas puede provocar un empacho mental que termina en diarrea discursiva. Porque nada hay de subjetivo en la decisión tomada, ni en nada se ve afectada, por supuesto, la “realidad” de Plutón.
Contra esta clase de postmodernos, incapaces de leer una noticia de ciencia y vencer la tentación de hacer analogías sociales directas, ya nos advertían (al parecer con poco éxito*) Sokal y Bricmont, o el propio Weinberg en el libro comentado en el anterior post.
Pero contra la confusión mental (que lleva a meter en un mismo cajón a la Unión Astronómica Internacional y la Comisión Teológica Internacional, para terminar sugiriendo que la ciencia es una nueva religión) sólo cabe confiar en que, algún día, la enseñanza de la ciencia mejore hasta el punto de reforzar el pensamiento lógico, científico y crítico por encima de parafernalias lingüísticas, discursos en pirueta y frases vacías.
* Podeis ver más en:
Comentarios a Sokal y Bricmont 1 ;
Comentarios a Sokal y Bricmont 2
26 agosto 2006
Weinberg frente a Glashow
De vez en cuando compro una tanda de libros de divulgación científica. En concreto, física. Me ha gustado siempre pero, tras ver el fantástico documental “El universo elegante”, de Brian Green, tuve que buscar el libro del mismo nombre y autor. Y, tras leerlo, seguir ampliando con otros en torno, concretamente, a la teoría de cuerdas y las teorías del Todo o Final.
Entre los de esta tanda, Steven Weinberg (“El sueño de una teoría final”) y Sheldon L. Glashow (“El encanto de la física”).
Soy bastante impaciente y, al igual que los niños hacen con sus juguetes nuevos, no puedo esperar para abrir los libros y "jugar" con todos a la vez. No puedo decidirme por empezar uno y relegar el resto: los comienzo todos y los hojeo. El que más me cautiva en esa cata, será el primero en ser leído. En esta ocasión, ambos me gustaron lo suficiente como para compaginar su lectura.
Y ha sido una bendición. Porque ambos son complementarios. Resultaba casi mágico pensar que, a kilómetros de distancia, años después de haber sido escritos ambos, alguien estaba leyendo a la vez dos libros que tenían unos orígenes muy semejantes.
Y es que no solo ambos tienen temas comunes (avances recientes en la física de partículas) sino que los autores nacieron ambos en Nueva York, acudieron al mismo Instituto, estudiaron ambos física y los dos ganaron el Nobel en esta especialidad. Y, a pesar de todo esto, los dos pertenecen a corrientes absolutamente opuestas de la física actual.
Weinberg defiende la “realidad” de la teoría física, la capacidad de la teoría de describir el mundo, aún más allá de demostraciones experimentales, la capacidad del razonamiento teórico-matemático para comprender el origen y funcionamiento del universo incluso adelantándose a lo que los exprimentos puedan confirmar. Glashow, pr el contrario, niega todo contenido teórico que no esté soportado por pruebas experimentales.
Weinberg defiende que la “belleza” de las teorías físicas (en cuanto que deben ser lo más simples e inevitables posibles) es en parte una prueba de su bondad o certeza. El trabajo matemático sobre una determinada teoría puede tener el mismo valor de prueba que la experimentación si ésta no es posible y la prueba matemática es simple, inevitable, “bella”.
La posición de Glashow se encuadra más en el positivismo, necesita la prueba experimental para asumir la verdad de la teoría. Y citar la corriente filosófica del positivismo no es un capricho.
El propio Weinberg la analiza en su libro y nos da una lección no sólo de física, sino de filosofía y sociología de la ciencia. Su capítulo “Contra la filosofía“ es espectacular por su capacidad para derrotar en su campo a filósofos y sociólogos jugando en su terreno y con sus armas: maneja una amplia bibliografía, conoce en profundidad las teorías en estos campos y los rebate convincentemente.
Es hermoso comprobar como el trabajo y los escritos de estos físicos transmiten realmente conocimientos y pasión. Teorías que se acercan a verdades fundamentales, a explicaciones últimas (última en la forma en que explica la última razón por la que una tiza es blanca: no os perdáis ese capítulo) al tiempo que abandona, desprecia lo proveniente de una filosofía o sociología convertidas hoy en meras imposturas, en palabrería hueca, en géneros literarios sin interés (¿Hay que citar otra vez a Sokal y su denuncia de las imposturas de la sociología y los escritos de la “postmodernidad”?).
En resumen, un par de libros de lectura más que recomendable, aunque me siento más cercano a Weinberg y su calidad tanto desde el punto de vista de la capacidad de divulgación como de la amplitud de tremas tratados es muy superior a Glashow . Éste, desde mi punto de vista, escribe mucho peor, desarrolla de forma más limitada los temas y su libro es muy redundante pues a medida que avanza se repite y pierde interés. En mi caso, encontré en él atractivos sobre todos derivados de su contraposición al de Weinberg y de ver como las posturas de uno y otro se enfrentaban.
Lo único lamentable con cada una de estas lecturas es revivir el error de haberme decidido por las ramas de “letras” que ahora me impide disfrutar con mayor conocimiento y profundidad de la belleza de estas teorías.
Entre los de esta tanda, Steven Weinberg (“El sueño de una teoría final”) y Sheldon L. Glashow (“El encanto de la física”).
Soy bastante impaciente y, al igual que los niños hacen con sus juguetes nuevos, no puedo esperar para abrir los libros y "jugar" con todos a la vez. No puedo decidirme por empezar uno y relegar el resto: los comienzo todos y los hojeo. El que más me cautiva en esa cata, será el primero en ser leído. En esta ocasión, ambos me gustaron lo suficiente como para compaginar su lectura.
Y ha sido una bendición. Porque ambos son complementarios. Resultaba casi mágico pensar que, a kilómetros de distancia, años después de haber sido escritos ambos, alguien estaba leyendo a la vez dos libros que tenían unos orígenes muy semejantes.
Y es que no solo ambos tienen temas comunes (avances recientes en la física de partículas) sino que los autores nacieron ambos en Nueva York, acudieron al mismo Instituto, estudiaron ambos física y los dos ganaron el Nobel en esta especialidad. Y, a pesar de todo esto, los dos pertenecen a corrientes absolutamente opuestas de la física actual.
Weinberg defiende la “realidad” de la teoría física, la capacidad de la teoría de describir el mundo, aún más allá de demostraciones experimentales, la capacidad del razonamiento teórico-matemático para comprender el origen y funcionamiento del universo incluso adelantándose a lo que los exprimentos puedan confirmar. Glashow, pr el contrario, niega todo contenido teórico que no esté soportado por pruebas experimentales.
Weinberg defiende que la “belleza” de las teorías físicas (en cuanto que deben ser lo más simples e inevitables posibles) es en parte una prueba de su bondad o certeza. El trabajo matemático sobre una determinada teoría puede tener el mismo valor de prueba que la experimentación si ésta no es posible y la prueba matemática es simple, inevitable, “bella”.
La posición de Glashow se encuadra más en el positivismo, necesita la prueba experimental para asumir la verdad de la teoría. Y citar la corriente filosófica del positivismo no es un capricho.
El propio Weinberg la analiza en su libro y nos da una lección no sólo de física, sino de filosofía y sociología de la ciencia. Su capítulo “Contra la filosofía“ es espectacular por su capacidad para derrotar en su campo a filósofos y sociólogos jugando en su terreno y con sus armas: maneja una amplia bibliografía, conoce en profundidad las teorías en estos campos y los rebate convincentemente.
