A veces encuentras una vida plena muy cerca del fin de la vida. A veces un moribundo es la mejor ayuda para vivir. A veces llegas derrotado al fin de semana y el fin de semana comienza con la exquisita proyección de un documental agónico que contagia la ganas de vivir de quien no vivirá mucho.
A veces la vida es muy poco. Por suerte a veces es suficiente.
Hoy, después de la empatía absoluta con Carlos Cristo, protagonista de "Las alas de la vida", la vida te recompensa con la simple noticia de que Carlos sigue vivo. Y eso es ya más de lo que hoy esperaba de la vida.
Gracias, Carlos Cristo.
Gracias, Carlos Boyero.
20 abril 2008
12 abril 2008
Un viaje por Liébana: Fuente Dé y Potes
Empezaba a terminar este extraño invierno, cálido y seco y decidimos aprovechar las vacaciones de Pascua para buscar un lugar donde volver a sentir la sensación de frío invernal: nos vamos a Picos de Europa.
Con nuestra querencia habitual por Paradores, elegimos Fuente Dé. Malhadada elección, como he comentado en una entrada anterior: este Parador no es la mejor elección en la zona. Pero mejor, hablemos de las cosas que sí se pueden disfrutar en un viaje por la comarca.
Ante todo, el viaje en sí es el primer placer: llegamos por carretera desde Cervera, cruzando el puerto de Piedrasluengas. El recorrido desde el puerto hasta el valle es espectacular. Escuchar al fondo la serie de Heidi que nuestra hija ve en un dvd (después de varias horas en el coche no es posible pedirle que disfrute más del entorno que de la pantalla), nos hace pensar que el lugar no desmerece de esas prototípicas montañas alpinas. Lugares solitarios, de un verde esplendoroso, una tranquilidad infinita y una belleza sosegada y paciente.
Llegamos al final de la carretra a Potes y todo cambia. Potes es un lugar demencial. Centro turístico de la zona, colapsado de coches y autobues, de domingueros y turistas, de bocinas y berreadores, a pesar de su "historicidad" y su belleza de exin-castillos, solo invita a huir.
Y eso hacemos. Nos largamos y seguimos carretera hasta el Parador, reteniendo en nuestra cansada retina los lugares donde más tarde volveremos. Y, sin duda, un par de ellos se quedan marcados y serán punto reiterativo de disfrute los días que aquí pasemos: Cosgaya y Mogroviejo.
En Cosgaya, un pequeño pueblo que bordea la carretera, con monocultivo hostelero (solo hay hoteles y restaurantes), se encuentran algunos de los mejores locales del área. Destaca el famoso Hotel del Oso, que atrae a los viajeros como insectos atrapados en su colorido jardín, merito no pequeño en un lugar donde la umbría y el frío no parecen facilitar tal concentración de colores.
En Mogrovejo, una espectacular casona y torre, medio abandonada, se alza sobre una cuadra repleta de estiércol. Curioso contraste entre el hedor y la belleza, solo puede dejar al visitante extasiado ante la espectacular vista de las montañas y el valle que desde aquí se tiene, pensando en un futuro perfecto compuesto de una mezcla de vida contemplativa desde el hermoso torreón y la eterna compañía de la vista que el pequeño cementerio parroquial regala a sus deudos.
Por lo demás. hay que decir que la zona es tan hermosa que atrae a suficiente gente como para dejar de serlo. Si uno busca el silencio y la tranquilidad, desde luego aquí no lo encontrará en época alta, pero sí el resto dle año en forma casi absoluta. Aún así, simplemente saliéndose unos metro de cualquier carretrera frecuentada, uno se encuentra con lugares dee belleza y ta¡ranquilidad absolutas,m donde lña soledad invita a qedarse y la tranquilidad se convierte en nostalgia.,
De los lugares que las guías turísticas señalan, es curioso comprobar como son diametralmente opuestos a lo que buscamos:
Liébana y su monasterio no despiertan nuestro interés. Lo más curioso del monasterio hoy es encontrarse en su pétreo y medieval claustro, la existencia de cuatro pantallas de tv de plasma en cada na de las esquinas. No entiendo el motivo, pero tampoco me paro a preguintarlo.. No me interesa nada el lugar rodeado de parkings y tiendas de recierdos y salimos recorrer as ermitas de lso alrededores, ejercicio que ruiqere un mínimo esfuerzo de caminante y, por lo tanto, ningiuno de los centeneraes de turistras que llegan en cocherealiza, permitiendo alejarse un poco de la marabunta peeregrina.
