22 agosto 2006

Cafeterías madrileñas: La anti-excelencia

No le pido mucho al día cuando acabo de levantarme. Me suelo contentar con muy poco. A veces, hasta la visión del amanecer en la ciudad desde el atasco de la M30 me parece hermosa (¡y ya hay que ser optimista!). Pero algo que me resulta casi imprescindible es poder disfrutar de una taza de café y hojear al menos (ya se leerá más tarde) la prensa con cierta tranquilidad. Si esto va bien, probablemente lo demás ya es más fácil afrontarlo. No me parece pedir demasiado.

Pero sí lo es. Es demasiado, mucho más de lo que el desagradable gremio de hosteleros madrileños puede ofrecer. Y se empeñará, incluso, en hacérnoslo imposible.

Empiezo el día, por tanto, con la búsqueda de un lugar donde desayunar sin que una música estridente y no solicitada te acompañe. La búsqueda ha sido hoy, un día más, infructuosa. Y eso que creo haber explorado ya todos los bares y cafeterías de varios kilómetros a la redonda. Definitivamente, un poco de tranquilidad y los bares de Madrid (y de casi toda España) son incompatibles.

No puedo entender esa costumbre que se ha instalado en todo el gremio de la hostelería por la cual la televisión o la radio (¡¡o ambos a la vez!!) deben de estar siempre encendidos, aunque nadie lo solicite o les preste atención. Y lo peor es que suelen estar siempre mal ecualizados, sobrecargados de graves que retumban y molestan hasta llegar a “sentirse”, más que a “oirse”.

Pero claro, no vamos a pedir que tengan un oído sensible a quienes lo tienen machacado por la permanente exposición a ruidos, pseudomúsicas y pachangas. Y probablemente se han perforado el tímpano en algún movimiento accidental del palillo eternamente colgante en su boca (si la función crea el órgano, los camareros de Madrid acabarán siendo mutantes con una lengua bífida, una de cuyas terminaciones tendrá forma de palillo)

Lo malo es imaginar como serán los próximos años, cuando toda una generación crecida en el barullo llegue a la edad adulta sin sensibilidad auditiva.

Esta queja sobre los ruidosos bares madrileños me hace detenerme en enumerar otra serie de defectos y carencias que se van instalando en los que en otros tiempos fueron un ejemplo de servicio. Un breve repaso de sus males muestra que:
1) además del agobiante nivel de ruidos ya citado
2) se ha ido generalizando un café infame, penoso
3) un servicio cada día peor derivado de que los patronos intentan obtener cada vez mayor beneficio, por lo que pagan menos cada vez a sus trabajadores y esto hace que la mayoría de los camareros sean en la actualidad inmigrantes o estudiantes mal pagados, descontentos y sin experiencia.
4) Y, ya lo último que podíamos esperarnos, que ni una tortilla de patatas sean capaces de hacer con un mínimo de calidad. Lo más normal ahora es encontrarse con unas patatas apenas cocidas (debe de ser que freírlas les lleva demasiado tiempo) y mucho huevo (que debe de resultar más barato que las patatas) por lo que estamos llegando a la invención de la tortilla francesa de patatas. O quizás sea el último intento de estrechar lazos con nuestros vecinos: la “tortilla hispano-francesa”.

¿Porqué en las ciudades del Norte de España sí es posible encontrar cafeterías decentes uy en Madrid es imposible? En Coruña, Santiago, Ourense, Oviedo, Bilbao, San Sebastián… Casi en cualquier esquina de estas ciudades permanecen locales donde puedes sentarte y sentirte a gusto, con un excelente café, denso, con la leche caliente y levantada en espuma. Pero en la capital del Reino, imposible.

Esa idílica imagen que todos tenemos de los parroquianos de cafés parisinos resulta inimaginable en esta dolorosa ciudad, donde el dueño del bar de la esquina te recibe entre gritos, te sirve un café que recuerda a los tiempos de la escasez y la achicoria (¿tan caro les sale el café? ¡Si te lo cobran a más de un euro!) mientras te martirizan a las 7 de la mañana con los 40 principales a todo volumen. No está claro si me he equivocado y he entrado en un after hours o bien es el dueño el que todavía sigue de farra. Y aun nos queda hablar sobre el nivel de higiene de los patrones de estos garitos (ese palillo citado en los dientes, ese pelo grasiento, esas uñaaas…).

Y no es solo un problema de los dueños de los bares. Claramente tampoco los clientes ayudan a mejorarlos: esos parroquianos que a gritos solucionan todos los problemas del mundo (especialmente los del Real Madrid) mientras tiran papeles, colillas y restos al suelo, se hurgan la oreja con el meñique y se meten al cuerpo unas copichuelas de anís, aguardiente o coñac. ¿Será esto el desayuno de la dieta mediterránea?. Definitivamente todos siguen la juerga nocturna y se han equivocado de afterhours.

Por eso al final, en el país con más bares de la UE resulta casi imposible encontrar algo decente. Últimamente las opciones que van quedando como garantías de buen servicio van siendo exclusivamente las cafeterías de los mejores hoteles, como ya he comentado en algún post previo. Mejor, de cuatro estrellas para arriba. Ahí todavía es posible disfrutar de lo que uno entiende por un servicio decente, sin molestias, ruidos ni baja calidad (salvo en el café, aquí también suele ser solemnemente malo). A esto nos hemos visto limitados: a tener que pagar un sobreprecio excesivo si uno quiere tener un servicio y una tranquilidad que empiezan a resultar utópicas en cualquier otro establecimiento. Y si no, quedarse en casa.

Aunque siempre podeis encontrar versiones un poco más optimistas que también encuentan cosas positivas. Me gustaría poder compartir la opinión del siguiente blog. Como no puedo, comparto el enlace:
http://cerdoagridulce.blogspot.com/2006/06/esta-maldita-y-maravillosa-ciudad-que.html

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