Es hermoso comprobar como el trabajo y los escritos de estos físicos transmiten realmente conocimientos y pasión. Teorías que se acercan a verdades fundamentales, a explicaciones últimas (última en la forma en que explica la última razón por la que una tiza es blanca: no os perdáis ese capítulo) al tiempo que abandona, desprecia lo proveniente de una filosofía o sociología convertidas hoy en meras imposturas, en palabrería hueca, en géneros literarios sin interés (¿Hay que citar otra vez a Sokal y su denuncia de las imposturas de la sociología y los escritos de la “postmodernidad”?).
En resumen, un par de libros de lectura más que recomendable, aunque me siento más cercano a Weinberg y su calidad tanto desde el punto de vista de la capacidad de divulgación como de la amplitud de tremas tratados es muy superior a Glashow . Éste, desde mi punto de vista, escribe mucho peor, desarrolla de forma más limitada los temas y su libro es muy redundante pues a medida que avanza se repite y pierde interés. En mi caso, encontré en él atractivos sobre todos derivados de su contraposición al de Weinberg y de ver como las posturas de uno y otro se enfrentaban.
Lo único lamentable con cada una de estas lecturas es revivir el error de haberme decidido por las ramas de “letras” que ahora me impide disfrutar con mayor conocimiento y profundidad de la belleza de estas teorías.
22 agosto 2006
La discreción
Un valor asociado con el silencio, sin duda, es la discreción. Y un síntoma de que vivimos en una sociedad que desprecia el silencio y lo relega a algo marginal es que esa misma sociedad valora también cualquier comportamiento excéntrico o notorio por encima de la discreción.
En un momento en el que se cultiva el frikismo y donde la gracia, el cotilleo, el exabrupto o la ocurrencia son mejor valorados que la reflexión o el pensamiento, no participar, ocultarse, es la mejor forma de sobrevivir impoluto ante la marea negra de la vulgaridad.
Hoy es noticia que el matemático ruso Perelman rechaza la medalla Fields por sus avances en la resolución de la conjetura de Poincaré. El rechazo ha sido recibido en algunos medios como muestra de la personalidad antisocial del personaje. Pero lo cierto es que, para mí, es una muestra clara de una personalidad discreta: no querer aparecer donde no es imprescindible que aparezca. Él mismo lo justifica: “Ya sé que la autopromoción es algo corriente y si la gente quiere hacerla pues muy bien, pero no creo que sea positiva. "Si alguien está interesado en mi forma de resolver el problema, está todo ahí, que vayan y lo lean. He publicado todos mis cálculos, es lo que puedo ofrecer al público”.
Un ejemplo que, los periódicos más rancios se han apresurado a interpretar como un desplante a España, pías anfitrión del congreso de matemáticos. Qué pena dan estos opinadores.
Mientras, no hay más que asomarse a la calle o encender el televisor para ver como todos reclaman ser vistos, ser atendidos, ser protagonistas. !Ojalá pronto lo sean de su entierro!
En un momento en el que se cultiva el frikismo y donde la gracia, el cotilleo, el exabrupto o la ocurrencia son mejor valorados que la reflexión o el pensamiento, no participar, ocultarse, es la mejor forma de sobrevivir impoluto ante la marea negra de la vulgaridad.
Hoy es noticia que el matemático ruso Perelman rechaza la medalla Fields por sus avances en la resolución de la conjetura de Poincaré. El rechazo ha sido recibido en algunos medios como muestra de la personalidad antisocial del personaje. Pero lo cierto es que, para mí, es una muestra clara de una personalidad discreta: no querer aparecer donde no es imprescindible que aparezca. Él mismo lo justifica: “Ya sé que la autopromoción es algo corriente y si la gente quiere hacerla pues muy bien, pero no creo que sea positiva. "Si alguien está interesado en mi forma de resolver el problema, está todo ahí, que vayan y lo lean. He publicado todos mis cálculos, es lo que puedo ofrecer al público”.
Un ejemplo que, los periódicos más rancios se han apresurado a interpretar como un desplante a España, pías anfitrión del congreso de matemáticos. Qué pena dan estos opinadores.
Mientras, no hay más que asomarse a la calle o encender el televisor para ver como todos reclaman ser vistos, ser atendidos, ser protagonistas. !Ojalá pronto lo sean de su entierro!
Cafeterías madrileñas: La anti-excelencia
No le pido mucho al día cuando acabo de levantarme. Me suelo contentar con muy poco. A veces, hasta la visión del amanecer en la ciudad desde el atasco de la M30 me parece hermosa (¡y ya hay que ser optimista!). Pero algo que me resulta casi imprescindible es poder disfrutar de una taza de café y hojear al menos (ya se leerá más tarde) la prensa con cierta tranquilidad. Si esto va bien, probablemente lo demás ya es más fácil afrontarlo. No me parece pedir demasiado.
Pero sí lo es. Es demasiado, mucho más de lo que el desagradable gremio de hosteleros madrileños puede ofrecer. Y se empeñará, incluso, en hacérnoslo imposible.
Empiezo el día, por tanto, con la búsqueda de un lugar donde desayunar sin que una música estridente y no solicitada te acompañe. La búsqueda ha sido hoy, un día más, infructuosa. Y eso que creo haber explorado ya todos los bares y cafeterías de varios kilómetros a la redonda. Definitivamente, un poco de tranquilidad y los bares de Madrid (y de casi toda España) son incompatibles.
No puedo entender esa costumbre que se ha instalado en todo el gremio de la hostelería por la cual la televisión o la radio (¡¡o ambos a la vez!!) deben de estar siempre encendidos, aunque nadie lo solicite o les preste atención. Y lo peor es que suelen estar siempre mal ecualizados, sobrecargados de graves que retumban y molestan hasta llegar a “sentirse”, más que a “oirse”.
Pero claro, no vamos a pedir que tengan un oído sensible a quienes lo tienen machacado por la permanente exposición a ruidos, pseudomúsicas y pachangas. Y probablemente se han perforado el tímpano en algún movimiento accidental del palillo eternamente colgante en su boca (si la función crea el órgano, los camareros de Madrid acabarán siendo mutantes con una lengua bífida, una de cuyas terminaciones tendrá forma de palillo)
Lo malo es imaginar como serán los próximos años, cuando toda una generación crecida en el barullo llegue a la edad adulta sin sensibilidad auditiva.
Esta queja sobre los ruidosos bares madrileños me hace detenerme en enumerar otra serie de defectos y carencias que se van instalando en los que en otros tiempos fueron un ejemplo de servicio. Un breve repaso de sus males muestra que:
1) además del agobiante nivel de ruidos ya citado
2) se ha ido generalizando un café infame, penoso
3) un servicio cada día peor derivado de que los patronos intentan obtener cada vez mayor beneficio, por lo que pagan menos cada vez a sus trabajadores y esto hace que la mayoría de los camareros sean en la actualidad inmigrantes o estudiantes mal pagados, descontentos y sin experiencia.
4) Y, ya lo último que podíamos esperarnos, que ni una tortilla de patatas sean capaces de hacer con un mínimo de calidad. Lo más normal ahora es encontrarse con unas patatas apenas cocidas (debe de ser que freírlas les lleva demasiado tiempo) y mucho huevo (que debe de resultar más barato que las patatas) por lo que estamos llegando a la invención de la tortilla francesa de patatas. O quizás sea el último intento de estrechar lazos con nuestros vecinos: la “tortilla hispano-francesa”.
¿Porqué en las ciudades del Norte de España sí es posible encontrar cafeterías decentes uy en Madrid es imposible? En Coruña, Santiago, Ourense, Oviedo, Bilbao, San Sebastián… Casi en cualquier esquina de estas ciudades permanecen locales donde puedes sentarte y sentirte a gusto, con un excelente café, denso, con la leche caliente y levantada en espuma. Pero en la capital del Reino, imposible.