Sin embargo, apenas aparece reseñada la iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña, un lugar lleno de la belleza de lo pequeño, del detalle cuidado, de una perfección natural, de la ausencia de artificio, a pesar de su falsa torre (construida a finales del XIX). Se encuentra perfectamente acompañada por un hermoso cementerio y su visita "guiada" por una curiosa señora, absolutamente enamorada d ela iglesia y del pueblo, que cuenta más anécdotas que historia de la comarca y de la iglesia y que acaba contagiando a su muy escasa audiencia su casi infantil e ingenuo entusiasmo.
Por último, muy cerca de esta iglesia, un extraño edificio, un paralepípedo perfecto recubierto de madera, contiene el Centro de Interpretación de los Picos de Europa. A pesar de que parece un centro industrial, su visita es sorprendentemente agradable, amena e interesante. Pero lo más destacado acaba siendo el edificio en sí, con algunos componentes casi zen (un jardín de piedra con olivo, inaccesible entre los muros de cristal), dado que el esfuerzo didáctico realizado para hacer ameno el conocimiento del medio, no deja de hacernos pensar que, lo realmente interesante sería conocerlo de verdad paseando entre las montañas, en lugar de hacer una especie de simulacro intensivo y multimedia para viajeros breves y turistas que buscan una pátina de ecología.
Con nuestra querencia habitual por Paradores, elegimos Fuente Dé. Malhadada elección, como he comentado en una entrada anterior: este Parador no es la mejor elección en la zona. Pero mejor, hablemos de las cosas que sí se pueden disfrutar en un viaje por la comarca.
Ante todo, el viaje en sí es el primer placer: llegamos por carretera desde Cervera, cruzando el puerto de Piedrasluengas. El recorrido desde el puerto hasta el valle es espectacular. Escuchar al fondo la serie de Heidi que nuestra hija ve en un dvd (después de varias horas en el coche no es posible pedirle que disfrute más del entorno que de la pantalla), nos hace pensar que el lugar no desmerece de esas prototípicas montañas alpinas. Lugares solitarios, de un verde esplendoroso, una tranquilidad infinita y una belleza sosegada y paciente.
Llegamos al final de la carretra a Potes y todo cambia. Potes es un lugar demencial. Centro turístico de la zona, colapsado de coches y autobues, de domingueros y turistas, de bocinas y berreadores, a pesar de su "historicidad" y su belleza de exin-castillos, solo invita a huir.
Y eso hacemos. Nos largamos y seguimos carretera hasta el Parador, reteniendo en nuestra cansada retina los lugares donde más tarde volveremos. Y, sin duda, un par de ellos se quedan marcados y serán punto reiterativo de disfrute los días que aquí pasemos: Cosgaya y Mogroviejo.
En Cosgaya, un pequeño pueblo que bordea la carretera, con monocultivo hostelero (solo hay hoteles y restaurantes), se encuentran algunos de los mejores locales del área. Destaca el famoso Hotel del Oso, que atrae a los viajeros como insectos atrapados en su colorido jardín, merito no pequeño en un lugar donde la umbría y el frío no parecen facilitar tal concentración de colores.
En Mogrovejo, una espectacular casona y torre, medio abandonada, se alza sobre una cuadra repleta de estiércol. Curioso contraste entre el hedor y la belleza, solo puede dejar al visitante extasiado ante la espectacular vista de las montañas y el valle que desde aquí se tiene, pensando en un futuro perfecto compuesto de una mezcla de vida contemplativa desde el hermoso torreón y la eterna compañía de la vista que el pequeño cementerio parroquial regala a sus deudos.
