Varios artículos citas y problemas insisten en el asunto del ruido que nos acompaña cotidianamente hasta parecer que realmente fuese una preocupación habitual.
Tras la película “El silencio” (que quizás motiva el resto de citas), en la prensa aparece un artículo sobre vecinos con problemas de ruidos y asociaciones contra esta plaga en El Pais Semanal de hace unas semanas. Después, la prohibición del carnaval de Tenerife vuelve a llevar los problemas de ruido a portada (mientras unos energúmenos lo defienden haciendo referencia a la lucha antifranquista: como si luchar contra una dictadura o contra una ley que protege el descanso de los vecinos fuese comparable. Esto demuestra que la diferencia entre el revolucionario y el rebelde estriba en saber escoger las causas contra las que se lucha o en luchar contra todo sin causa).
Por último, la sentencia contra el ruido en zonas de Zaragoza, que obliga al ayuntamiento a indemnizar a los vecinos por las molestias causadas por los bares (la asociación promotora de la demanda había salido precisamente en el reportaje de EPS) vuelve a hacer evidente que este es un problema contínuo.
En la Ser, el evangelista Francino hace una buena obra y convoca un concurso de lugares ruidosos haciendo de nuevo relevante el problema a partir de un nuevo estudio que sitúa a España entre los más ruidosos países del mundo (que bien se nos da ser lo peor) Sin duda, en un mundo que degenera, la encuesta recién publicada que dice que España es el país más deseado como lugar de trabajo por los trabajadores occidentales solo puede ser indicador de que somos el paraíso de los curritos garrulos y de los hooligans de todo el orbe.
Sin embargo, este asalto a los medios no parece ir acompañado de soluciones y, ni siquiera de una tendencia positiva: el carnaval de Tenerife se celebra y acaba pareciendo que los vecinos antirruido son los intolerantes y que han de pedir perdón. Los ayuntamientos siguen permitiendo botellones, fiestas y grandes torres de sonido. Y hasta los músicos son cada vez más incapaces de controlar la música que emiten y les da igual una mala y ruidosa ecualización.
Ojalá todo este ruido momentáneo en la prensa sobre el molesto ruido sea preludio de que el problema se convierte en preocupación generalizada y de que se toman medidas en el asunto. Pero hay que ser escéptico. Cuando hasta un melómano como Gallardón se convierte en alcalde ruidoso e, incapaz de hacer algo por el silencio, degenera en cómplice de los ruidos, es que jamás conseguiremos extirpar este cáncer.
24 febrero 2007
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