Esa idílica imagen que todos tenemos de los parroquianos de cafés parisinos resulta inimaginable en esta dolorosa ciudad, donde el dueño del bar de la esquina te recibe entre gritos, te sirve un café que recuerda a los tiempos de la escasez y la achicoria (¿tan caro les sale el café? ¡Si te lo cobran a más de un euro!) mientras te martirizan a las 7 de la mañana con los 40 principales a todo volumen. No está claro si me he equivocado y he entrado en un after hours o bien es el dueño el que todavía sigue de farra. Y aun nos queda hablar sobre el nivel de higiene de los patrones de estos garitos (ese palillo citado en los dientes, ese pelo grasiento, esas uñaaas…).
Y no es solo un problema de los dueños de los bares. Claramente tampoco los clientes ayudan a mejorarlos: esos parroquianos que a gritos solucionan todos los problemas del mundo (especialmente los del Real Madrid) mientras tiran papeles, colillas y restos al suelo, se hurgan la oreja con el meñique y se meten al cuerpo unas copichuelas de anís, aguardiente o coñac. ¿Será esto el desayuno de la dieta mediterránea?. Definitivamente todos siguen la juerga nocturna y se han equivocado de afterhours.
Por eso al final, en el país con más bares de la UE resulta casi imposible encontrar algo decente. Últimamente las opciones que van quedando como garantías de buen servicio van siendo exclusivamente las cafeterías de los mejores hoteles, como ya he comentado en algún post previo. Mejor, de cuatro estrellas para arriba. Ahí todavía es posible disfrutar de lo que uno entiende por un servicio decente, sin molestias, ruidos ni baja calidad (salvo en el café, aquí también suele ser solemnemente malo). A esto nos hemos visto limitados: a tener que pagar un sobreprecio excesivo si uno quiere tener un servicio y una tranquilidad que empiezan a resultar utópicas en cualquier otro establecimiento. Y si no, quedarse en casa.
Aunque siempre podeis encontrar versiones un poco más optimistas que también encuentan cosas positivas. Me gustaría poder compartir la opinión del siguiente blog. Como no puedo, comparto el enlace:
http://cerdoagridulce.blogspot.com/2006/06/esta-maldita-y-maravillosa-ciudad-que.html
Pero sí lo es. Es demasiado, mucho más de lo que el desagradable gremio de hosteleros madrileños puede ofrecer. Y se empeñará, incluso, en hacérnoslo imposible.
Empiezo el día, por tanto, con la búsqueda de un lugar donde desayunar sin que una música estridente y no solicitada te acompañe. La búsqueda ha sido hoy, un día más, infructuosa. Y eso que creo haber explorado ya todos los bares y cafeterías de varios kilómetros a la redonda. Definitivamente, un poco de tranquilidad y los bares de Madrid (y de casi toda España) son incompatibles.
No puedo entender esa costumbre que se ha instalado en todo el gremio de la hostelería por la cual la televisión o la radio (¡¡o ambos a la vez!!) deben de estar siempre encendidos, aunque nadie lo solicite o les preste atención. Y lo peor es que suelen estar siempre mal ecualizados, sobrecargados de graves que retumban y molestan hasta llegar a “sentirse”, más que a “oirse”.
Pero claro, no vamos a pedir que tengan un oído sensible a quienes lo tienen machacado por la permanente exposición a ruidos, pseudomúsicas y pachangas. Y probablemente se han perforado el tímpano en algún movimiento accidental del palillo eternamente colgante en su boca (si la función crea el órgano, los camareros de Madrid acabarán siendo mutantes con una lengua bífida, una de cuyas terminaciones tendrá forma de palillo)
Lo malo es imaginar como serán los próximos años, cuando toda una generación crecida en el barullo llegue a la edad adulta sin sensibilidad auditiva.
Esta queja sobre los ruidosos bares madrileños me hace detenerme en enumerar otra serie de defectos y carencias que se van instalando en los que en otros tiempos fueron un ejemplo de servicio. Un breve repaso de sus males muestra que:
1) además del agobiante nivel de ruidos ya citado
2) se ha ido generalizando un café infame, penoso
3) un servicio cada día peor derivado de que los patronos intentan obtener cada vez mayor beneficio, por lo que pagan menos cada vez a sus trabajadores y esto hace que la mayoría de los camareros sean en la actualidad inmigrantes o estudiantes mal pagados, descontentos y sin experiencia.
4) Y, ya lo último que podíamos esperarnos, que ni una tortilla de patatas sean capaces de hacer con un mínimo de calidad. Lo más normal ahora es encontrarse con unas patatas apenas cocidas (debe de ser que freírlas les lleva demasiado tiempo) y mucho huevo (que debe de resultar más barato que las patatas) por lo que estamos llegando a la invención de la tortilla francesa de patatas. O quizás sea el último intento de estrechar lazos con nuestros vecinos: la “tortilla hispano-francesa”.
¿Porqué en las ciudades del Norte de España sí es posible encontrar cafeterías decentes uy en Madrid es imposible? En Coruña, Santiago, Ourense, Oviedo, Bilbao, San Sebastián… Casi en cualquier esquina de estas ciudades permanecen locales donde puedes sentarte y sentirte a gusto, con un excelente café, denso, con la leche caliente y levantada en espuma. Pero en la capital del Reino, imposible.
Esa idílica imagen que todos tenemos de los parroquianos de cafés parisinos resulta inimaginable en esta dolorosa ciudad, donde el dueño del bar de la esquina te recibe entre gritos, te sirve un café que recuerda a los tiempos de la escasez y la achicoria (¿tan caro les sale el café? ¡Si te lo cobran a más de un euro!) mientras te martirizan a las 7 de la mañana con los 40 principales a todo volumen. No está claro si me he equivocado y he entrado en un after hours o bien es el dueño el que todavía sigue de farra. Y aun nos queda hablar sobre el nivel de higiene de los patrones de estos garitos (ese palillo citado en los dientes, ese pelo grasiento, esas uñaaas…).
Y no es solo un problema de los dueños de los bares. Claramente tampoco los clientes ayudan a mejorarlos: esos parroquianos que a gritos solucionan todos los problemas del mundo (especialmente los del Real Madrid) mientras tiran papeles, colillas y restos al suelo, se hurgan la oreja con el meñique y se meten al cuerpo unas copichuelas de anís, aguardiente o coñac. ¿Será esto el desayuno de la dieta mediterránea?. Definitivamente todos siguen la juerga nocturna y se han equivocado de afterhours.
Por eso al final, en el país con más bares de la UE resulta casi imposible encontrar algo decente. Últimamente las opciones que van quedando como garantías de buen servicio van siendo exclusivamente las cafeterías de los mejores hoteles, como ya he comentado en algún post previo. Mejor, de cuatro estrellas para arriba. Ahí todavía es posible disfrutar de lo que uno entiende por un servicio decente, sin molestias, ruidos ni baja calidad (salvo en el café, aquí también suele ser solemnemente malo). A esto nos hemos visto limitados: a tener que pagar un sobreprecio excesivo si uno quiere tener un servicio y una tranquilidad que empiezan a resultar utópicas en cualquier otro establecimiento. Y si no, quedarse en casa.
Aunque siempre podeis encontrar versiones un poco más optimistas que también encuentan cosas positivas. Me gustaría poder compartir la opinión del siguiente blog. Como no puedo, comparto el enlace:
http://cerdoagridulce.blogspot.com/2006/06/esta-maldita-y-maravillosa-ciudad-que.html
19 agosto 2006
Restaurante Vietnam
He comido en el restaurante Vietnam (Velázquez 87; http://www.duendemad.com/goout/Vietnam.html). Tienen, increíblemente, puesto Europa FM. ¿Qué pensarán que aporta Europa Fm a un tranquilo restaurante Oriental? Les pido que lo bajen y ¡¡lo hacen!! Apenas se oye ahora.