Por lo demás. hay que decir que la zona es tan hermosa que atrae a suficiente gente como para dejar de serlo. Si uno busca el silencio y la tranquilidad, desde luego aquí no lo encontrará en época alta, pero sí el resto dle año en forma casi absoluta. Aún así, simplemente saliéndose unos metro de cualquier carretrera frecuentada, uno se encuentra con lugares dee belleza y ta¡ranquilidad absolutas,m donde lña soledad invita a qedarse y la tranquilidad se convierte en nostalgia.,
De los lugares que las guías turísticas señalan, es curioso comprobar como son diametralmente opuestos a lo que buscamos:
Liébana y su monasterio no despiertan nuestro interés. Lo más curioso del monasterio hoy es encontrarse en su pétreo y medieval claustro, la existencia de cuatro pantallas de tv de plasma en cada na de las esquinas. No entiendo el motivo, pero tampoco me paro a preguintarlo.. No me interesa nada el lugar rodeado de parkings y tiendas de recierdos y salimos recorrer as ermitas de lso alrededores, ejercicio que ruiqere un mínimo esfuerzo de caminante y, por lo tanto, ningiuno de los centeneraes de turistras que llegan en cocherealiza, permitiendo alejarse un poco de la marabunta peeregrina.
Sin embargo, apenas aparece reseñada la iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña, un lugar lleno de la belleza de lo pequeño, del detalle cuidado, de una perfección natural, de la ausencia de artificio, a pesar de su falsa torre (construida a finales del XIX). Se encuentra perfectamente acompañada por un hermoso cementerio y su visita "guiada" por una curiosa señora, absolutamente enamorada d ela iglesia y del pueblo, que cuenta más anécdotas que historia de la comarca y de la iglesia y que acaba contagiando a su muy escasa audiencia su casi infantil e ingenuo entusiasmo.
Por último, muy cerca de esta iglesia, un extraño edificio, un paralepípedo perfecto recubierto de madera, contiene el Centro de Interpretación de los Picos de Europa. A pesar de que parece un centro industrial, su visita es sorprendentemente agradable, amena e interesante. Pero lo más destacado acaba siendo el edificio en sí, con algunos componentes casi zen (un jardín de piedra con olivo, inaccesible entre los muros de cristal), dado que el esfuerzo didáctico realizado para hacer ameno el conocimiento del medio, no deja de hacernos pensar que, lo realmente interesante sería conocerlo de verdad paseando entre las montañas, en lugar de hacer una especie de simulacro intensivo y multimedia para viajeros breves y turistas que buscan una pátina de ecología.
10 abril 2008
El Cenador del Capitán. Potes
Si bien Potes es un lugar donde el exceso de visitantes puede invitar a la huida, a veces es posible encontrar una conjunción de momento, ánimo, lugar que lleva a disfrutar de un momento perfecto.
Nos pasó en El Cenador del Capitán. Buscábamos algún lugar donde comer y nos encontramos al azar con este restaurante. Pensamos que el hecho de tener que subir varios pisos por las escaleras que llevan al "sobrado" donde se encuentra, desanimaría a quienes no se hubiesen desanimado por unos precios bastante contenidos, pero superiores a las hamburgueserías y baretos de la plaza, seguramente más acordes con el conjunto de domingueros que ese día había en el lugar.
No nos equivocamos y pudimos disfrutar de una comida casi solitaria, una atención excelente y una calidad decente, que es lo máximo esperable hoy de cualquier local que vive suponemos, básicamente de quienes caen esporádicamente en sus vacaciones por aquí, y, sin embargo, no parece abusar de tal circunstancia.
El local es agradable. La cocina, prácticamente a la vista de los comensales, garantiza un cierto respecto por la higiene. Los precios, honestos y las raciones excesivamente abundantes, daban razón de que nos encontrábamos en ese norte donde la comida es una religión que lleva en sí el pecado y la penitencia.
Al final, el buen servicio se ve acompañado por una agradable sobremesa en la que la vista se relaja sobre los tejados del pueblo y las montañas a lo lejos, envueltos en el excesivo rusticismo del local que, sin embargo, se perdona ante la atención de los dueños y la suficiente calidad de la comida acompañada por una corta pero digna.
23 marzo 2008
Algunos cementerios bellos
Un viejo amigo acostumbraba a visitar siempre las plazas de abastos de las ciudades por las que pasaba. Decía que era la mejor y más rápida forma de conocer a las gentes de un lugar.
Yo tengo otra costumbre diferente, probablemente producto de una cierta misantropía: prefiero ver los cementerios. Especialmente algunos pequeños cementerios de pueblecitos pequeños, ya casi abandonados. Lugares donde todavía los muertos son más que los vivos (dicen que en la actualidad, por primera vez en la historia, la humanidad viva es más numerosa que el conjunto de muertos que llevamos a nuestras espalda).
Algunos de esos cementerios, donde casi da envidia no quedarse permanentemente, son los siguientes:
En Nerín, una pequeña aldea del municipio de Fanlo, en los Pirineos, se encuentra esta pequeña maravilla que se adina ya tras una rústica puerta.
En Vila do Conde (Portugal), me encontré este abigarrado cementerio, unido al paso del tiempo también por la vecindad de un impresionante acueducto del siglo XVIII.
Y estos días en Picos de Europa he visto dos maravillosos ejemplos más. En Santa María de Lebeña, un recién florido y colorido cementerio.
Y, apenas a unos pocos kilómetros, el cementerio de Mogrovejo, asomado a las espectaculares vistas de los Picos de Europa
Por último, el que ya he citado en otro lugar de Santa Cecilia de Vallespinoso de Aguilar, donde destaca una solitaria cruz. Mientras el resto de tumbas se encuentran apiñadas a la entrada del pequeño cementerio, al final de éste, solitaria pero disfrutando ella sola del tibio sol del invierno, se encuentra una pequeña cruz:
Yo tengo otra costumbre diferente, probablemente producto de una cierta misantropía: prefiero ver los cementerios. Especialmente algunos pequeños cementerios de pueblecitos pequeños, ya casi abandonados. Lugares donde todavía los muertos son más que los vivos (dicen que en la actualidad, por primera vez en la historia, la humanidad viva es más numerosa que el conjunto de muertos que llevamos a nuestras espalda).
Algunos de esos cementerios, donde casi da envidia no quedarse permanentemente, son los siguientes:
En Nerín, una pequeña aldea del municipio de Fanlo, en los Pirineos, se encuentra esta pequeña maravilla que se adina ya tras una rústica puerta.
En Vila do Conde (Portugal), me encontré este abigarrado cementerio, unido al paso del tiempo también por la vecindad de un impresionante acueducto del siglo XVIII.
Y estos días en Picos de Europa he visto dos maravillosos ejemplos más. En Santa María de Lebeña, un recién florido y colorido cementerio.
Y, apenas a unos pocos kilómetros, el cementerio de Mogrovejo, asomado a las espectaculares vistas de los Picos de Europa
Por último, el que ya he citado en otro lugar de Santa Cecilia de Vallespinoso de Aguilar, donde destaca una solitaria cruz. Mientras el resto de tumbas se encuentran apiñadas a la entrada del pequeño cementerio, al final de éste, solitaria pero disfrutando ella sola del tibio sol del invierno, se encuentra una pequeña cruz:
20 marzo 2008
Fuente Dé y Cervera de Pisuerga: los peores Paradores
Lo mejor de los viajes es el viaje en sí (disfrutar del camino y sus sorpresas) y, al final de él, encontrar un lugar agradable donde poder repetir esos pequeños y cotidianos hábitos placenteros que el tiempo ayuda a reconocer.
Uno de esos hábitos es poder disfrutar de una copa de vino (o una cerveza, no nos caigamos en el pecado de “horterez” de quienes aparentan ser entendidos y no dejan de ser los palurdos haciendo gestos impostados de “sommellier” de curso por correspondencia).
Tomarse esa copa ante un gran ventanal con vistas a una montaña, mientras no suena ninguna música ambiente o solamente aquella que uno ha elegido y mientras disfrutas de una agradable lectura, puede ser el mejor momento de cualquier viaje.
Hasta ahora, una garantía de encontrar esos momentos era visitar algún Parador. Pero últimamente, parece que o bien su calidad decae o bien mis elecciones han sido plenamente fallidas. Por eso no puedo dejar de decir que mis dos últimas visitas a Paradores me han permitido conocer los dos peores de los hasta ahora probados.
Parador de Cervera de Pisuerga:
Un edificio feo sin paliativos, situado en un entorno espectacular, sólo puede ser preludio de un cúmulo de desastres. Nada más entrar al parador, la columna central del hall, está decorada con copias de las primeras páginas de los diarios locales del día de inauguración del Parador: todo un acontecimiento en la zona. Desde entonces poco ha cambiado y todo ha envejecido. Los muebles y el personal parecen los mismos pero empeorados por el peso incómodo de los años.