Sólo otras dos mesas ocupadas. Una termina ahora y se va. Caray, menos gente y empezaré a estar incómodo... Comida de sabores amplios aunque un poco cargada de cilantro. No me voy a quejar porque me encanta ese sabor. Servicio amable, atento: conversador, sin agobiar, el occidental que hace de jefe de sala; silencioso pero de permanente y cautivadora sonrisa las hermosas orientales que no entienden casi nada de lo que les pido. Solo me sonríen. Yo estoy también de buen humor y, además, algunas páginas del libro de Richard Feynman que acabo de comprar hacen que no pueda contener la sonrisa. Supongo que les cae bien o les hace gracia alguien que entra a comer solo, sonríe mientras lee y, ante la dificultad de que entiendan casi nada de lo que les pido, les sonríe también.
Al terminar la comida, con un café, ojeo el articulo de hoy de Lobo Antunes. De entre los muchos agradecimientos que debo a El Pais, uno de los mayores es el descubrimiento de este autor. Su escritura goza de una poética que pocas narrativas alcanzan. Toda su escritura es un viaje interior. Apenas hay narración o hechos. Y no dejo de pensar que nadie puede describir así las emociones, los sentimientos sino es un psiquiatra con alma de poeta, como le ocurre a este autor.
P.S. Ha muerto Hilario Camacho. La única forma de evitar las muertes definitivas es mantener el recuerdo de los muertos. Pongo una vieja cinta suya. Hace probablemente más de diez años que no la oigo, pero sigue funcionando (el casete, no tanto los temas). Podría decir que, para mí, hoy Hilario Camacho está más vivo que ayer. Aunque haya muerto. Que raro suena ahora oírle “a pesar del tiempo/ al lugar del amor / siempre volveremos / sin decir adiós” . Un poco blando. Y no; no volverá.
Sólo otras dos mesas ocupadas. Una termina ahora y se va. Caray, menos gente y empezaré a estar incómodo... Comida de sabores amplios aunque un poco cargada de cilantro. No me voy a quejar porque me encanta ese sabor. Servicio amable, atento: conversador, sin agobiar, el occidental que hace de jefe de sala; silencioso pero de permanente y cautivadora sonrisa las hermosas orientales que no entienden casi nada de lo que les pido. Solo me sonríen. Yo estoy también de buen humor y, además, algunas páginas del libro de Richard Feynman que acabo de comprar hacen que no pueda contener la sonrisa. Supongo que les cae bien o les hace gracia alguien que entra a comer solo, sonríe mientras lee y, ante la dificultad de que entiendan casi nada de lo que les pido, les sonríe también.
Al terminar la comida, con un café, ojeo el articulo de hoy de Lobo Antunes. De entre los muchos agradecimientos que debo a El Pais, uno de los mayores es el descubrimiento de este autor. Su escritura goza de una poética que pocas narrativas alcanzan. Toda su escritura es un viaje interior. Apenas hay narración o hechos. Y no dejo de pensar que nadie puede describir así las emociones, los sentimientos sino es un psiquiatra con alma de poeta, como le ocurre a este autor.
P.S. Ha muerto Hilario Camacho. La única forma de evitar las muertes definitivas es mantener el recuerdo de los muertos. Pongo una vieja cinta suya. Hace probablemente más de diez años que no la oigo, pero sigue funcionando (el casete, no tanto los temas). Podría decir que, para mí, hoy Hilario Camacho está más vivo que ayer. Aunque haya muerto. Que raro suena ahora oírle “a pesar del tiempo/ al lugar del amor / siempre volveremos / sin decir adiós” . Un poco blando. Y no; no volverá.
18 agosto 2006
Recomendacion musical: tuxedomoon
Descubrí la música de Tuxedomoon hace poco más de 20 años. Creo que fue en uno de aquellos míticos programas de Paloma Chamorro, donde actuaba el grupo (solo lo creo, mi memoria no es muy buena y puede haber sido en otro programa). Tengo la imagen de un grupo vestido de negro y blanco, mezclando instrumentos electrónicos con otros más clásicos: vientos y cuerdas. Música hipnótica, deshumanizada, que transmitía las emociones frías que, vistas desde ahora, parecían sintomáticas de un momento de cambio total (el fin de la era plenamente analógica).
Durante algún tiempo no tuve más referencias suyas que ese breve momento hasta que una mañana de domingo, paseando por el rastro de Madrid, uno de los vendedores piratas de cintas de música me ofreció una grabación del grupo.
Como veis, la música pirata ya existía entonces. Pero se grababa sobre cintas de cassette y, si el pirata era “enrollao” y de calidad, las cintas eran de marca tdk. Incluso se admitían encargos de pirateo en algunos anuncios que publicaba segundamano.
(Digresión: La maldita SGAE no estaba tan cargante con sus impuestos por la compra de soportes grabables. La verdad es que cada vez estoy más a favor del pirateo musical: me obligan a escuchar música en cualquier local, bar, tienda, gimnasio, centro comercial, medio de transporte o tanatorio del mundo. Me imponen una música quiera o no. Y no me piden un duro. Pero si yo elijo escuchar lo que me apetece o hacerme una copia más del último cd que me haya comprado, entonces sí se preocupan por que pague. Porque la música, dicen, no es gratis, por los derechos de los autores y no sé cuantas excusas más. Cuando ellos respeten mi derecho a no oírles, yo respetaré su derecho a enriquecerse… Mientras, ya hay demasiada música en el mundo y por mí, como si no prospera ni sobrevive de su “arte” ningún otro músico en los próximos mil años.)
Vuelvo a Tuxedomoon, aunque después de escrito lo anterior, no puedo más que empezar diciendo que me gustan mucho pero que si no los hubiera conocido, no hubiera pasado nada: otros hubieran llenado su hueco., En todo caso, no son de los que imponen su escucha en cualquier rincón quieras o no. A los buenos grupos hay que buscarlos, pero Christina Aguilera te asaltará en cualquier esquina (musicalmente).
El caso es que durante algún tiempo no encontré más discos suyos en las tiendas habituales.
Pero era asiduo de algunos fanzines especializados en música electrónica y alternativa. Uno de ellos era Rotor. Por él conocí a algunos de los grupos que más me han gustado. Y a través de él conseguí encargar algunos discos más del grupo (Desire, Holy Wars, Ship of fools…) . Ninguno de ellos me decepciono, al contrario, me gustaban más cada vez que los oía y contenían algunos de los temas que más han girado en mi tocadiscos (esto suena a pleistoceno: discos de vinilo y tocadiscos. ¡Y hace apenas diez años!)
Lo cierto es que no eran fáciles de seguir ni de conseguir y yo empezaba a estar menos al tanto de novedades y ya no seguía los fanzines como antes.
No me preocupé mucho más en conseguir noticias de ellos hasta que volvieron a aparecer hace unos meses en Madrid. Me sorprendió saber de ellos, ver que seguían activos y publicando. Si no fuera por lo desagradables que son los conciertos hubiera ido a verles (masas coreando o tarareando las canciones que quieres oír sólo a tu grupo, como si hubieras pagado por escuchar a la tuna en lugar de al grupo protagonista; ambientes incómodos y música y sonoridad siempre peores que en estudio).
El caso es que os adjunto unos enlaces y mi más sincera recomendación de que los escucheis.
www.tuxedomoon.com
www.tuxedomoon.org
http://www.legalsounds.com/download-mp3/tuxedomoon/artist_87
17 agosto 2006
Recomendaciones para un viaje de fin de semana a Compostela
Si llegáis al hotel antes de que anochezca y está cerca del centro, lo mejor es empaparse (literalmente: seguro que llueve) de Santiago nada más llegar.