A la fealdad arquitectónica se suma un servicio en la cafetería y restaurante, limitado en número y capacidad. Tampoco es que sea muy necesario pues la cafetería, por ejemplo, cuenta con unas sillas que deben de ser producto residual de alguna muestra sobre la tortura. Imposible estar en ellas más de 10 minutos. A cambio puedes acudir al salón, con unos sofás que quizás fueran cómodos cuando se inauguró el Parador.
Carta limitada en el restaurante, crujido permanente de maderas que impiden el descanso, insonorización nula y esa maldita manía de obligarnos a pagar un precio excesivo por un desayuno innecesario (acostumbro a tomar un café y nada más, así que no me interesa la oferta de un buffet libre: quiero mi café y no quiero pagar por él 14€. Pero no te dan opción: la cafetería la cierran con mentalidad cutre-empresarial para que no tengas opción a tomar un café sin más) .
Parador de Fuente Dé:
De la misma época y el mismo estilo castellano rancio es el parador de Fuente Dé. En este parador la cafetería es igual de incómoda y el edificio igual de feo. La insonorización igual de nula y el buffet “libre” igual de “obligatorio”. También, al igual que en Cervera o que en el Parador de Almagro, la madera del suelo cruje inmisericorde bajo el más liviano paso de los huéspedes, haciendo difícil el descanso e imposible el silencio. Si a ellos le sumas que es fácil que el agua caliente falle y te tengas que duchar en frío varios días seguidos la experiencia se convierte en aterradora.
Pero solo has de pasar frío en la ducha. En el resto del edificio, a pasar de estar en la montaña, y de ser invierno, el calor es insoportable y te obliga a estar en mangas de camisa como mucho: un derroche energético que ayuda a explicar porque en este final de inverno Picos de Europa carece de nieve. Eso sí, luego “venden” su gestión ambiental y ecológica. Pura hipocresía o ignorancia.
Por tanto, insonorización nula, fealdad, incomodidad del bar y una carta corta y limitada son las más claras muestras de la baja de calidad de estos dos paradores con una relación calidad-precio muy baja y que sólo bajo alguna oferta o promoción especial pueden ser considerados como alojamiento en unos días de descanso.
Uno de esos hábitos es poder disfrutar de una copa de vino (o una cerveza, no nos caigamos en el pecado de “horterez” de quienes aparentan ser entendidos y no dejan de ser los palurdos haciendo gestos impostados de “sommellier” de curso por correspondencia).
Tomarse esa copa ante un gran ventanal con vistas a una montaña, mientras no suena ninguna música ambiente o solamente aquella que uno ha elegido y mientras disfrutas de una agradable lectura, puede ser el mejor momento de cualquier viaje.
Hasta ahora, una garantía de encontrar esos momentos era visitar algún Parador. Pero últimamente, parece que o bien su calidad decae o bien mis elecciones han sido plenamente fallidas. Por eso no puedo dejar de decir que mis dos últimas visitas a Paradores me han permitido conocer los dos peores de los hasta ahora probados.
Parador de Cervera de Pisuerga:
Un edificio feo sin paliativos, situado en un entorno espectacular, sólo puede ser preludio de un cúmulo de desastres. Nada más entrar al parador, la columna central del hall, está decorada con copias de las primeras páginas de los diarios locales del día de inauguración del Parador: todo un acontecimiento en la zona. Desde entonces poco ha cambiado y todo ha envejecido. Los muebles y el personal parecen los mismos pero empeorados por el peso incómodo de los años.
A la fealdad arquitectónica se suma un servicio en la cafetería y restaurante, limitado en número y capacidad. Tampoco es que sea muy necesario pues la cafetería, por ejemplo, cuenta con unas sillas que deben de ser producto residual de alguna muestra sobre la tortura. Imposible estar en ellas más de 10 minutos. A cambio puedes acudir al salón, con unos sofás que quizás fueran cómodos cuando se inauguró el Parador.
Carta limitada en el restaurante, crujido permanente de maderas que impiden el descanso, insonorización nula y esa maldita manía de obligarnos a pagar un precio excesivo por un desayuno innecesario (acostumbro a tomar un café y nada más, así que no me interesa la oferta de un buffet libre: quiero mi café y no quiero pagar por él 14€. Pero no te dan opción: la cafetería la cierran con mentalidad cutre-empresarial para que no tengas opción a tomar un café sin más) .
Parador de Fuente Dé:
De la misma época y el mismo estilo castellano rancio es el parador de Fuente Dé. En este parador la cafetería es igual de incómoda y el edificio igual de feo. La insonorización igual de nula y el buffet “libre” igual de “obligatorio”. También, al igual que en Cervera o que en el Parador de Almagro, la madera del suelo cruje inmisericorde bajo el más liviano paso de los huéspedes, haciendo difícil el descanso e imposible el silencio. Si a ellos le sumas que es fácil que el agua caliente falle y te tengas que duchar en frío varios días seguidos la experiencia se convierte en aterradora.
Pero solo has de pasar frío en la ducha. En el resto del edificio, a pasar de estar en la montaña, y de ser invierno, el calor es insoportable y te obliga a estar en mangas de camisa como mucho: un derroche energético que ayuda a explicar porque en este final de inverno Picos de Europa carece de nieve. Eso sí, luego “venden” su gestión ambiental y ecológica. Pura hipocresía o ignorancia.
Por tanto, insonorización nula, fealdad, incomodidad del bar y una carta corta y limitada son las más claras muestras de la baja de calidad de estos dos paradores con una relación calidad-precio muy baja y que sólo bajo alguna oferta o promoción especial pueden ser considerados como alojamiento en unos días de descanso.
11 marzo 2008
Indecisión gallega
Dicen que los gallegos son indecisos, que no se sabe si suben o bajan, si van o si vienen... que no saben / no contestan...
Pero... la verdad... la Dirección General de Tráfico, o la Diputación o el Ayuntamiento responsable de este cartel "indicador"encontrado en el pueblo de Cabeanca (Ourense) no contribuye mucho a cambiar las cosas: ahora no se sabe si suben, si bajan; si van o si vienen y, sobre todo, si girar a la derecha o a la izquierda...
Pero, si bien está claro que la indecisión puede ser un problema, al menos la buena educación está garantizada, como se puede comprobar en este otro cartel encontrado en un bar de Ourense:
Pues nada, está usted disculpado, estimado difunto.
Pero... la verdad... la Dirección General de Tráfico, o la Diputación o el Ayuntamiento responsable de este cartel "indicador"encontrado en el pueblo de Cabeanca (Ourense) no contribuye mucho a cambiar las cosas: ahora no se sabe si suben, si bajan; si van o si vienen y, sobre todo, si girar a la derecha o a la izquierda...
Pero, si bien está claro que la indecisión puede ser un problema, al menos la buena educación está garantizada, como se puede comprobar en este otro cartel encontrado en un bar de Ourense:
Pues nada, está usted disculpado, estimado difunto.
24 febrero 2008
Corto viaje por el Románico Palentino
El viaje a través del románico palentino y la ruta de los pantanos ha coincidido, como hace un año en Pirineos, con un periodo de sequía que altera las expectativas y los planes sobre lo que se desea ver. Si hace un año en el Pirineo de Lérida no había nieve a pesar de haber avanzado ya noviembre, este año, en pleno invierno, la ruta de los pantanos mostraba un desolador aspecto de secarral y la ausencia de nieve deslucía un tanto las montañas que uno esperaba ver reflejadas en las aguas de los semisecos pantanos.
Lo bueno fue que el tiempo permitía disfrutar, a pesar del frío, de las excursiones buscando esos remotos, austeros y solitarios monumentos románicos que, aprovechando además la visita fuera de temporada, mostraban un aspecto mucho más cercano a su habitual soledad que en medio de esas jaurías de domingueros o estivales visitantes.
Encontramos pues algunos lugares que, no por esperados, han sido menos sorprendentes. Si Aguilar, Moarves de Ojeda o San Salvador de Cantamuda, cumplieron de sobra las expectativas, la sorpresa del viaje, esa guinda por la que piensas que ha merecido la pena, fue la iglesia de Santa Cecilia en Vallespinoso de Aguilar. No la busquéis en Google: el hecho de que no aparezca en la biblia de hoy dice mucho lo sorpresivo de su aparición.
Encaramada sobre una roca, con una portada a la que se accede tras pasar bajo un arco ya ligeramente apuntado, y que dispone de una escultura algo tosca pero realmente evocadora. Un dragón alodo ntentando devorar a un soldado con cota de mallas que se proteje con su escudo, un San pedro de enorme cabeza, monstruos y personajes de la iglesia se distinguen aún en los fantásticos capiteles que, lamentablemente, muestran deasiadas dentelladas del tiempo.