Salid a dar un paseo desde el comienzo de la calle de El Franco (en la punta de la Alameda) hasta la Plaza del Obradoiro. Esta es la famosa (seguro que ya habeis oído hablar de ella) ruta Paris - Dakar: comienza en un bar llamado París y termina en otro llamado Dakar. Entre ambos, decenas de bares en apenas unos centenares de metros. Todo novato universitario debe hacer la ruta con todas las etapas invitando a los veteranos. Paralela al Franco, La Raíña, también llena de bares para tapear.
Al llegar a la Plaza del Obradoiro, conviene pasear en silencio y soledad bajo una lluvia calma y, desde el centro, mirar a todos los lados y comprobar que es cierto lo que dijo Bofill (padre, por supuesto): es una de las más hermosas plazas del mundo: Palacio de Raxoy, Rectorado, Hostal de los Reyes Católicos, Palacio de Xelmirez y Catedral no dejan un hueco que no sea admirable. Desde algún rincón (seguramente de los bajos del palacio de Xelmirez, o de los soportales del palacio de Raxoi (Casa consistorial) sonará alguna gaita o, en días más cosmopolitas, saxo o violín. No os dejéis avasallar por los tunos: os asaltarán "jóvenes" de casi cuarenta años que se quedaron colgados de su tiempo universitario e intentarán, disfrazados de tuno, que subvenciones su eterna juventud comprándoles cassettes de la tuna.
Tras esto, y si aún os da tiempo, dad una vuelta en torno a la Catedral, subiendo por el callejón del Palacio de Xelmirez, junto a la fachada de San Martín Pinario y rodeando toda la catedral hasta llegar a la Quintana dos Mortos. Vista desde arriba y de noche es cuando resulta más bonita. De ahí bajas a la Quintana dos Vivos, la Platería y llegas de nuevo al Obradoiro.
Si os apetece comer algo, bajad el Enxebre. No es de gran calidad ni para hartarse, pero se puede picar algo con un buen vino en los bajos del Hostal (Parador), y es, estéticamente bastante agradable.
Si os habéis quedado con hambre, entrad en cualquier café y pedid alguna tarta. Tanto el café como la bollería son excelentes en Santiago. Podéis volver a la Quintana y visitar la cafetería que está el parte alta de las escaleras. Y si aún os queda marcha, muy cerca de ésta está "A casa das crechas", un lugar de reunión de jóvenes con marcha folklórica: suele haber buenas actuaciones, buena cerveza y un montón de gente. Y cerca de éste, el Modus Vivendi: dicen que fue el primer pub de Galicia y, desde luego, debe estar en el local más antiguo: los bajos de un edifico medieval. Y a dormir, que el sábado hay que aprovecharlo.
Lo mejor, intentar levantarse temprano y dar un paseo hasta la plaza de abastos (el mercado) y empaparse de olores y visiones: podrás encontrar una variedad de tipos notables, y casi todos étnicamente puros: auténtica Galicia profunda. Destacan los puestos de quesos, mariscos, pescados y flores.
Dejad la zona típica para la tarde: a estas horas todo el mundo visita la plaza y la catedral. Id hasta el CGAC y el parque que lo rodea. Es un pareque maravilloso diseñado por el arquitecto Álvaro Siza y la paisajista Isabel Aguirre sobre el antiguo cementerio y complementando el museo del propio Siza. Es espectaculra si se pasea de noche entre los antiguos nichos. Y en verano, en ocasiones, se representan obras de teatro en un ambiente,, como podeis imaginar, sobrecogedor. En el museo suele haber exposiciones interesantes, aunque el edificio esta envejeciendo y deteriorándose más rapidamente d elo que cabría esperar (es interesante leer el artículo de Oscar Tusquets sobre este aspecto en su libro "Dios lo ve"). Si aún es pronto, volved hasta el centro dando un paseo por el mercado hasta la zona vieja (bueno, decir vieja en Santiago no aclara mucho: al Obradoiro) perdiéndoos entre las callejuelas. Apenas está a 300 o 400 metros el mercado del CGAC.
Tras visitar esta zona, quizás se acerce la hora de comer. Primero, en cualquier bar pedid un vinito y una tapa de queso o pulpo, para abrir boca. Después, acercaos a “O 16” (en el número 16 de la calle que está enfrente del CGAC y el Monasterio de San Domingos de Bonaval). Aqui la comida es buena y el vino mejor: pedios un albariño, cachelos, pulpo, croquetas...A mi, en particluar, lo único que no me gustaba mucho era la empanada, pero es que la de Ourense es insuperable y cualquier otra pierde en comparación. En todo caso, si pedís empanada, que sea de bacalao, vieiras, berberechos. Las de carne son las menos jugosas y las de bonito se inventaron en Madrid: en Galicia no solía haber o las han puesto para satisfacer a los no gallegos
Toca una sobremesa relajada, de nuevo nos acercamos a la parte vieja y, tras café y bollo (por ejemplo, en el Derby (el café al que acudía Valle Inclán, Plaza de Galicia) ahora sí, visitad de día la zona vieja, la plaza del Obradoiro y ya, por dentro, la catedral. Dependiendo de cuanto os guste el arte y cuanto os queráis cansar, esta visita pueda dar para una hora o para toda la tarde.
Lo mejor es salir cuando uno se canse de visita cultural e ir ya directo a la zona de vinos de la parte vieja para empezar a tapear al tiempo que entre bar y bar o terraza y terraza se pasea uno toda la zona vieja. Casi por cualquier sitio que camineis encontraréis rincones agradables: Santiago es una ciudad para pasear a pie tranquilamente, aunque llueva. Podéis deteneros a tomar fuerzas casi en cualquier bar: O Gato Negro, para pedir unos berberechos, el bar Coruña, si preferís un bocadillo calentito,... Cualquiera es idóneo para tomarse un vino y una tapa. Por cierto, lo típico es pedir una "cunca" (taza) de vino (nunca ribeiro -salvo el Viña Costeira-; mejor albariño, o incluso un tinto de Amandi) Ahora abundan también los locales un poco más "glamourosos" y "elitistas" donde tomar buenos vinos y raciones un poco más escasas pero mejor presentadas. Se detectan fácilmente por su estética entre postmoderna y tradicional. Hay que probar de todo. Suelen estar en las calles cercanas a la catedral
Tras haber picado-cenado, copitas nocturnas: Santiago dispone de dos tipos de habitantes: estudiantes y funcionarios: los estudiantes salen entre semana y, especialmente, el jueves, así que veréis solo algunos restos. Los funcionarios sí salen los fines de semana. La zona de salida es la de los alrededores de la "Praza Roxa". Pero antes de ir allí, conviene conocer (si no se ha ido el viernes) el Momo: caipirinhas y mojitos, decoración y jardines, que son (o al menos eran) espectaculares para un bar. Ya en la zona de la "Praza Roxa" hay decenas de garitos donde tomar unas copas, picar algo, escuchar musica. Es una zona más urbana y moderna que el casco viejo y con garitos menos "folk" y rancios. Antes estaba bien el Café del Bolengo, un pequeño pub, tranquilo, con buena música y buenas bebidas. Si aguantáis toda la noche, lo tradicional es terminar en la discoteca del Araguaney (el mejor hotel de la zona, en el centro) cansado de bailar para, luego, desayunar en alguno de los bares o cafeterías de la zona pollo asado o spaguettis (es el desayuno típico allí de los noctámbulos: en muchos casos hay que ir después a la Facultad y hay que tomar fuerzas).
Tras dormir un rato, comienza el último día. Como es domingo, paseíto matutino por la Alameda (foto con las dos Marías: dos hermanas que paseaban a diario por este parque y merecieron un monumento: murieron hace unos años, primero una en Santiago y después la segunda, en una residencia en Coruña donde dicen que enloqueció por no ver la Alameda) y los jardines de la Universidad. Tras el paseo y haber hecho un poco de hambre, uno puede acercarse al Quijote, en la calle Galeras, a tomar algo. O a un garito con una reproducción de un molino en funcionamiento justo a un lado de la Alameda (creo que Calle Xoan Carlos I, con unos quesos exquisitos y un ambiente que te traslada a alguna aldea en el campo). O volver a la zona de vinos y pasar por el Suso: si Suso está inspirado (y aún vive) su charla merece el viaje: pocos conocen más cosas sobre las peregrinaciones a Santiago. Es un bareto pequeño y cutre, pero un clásico. Antes tenían buenos buñuelos.
Y para despedirse con buen sabor de boca: Toñi Vicente (lujo total), o el Vilas (probable encontrarse con Fraga). O, como no, el Parador, siempre garantizado. Más económicos, los locales e la calle de O Franco, suelen ser de calidad media y se puede encontrar buen marisco. Además, como la competencia es bestial, los precios no son excesivos. Creo recordar que el 42 ó el 46 estaban bien (se llaman como el número del portal; el que digo es uno con terrazita al fondo.)
Otras cosas: hay un montón de sitios donde venden cosillas y recuerdos para los turistas: no merecen la pena: os recomiendo algún queso en la plaza de abastos, o algún Albariño en cualquier tienda. Pero, en realidad, no encontraréis nada que no tengáis ya en El Corte Inglés, salvo algunas camisetas en gallego con juegos de palabra que los no gallegos no captarán.
Si quereis dar algún paseo más, acercaos, por detrás del Hostal y la Avenida de Xoan XXIII, al parque del Auditorio de la Música: un lugar tranquilo, verde, donde pasear entre nativos (pocos turistas llegan hasta aquí: ideal para una mañana de domingo soleada.
También en los alrededores, no demasiado lejos pero como para pensarse llamar un taxi, merece la pena ver la Colegiata del Sar y la zona del antiguo seminario. La colegiata se construyó de forma un tanto deficiente y un pequeño terremoto lo puso bien de manifiesto: hoy, todas sus columnas están peligrosamente inclinadas, lo que da a su nave un aspecto realmente extraño. Aparte de eso, es un buen ejemplar de románico gallego.
También es digno de visita, en caso de tener tiempo, en los alrededores (mejor con taxi) el Monasterio de Conxo: solo lo puedes ver por fuera porque ahora es un psiquiátrico. Justo enfrente hay o había una tabernilla donde te puedes poner morado a pulpo, cachelos, empanada, queso, "vitela" (carne cocida, con pimentón) y "zorza" (picadillo de chorizo) o "raxo" (una especie de chicharrones rallados). Lo mejor es que las mesas son grandes bancos corridos, donde te sentabas al lado de la gente que, en la mayoría de los casos, son los enfermos del psiquiátrico y sus familias de visita: espectacular. Y si sales a caminar para bajar la comida, te encuentras, casi pared con pared al lado del psiquiátrico, la fábrica de Televés (las antenas de satélite) que, curiosamente, tiene en un lado un pequeño corral con gallinas: ni Macondo supera este realismo mágico.
Una recomendación, dejaos llevar por vuestros pies: se suele llegar siempre a algún lugar medio perdido, un trozo de rural en la ciudad imprevisible y encantador.
Todas estas informaciones tienen una antigüedad de años: no se garantiza la continuidad de los locales, las direcciones ni el mantenimiento de la calidad o aforo previamente conocido: cualquier tiempo pasado fue mejor.
Salid a dar un paseo desde el comienzo de la calle de El Franco (en la punta de la Alameda) hasta la Plaza del Obradoiro. Esta es la famosa (seguro que ya habeis oído hablar de ella) ruta Paris - Dakar: comienza en un bar llamado París y termina en otro llamado Dakar. Entre ambos, decenas de bares en apenas unos centenares de metros. Todo novato universitario debe hacer la ruta con todas las etapas invitando a los veteranos. Paralela al Franco, La Raíña, también llena de bares para tapear.
Al llegar a la Plaza del Obradoiro, conviene pasear en silencio y soledad bajo una lluvia calma y, desde el centro, mirar a todos los lados y comprobar que es cierto lo que dijo Bofill (padre, por supuesto): es una de las más hermosas plazas del mundo: Palacio de Raxoy, Rectorado, Hostal de los Reyes Católicos, Palacio de Xelmirez y Catedral no dejan un hueco que no sea admirable. Desde algún rincón (seguramente de los bajos del palacio de Xelmirez, o de los soportales del palacio de Raxoi (Casa consistorial) sonará alguna gaita o, en días más cosmopolitas, saxo o violín. No os dejéis avasallar por los tunos: os asaltarán "jóvenes" de casi cuarenta años que se quedaron colgados de su tiempo universitario e intentarán, disfrazados de tuno, que subvenciones su eterna juventud comprándoles cassettes de la tuna.
Tras esto, y si aún os da tiempo, dad una vuelta en torno a la Catedral, subiendo por el callejón del Palacio de Xelmirez, junto a la fachada de San Martín Pinario y rodeando toda la catedral hasta llegar a la Quintana dos Mortos. Vista desde arriba y de noche es cuando resulta más bonita. De ahí bajas a la Quintana dos Vivos, la Platería y llegas de nuevo al Obradoiro.
Si os apetece comer algo, bajad el Enxebre. No es de gran calidad ni para hartarse, pero se puede picar algo con un buen vino en los bajos del Hostal (Parador), y es, estéticamente bastante agradable.
Si os habéis quedado con hambre, entrad en cualquier café y pedid alguna tarta. Tanto el café como la bollería son excelentes en Santiago. Podéis volver a la Quintana y visitar la cafetería que está el parte alta de las escaleras. Y si aún os queda marcha, muy cerca de ésta está "A casa das crechas", un lugar de reunión de jóvenes con marcha folklórica: suele haber buenas actuaciones, buena cerveza y un montón de gente. Y cerca de éste, el Modus Vivendi: dicen que fue el primer pub de Galicia y, desde luego, debe estar en el local más antiguo: los bajos de un edifico medieval. Y a dormir, que el sábado hay que aprovecharlo.
Lo mejor, intentar levantarse temprano y dar un paseo hasta la plaza de abastos (el mercado) y empaparse de olores y visiones: podrás encontrar una variedad de tipos notables, y casi todos étnicamente puros: auténtica Galicia profunda. Destacan los puestos de quesos, mariscos, pescados y flores.
Dejad la zona típica para la tarde: a estas horas todo el mundo visita la plaza y la catedral. Id hasta el CGAC y el parque que lo rodea. Es un pareque maravilloso diseñado por el arquitecto Álvaro Siza y la paisajista Isabel Aguirre sobre el antiguo cementerio y complementando el museo del propio Siza. Es espectaculra si se pasea de noche entre los antiguos nichos. Y en verano, en ocasiones, se representan obras de teatro en un ambiente,, como podeis imaginar, sobrecogedor. En el museo suele haber exposiciones interesantes, aunque el edificio esta envejeciendo y deteriorándose más rapidamente d elo que cabría esperar (es interesante leer el artículo de Oscar Tusquets sobre este aspecto en su libro "Dios lo ve"). Si aún es pronto, volved hasta el centro dando un paseo por el mercado hasta la zona vieja (bueno, decir vieja en Santiago no aclara mucho: al Obradoiro) perdiéndoos entre las callejuelas. Apenas está a 300 o 400 metros el mercado del CGAC.