Más sugerente aún, la vista a los pies de la capilla de un pequeño cementerio. Solitaria en él destaca una única cruz, aún con flores a sus pies. La soledad de esa cruz en el cementerio y la soledad del cementerio entre los campos de esta castilla fría, son toda una metáfora de la austeridad y dureza de esta tierra. Seguro que Machado amaría este lugar.
Nos dieron su pista en el Monasterio de Santa María la Real. Este lugar también merece la pena. Si bien está muy restaurado, tanto el claustro como la iglesia son dignos de una pausada visita. Estuvimos dando vueltas incluso por las zonas más renovadas (donde tiene su sede el instituto) y en todas las esquinas podía surgir, apenas visible e ocasiones destacado en otras, cualquier resto del antiguo monasterio.
Lo sorprendente del lugar es que han preparado un documental multimedia sobre el románico que se proyecta en la propia iglesia. Entre el juego de imágenes, luces y sonido, la iglesia adquiere una presencia casi fantasmal, y logra en el sorprendido visitante un efecto parecido al que debía pretender toda la imaginería románica en el hombre medieval. La iglesia, además, bajo el juego de luces daba una imagen colorista e inesperada que pudimos disfrutar a solas (ya he comentado que estábamos fuera de temporada y, aunque era domingo, los escasos visitantes parecían no animarse a pagar el coste de la entrada.
No pudimos destacar en este viaje ningún referente gastronómico. Ni la Posada del monasterio de Santa María la Real ni el Parador de Cervera (probablemente los lugares más recomendados de la zona) me parecieron destacar por su calidad. La comida en la Posada me pareció pretenciosa. Las abundantes salsas tapaban cualquier sabor original del producto, el servicio atento pero manifiestamente mejorable. Al menos el lugar era agradable y tranquilo. Probablemente, como alojamiento sea incluso mejor que como restaurante. Sin embargo, las dos veces que hemos intentado ir estaba completo.
En el parador de Cervera, un lugar feo exteriormente y abigarrado, envejecido y triste interiormente, la comida no era mejor: una carta limitada y una elaboración casi vulgar se combinaba con un servicio atento (como es habitual) pero poco ágil (por debajo del estándar de Paradores).
Apenas hubo tiempo para disfrutar de la esplendida naturaleza de la zona. Una rápida excursión por las Tuerces y unos paseos por el embalse de Ruesga fueron apenas lo único que la naturaleza aportó en este viaje. Bien está acostumbrarse a no contar con ella ahora que su futuro es escaso.
Lo bueno fue que el tiempo permitía disfrutar, a pesar del frío, de las excursiones buscando esos remotos, austeros y solitarios monumentos románicos que, aprovechando además la visita fuera de temporada, mostraban un aspecto mucho más cercano a su habitual soledad que en medio de esas jaurías de domingueros o estivales visitantes.
Encontramos pues algunos lugares que, no por esperados, han sido menos sorprendentes. Si Aguilar, Moarves de Ojeda o San Salvador de Cantamuda, cumplieron de sobra las expectativas, la sorpresa del viaje, esa guinda por la que piensas que ha merecido la pena, fue la iglesia de Santa Cecilia en Vallespinoso de Aguilar. No la busquéis en Google: el hecho de que no aparezca en la biblia de hoy dice mucho lo sorpresivo de su aparición.
Encaramada sobre una roca, con una portada a la que se accede tras pasar bajo un arco ya ligeramente apuntado, y que dispone de una escultura algo tosca pero realmente evocadora. Un dragón alodo ntentando devorar a un soldado con cota de mallas que se proteje con su escudo, un San pedro de enorme cabeza, monstruos y personajes de la iglesia se distinguen aún en los fantásticos capiteles que, lamentablemente, muestran deasiadas dentelladas del tiempo.
Más sugerente aún, la vista a los pies de la capilla de un pequeño cementerio. Solitaria en él destaca una única cruz, aún con flores a sus pies. La soledad de esa cruz en el cementerio y la soledad del cementerio entre los campos de esta castilla fría, son toda una metáfora de la austeridad y dureza de esta tierra. Seguro que Machado amaría este lugar.