Tras visitar esta zona, quizás se acerce la hora de comer. Primero, en cualquier bar pedid un vinito y una tapa de queso o pulpo, para abrir boca. Después, acercaos a “O 16” (en el número 16 de la calle que está enfrente del CGAC y el Monasterio de San Domingos de Bonaval). Aqui la comida es buena y el vino mejor: pedios un albariño, cachelos, pulpo, croquetas...A mi, en particluar, lo único que no me gustaba mucho era la empanada, pero es que la de Ourense es insuperable y cualquier otra pierde en comparación. En todo caso, si pedís empanada, que sea de bacalao, vieiras, berberechos. Las de carne son las menos jugosas y las de bonito se inventaron en Madrid: en Galicia no solía haber o las han puesto para satisfacer a los no gallegos
Toca una sobremesa relajada, de nuevo nos acercamos a la parte vieja y, tras café y bollo (por ejemplo, en el Derby (el café al que acudía Valle Inclán, Plaza de Galicia) ahora sí, visitad de día la zona vieja, la plaza del Obradoiro y ya, por dentro, la catedral. Dependiendo de cuanto os guste el arte y cuanto os queráis cansar, esta visita pueda dar para una hora o para toda la tarde.
Lo mejor es salir cuando uno se canse de visita cultural e ir ya directo a la zona de vinos de la parte vieja para empezar a tapear al tiempo que entre bar y bar o terraza y terraza se pasea uno toda la zona vieja. Casi por cualquier sitio que camineis encontraréis rincones agradables: Santiago es una ciudad para pasear a pie tranquilamente, aunque llueva. Podéis deteneros a tomar fuerzas casi en cualquier bar: O Gato Negro, para pedir unos berberechos, el bar Coruña, si preferís un bocadillo calentito,... Cualquiera es idóneo para tomarse un vino y una tapa. Por cierto, lo típico es pedir una "cunca" (taza) de vino (nunca ribeiro -salvo el Viña Costeira-; mejor albariño, o incluso un tinto de Amandi) Ahora abundan también los locales un poco más "glamourosos" y "elitistas" donde tomar buenos vinos y raciones un poco más escasas pero mejor presentadas. Se detectan fácilmente por su estética entre postmoderna y tradicional. Hay que probar de todo. Suelen estar en las calles cercanas a la catedral
Tras haber picado-cenado, copitas nocturnas: Santiago dispone de dos tipos de habitantes: estudiantes y funcionarios: los estudiantes salen entre semana y, especialmente, el jueves, así que veréis solo algunos restos. Los funcionarios sí salen los fines de semana. La zona de salida es la de los alrededores de la "Praza Roxa". Pero antes de ir allí, conviene conocer (si no se ha ido el viernes) el Momo: caipirinhas y mojitos, decoración y jardines, que son (o al menos eran) espectaculares para un bar. Ya en la zona de la "Praza Roxa" hay decenas de garitos donde tomar unas copas, picar algo, escuchar musica. Es una zona más urbana y moderna que el casco viejo y con garitos menos "folk" y rancios. Antes estaba bien el Café del Bolengo, un pequeño pub, tranquilo, con buena música y buenas bebidas. Si aguantáis toda la noche, lo tradicional es terminar en la discoteca del Araguaney (el mejor hotel de la zona, en el centro) cansado de bailar para, luego, desayunar en alguno de los bares o cafeterías de la zona pollo asado o spaguettis (es el desayuno típico allí de los noctámbulos: en muchos casos hay que ir después a la Facultad y hay que tomar fuerzas).
Tras dormir un rato, comienza el último día. Como es domingo, paseíto matutino por la Alameda (foto con las dos Marías: dos hermanas que paseaban a diario por este parque y merecieron un monumento: murieron hace unos años, primero una en Santiago y después la segunda, en una residencia en Coruña donde dicen que enloqueció por no ver la Alameda) y los jardines de la Universidad. Tras el paseo y haber hecho un poco de hambre, uno puede acercarse al Quijote, en la calle Galeras, a tomar algo. O a un garito con una reproducción de un molino en funcionamiento justo a un lado de la Alameda (creo que Calle Xoan Carlos I, con unos quesos exquisitos y un ambiente que te traslada a alguna aldea en el campo). O volver a la zona de vinos y pasar por el Suso: si Suso está inspirado (y aún vive) su charla merece el viaje: pocos conocen más cosas sobre las peregrinaciones a Santiago. Es un bareto pequeño y cutre, pero un clásico. Antes tenían buenos buñuelos.
Y para despedirse con buen sabor de boca: Toñi Vicente (lujo total), o el Vilas (probable encontrarse con Fraga). O, como no, el Parador, siempre garantizado. Más económicos, los locales e la calle de O Franco, suelen ser de calidad media y se puede encontrar buen marisco. Además, como la competencia es bestial, los precios no son excesivos. Creo recordar que el 42 ó el 46 estaban bien (se llaman como el número del portal; el que digo es uno con terrazita al fondo.)
Otras cosas: hay un montón de sitios donde venden cosillas y recuerdos para los turistas: no merecen la pena: os recomiendo algún queso en la plaza de abastos, o algún Albariño en cualquier tienda. Pero, en realidad, no encontraréis nada que no tengáis ya en El Corte Inglés, salvo algunas camisetas en gallego con juegos de palabra que los no gallegos no captarán.
Si quereis dar algún paseo más, acercaos, por detrás del Hostal y la Avenida de Xoan XXIII, al parque del Auditorio de la Música: un lugar tranquilo, verde, donde pasear entre nativos (pocos turistas llegan hasta aquí: ideal para una mañana de domingo soleada.
También en los alrededores, no demasiado lejos pero como para pensarse llamar un taxi, merece la pena ver la Colegiata del Sar y la zona del antiguo seminario. La colegiata se construyó de forma un tanto deficiente y un pequeño terremoto lo puso bien de manifiesto: hoy, todas sus columnas están peligrosamente inclinadas, lo que da a su nave un aspecto realmente extraño. Aparte de eso, es un buen ejemplar de románico gallego.
También es digno de visita, en caso de tener tiempo, en los alrededores (mejor con taxi) el Monasterio de Conxo: solo lo puedes ver por fuera porque ahora es un psiquiátrico. Justo enfrente hay o había una tabernilla donde te puedes poner morado a pulpo, cachelos, empanada, queso, "vitela" (carne cocida, con pimentón) y "zorza" (picadillo de chorizo) o "raxo" (una especie de chicharrones rallados). Lo mejor es que las mesas son grandes bancos corridos, donde te sentabas al lado de la gente que, en la mayoría de los casos, son los enfermos del psiquiátrico y sus familias de visita: espectacular. Y si sales a caminar para bajar la comida, te encuentras, casi pared con pared al lado del psiquiátrico, la fábrica de Televés (las antenas de satélite) que, curiosamente, tiene en un lado un pequeño corral con gallinas: ni Macondo supera este realismo mágico.
Una recomendación, dejaos llevar por vuestros pies: se suele llegar siempre a algún lugar medio perdido, un trozo de rural en la ciudad imprevisible y encantador.
Todas estas informaciones tienen una antigüedad de años: no se garantiza la continuidad de los locales, las direcciones ni el mantenimiento de la calidad o aforo previamente conocido: cualquier tiempo pasado fue mejor.
16 agosto 2006
Madrid en agosto: slow life
Una vez más, el 15 de Agosto se convierte en el día reservado para disfrutar de “mi” Madrid. En los últimos años, por diferentes causas, ha coincidido el que me encontrase solo en la ciudad en un día en el que parece que también la ciudad está sola. Es un día para disfrutar de espacios donde poder encontrarnos con menos gente de lo habitual (aunque la coincidencia en martes ha hecho que realmente los días con un Madrid más vacío fueran los anteriores, en mitad del puente, especialmente el domingo).
Habitualmente, en días así me gusta ir a desayunar o tomar el aperitivo a La Pecera, la cafetería del Círculo de Bellas Artes. Uno de los pocos lugares donde se puede uno sentar y no escuchar música alguna, un lujo bien fácil de ofrecer y, sin embargo, casi imposible de encontrar.
Ayer, la falta de aparcamiento sumada a los andamios instalados en el local para restaurar las pinturas del techo, me disuadieron de ir hasta él. Opté por ir al parking de la plaza de las Cortes y sentarme un rato bajo la Cúpula del Palace. Lamentablemente, también hasta aquí ha llegado la ruin moda de poner altavoces y musiquita donde no es necesaria. Al menos, el volumen no es estridente y la selección, aunque incoherente (jazz, más clásica, más bossa nova, todo en popurrí) no molesta.
Lo peor, la coincidencia con la estancia de los ancianos y enfermos Rolling Stones (conciertos suspendidos por faringitis. Días después muere Stroeesner, el tiranosauro: la edad no perdona :-) ). Su presencia hizo que la salida del Palace se convirtiera en una lucha a empellones para construirse un pasillo por el que huir de la masa de fans y fotógrafos.
Entiendo que los fotógrafos y pseudoperiodistas acudan a sitios así. Pero no puedo entender qué lleva a las masas a soportar la presencia de decenas de personas apretujándoles en la espera inacabable por ver durante unos segundos la jeta de unos tipos para quienes no serán más que una mancha molesta en su visión durante unos segundos. Luego volverán a sus lujosas vidas en ambientes lujosos, pagados por todos esos fans irracionales. Pero allí estaban todos, móvil en ristre, para sacar una foto con la que poder decir: “!Mirad! Ahí estaba Jagger, cerca de mí. No me hizo ni puto caso, pero me hizo taaan feliz compartir con él ese momento de desprecio!”
En fin, volvamos a lo nuestro dejando a los fans en su nube de felicidad. Llega la hora de la comida y ésto resulta un poco más complicado. No me gustan mucho los típicos restaurantes madrileños de menú ni la comida rápida. Y es cierto que los de una calidad mediana suelen cerrar en agosto dado que la clientela está garantizada el resto del año, cuando hay que reservar para ir a cualquier local (¿es que ya nadie come o cena en casa?). En esta ocasión me equivoqué eligiendo un japonés cuya comida no estaba mal (no bien) pero que era terriblemente feo. Ni siquiera recuerdo el nombre (Dai-shi-ki o algo así, en la calle de La Reina)
Sin embargo, sí fue agradable poder pasear por Recoletos disfrutando de que el escaso tráfico apenas generaba ruido y permitía concentrarse en algunos de los magníficos edificios que bordean el paseo.
Tras al paseo, la posibilidad de sentarse en algunas de las terrazas del propio Recoletos (entre una vegetación que a veces permite olvidar que estás en el meollo de la ciudad). O en Alcalá, o en Azca, dónde precisamente lo agradable es ver la actividad de ese meollito de la ciudad; disfrutar del espectáculo de la variada gente que pasa (turistas casi todos: se nota por sus ropas, por su cámara pero, sobretodo, porque no hablan a gritos, evitando esa sensación que damos los nativos de gritar verdades absolutas que deben ser oídas por todos quienes nos rodean cada vez que abrimos la boca).
A medida que va bajado el sol, desde el ático del Hotel de Las Letras, es un espectáculo ver los reflejos sobre los tejados de Madrid y comprobar como las mejores vistas de una ciudad pueden limitarse a una colección variada de tejas, pizarras, cúpulas y cubiertas.
Y así puedes ir aprovechando los días de menos actividad en Madrid, cuando nuestra ciudad puede llegar a ser un paradigma de “slow life”.
Habitualmente, en días así me gusta ir a desayunar o tomar el aperitivo a La Pecera, la cafetería del Círculo de Bellas Artes. Uno de los pocos lugares donde se puede uno sentar y no escuchar música alguna, un lujo bien fácil de ofrecer y, sin embargo, casi imposible de encontrar.
Ayer, la falta de aparcamiento sumada a los andamios instalados en el local para restaurar las pinturas del techo, me disuadieron de ir hasta él. Opté por ir al parking de la plaza de las Cortes y sentarme un rato bajo la Cúpula del Palace. Lamentablemente, también hasta aquí ha llegado la ruin moda de poner altavoces y musiquita donde no es necesaria. Al menos, el volumen no es estridente y la selección, aunque incoherente (jazz, más clásica, más bossa nova, todo en popurrí) no molesta.
Lo peor, la coincidencia con la estancia de los ancianos y enfermos Rolling Stones (conciertos suspendidos por faringitis. Días después muere Stroeesner, el tiranosauro: la edad no perdona :-) ). Su presencia hizo que la salida del Palace se convirtiera en una lucha a empellones para construirse un pasillo por el que huir de la masa de fans y fotógrafos.
Entiendo que los fotógrafos y pseudoperiodistas acudan a sitios así. Pero no puedo entender qué lleva a las masas a soportar la presencia de decenas de personas apretujándoles en la espera inacabable por ver durante unos segundos la jeta de unos tipos para quienes no serán más que una mancha molesta en su visión durante unos segundos. Luego volverán a sus lujosas vidas en ambientes lujosos, pagados por todos esos fans irracionales. Pero allí estaban todos, móvil en ristre, para sacar una foto con la que poder decir: “!Mirad! Ahí estaba Jagger, cerca de mí. No me hizo ni puto caso, pero me hizo taaan feliz compartir con él ese momento de desprecio!”
En fin, volvamos a lo nuestro dejando a los fans en su nube de felicidad. Llega la hora de la comida y ésto resulta un poco más complicado. No me gustan mucho los típicos restaurantes madrileños de menú ni la comida rápida. Y es cierto que los de una calidad mediana suelen cerrar en agosto dado que la clientela está garantizada el resto del año, cuando hay que reservar para ir a cualquier local (¿es que ya nadie come o cena en casa?). En esta ocasión me equivoqué eligiendo un japonés cuya comida no estaba mal (no bien) pero que era terriblemente feo. Ni siquiera recuerdo el nombre (Dai-shi-ki o algo así, en la calle de La Reina)
Sin embargo, sí fue agradable poder pasear por Recoletos disfrutando de que el escaso tráfico apenas generaba ruido y permitía concentrarse en algunos de los magníficos edificios que bordean el paseo.
Tras al paseo, la posibilidad de sentarse en algunas de las terrazas del propio Recoletos (entre una vegetación que a veces permite olvidar que estás en el meollo de la ciudad). O en Alcalá, o en Azca, dónde precisamente lo agradable es ver la actividad de ese meollito de la ciudad; disfrutar del espectáculo de la variada gente que pasa (turistas casi todos: se nota por sus ropas, por su cámara pero, sobretodo, porque no hablan a gritos, evitando esa sensación que damos los nativos de gritar verdades absolutas que deben ser oídas por todos quienes nos rodean cada vez que abrimos la boca).
A medida que va bajado el sol, desde el ático del Hotel de Las Letras, es un espectáculo ver los reflejos sobre los tejados de Madrid y comprobar como las mejores vistas de una ciudad pueden limitarse a una colección variada de tejas, pizarras, cúpulas y cubiertas.
Y así puedes ir aprovechando los días de menos actividad en Madrid, cuando nuestra ciudad puede llegar a ser un paradigma de “slow life”.
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