Nos dieron su pista en el Monasterio de Santa María la Real. Este lugar también merece la pena. Si bien está muy restaurado, tanto el claustro como la iglesia son dignos de una pausada visita. Estuvimos dando vueltas incluso por las zonas más renovadas (donde tiene su sede el instituto) y en todas las esquinas podía surgir, apenas visible e ocasiones destacado en otras, cualquier resto del antiguo monasterio.
Lo sorprendente del lugar es que han preparado un documental multimedia sobre el románico que se proyecta en la propia iglesia. Entre el juego de imágenes, luces y sonido, la iglesia adquiere una presencia casi fantasmal, y logra en el sorprendido visitante un efecto parecido al que debía pretender toda la imaginería románica en el hombre medieval. La iglesia, además, bajo el juego de luces daba una imagen colorista e inesperada que pudimos disfrutar a solas (ya he comentado que estábamos fuera de temporada y, aunque era domingo, los escasos visitantes parecían no animarse a pagar el coste de la entrada.
No pudimos destacar en este viaje ningún referente gastronómico. Ni la Posada del monasterio de Santa María la Real ni el Parador de Cervera (probablemente los lugares más recomendados de la zona) me parecieron destacar por su calidad. La comida en la Posada me pareció pretenciosa. Las abundantes salsas tapaban cualquier sabor original del producto, el servicio atento pero manifiestamente mejorable. Al menos el lugar era agradable y tranquilo. Probablemente, como alojamiento sea incluso mejor que como restaurante. Sin embargo, las dos veces que hemos intentado ir estaba completo.
En el parador de Cervera, un lugar feo exteriormente y abigarrado, envejecido y triste interiormente, la comida no era mejor: una carta limitada y una elaboración casi vulgar se combinaba con un servicio atento (como es habitual) pero poco ágil (por debajo del estándar de Paradores).
Apenas hubo tiempo para disfrutar de la esplendida naturaleza de la zona. Una rápida excursión por las Tuerces y unos paseos por el embalse de Ruesga fueron apenas lo único que la naturaleza aportó en este viaje. Bien está acostumbrarse a no contar con ella ahora que su futuro es escaso.
22 febrero 2008
Restaurante Doña (Madrid)
Un restaurante cuya visita se ha convertido ya en hábito ha sido Doña. Situado en Zurbano 49, se trata de un local especializado en arroces pero del que destacaré más que su comida, su ambiente. Es un lugar especialmente tranquilo y agradable, discreto y sencillo, honesto y en que se puede disfrutar de una comida bien elaborada (aunque sin alharacas) y de un servicio eficaz, atento y profesional.
La música, muy baja, nunca molesta. Mantienen un ambiente siempre estable, a lo que colabora la casi ausencia de luz natural (dispone de unas pequeñas ventanas pero casi siempre con las cortinas echadas y la calle tampoco permite la entrada de mucha luminosidad). Así que siempre generan un similar ambiente, sea noche o día: cálido y acogedor producto de los tonos de la decoración. No es para nada uno de esos locales de diseño. Ni la típica casa de comidas española. Más bien se trata de un pequeño restaurante burgués, en el que casi siempre encontrarás una mesa, a excepción de los días laborables donde se llena con los profesionales de la zona que acuden a tomar su menú.
Cuenta con la ventaja añadida de sus comedidos precios y unas raciones más que generosas (el arroz para dos es suficiente, especialmente si se ha tomado primero) para tres o cuatro.
Disfrutar luego de un café y una sobremesa en la tranquilidad de este discreto local es la forma mejor de conciliarse con el mundo.
Pero si recorres al terminar unos metros y, ya en el paseo de Eduardo Dato, te acercas a las muy antirrevolucionarias (en todos los sentidos) cafeterías "Richelieu" o "Mazarino", situadas casi colindantes, podrás disfrutar de la atención de camareros "como los de antes" con un servicio perfecto, los mejores licores y la tranquilidad que los burgueses de la zona (no hay más que ver los aspectos de los parroquianos y los precios de las consumiciones) disfrutan sin saber que, de vez en cuando, algunos individuos seguramente para ellos poco recomendables, nos colamos en medio de su muy reaccionario way of life.
La música, muy baja, nunca molesta. Mantienen un ambiente siempre estable, a lo que colabora la casi ausencia de luz natural (dispone de unas pequeñas ventanas pero casi siempre con las cortinas echadas y la calle tampoco permite la entrada de mucha luminosidad). Así que siempre generan un similar ambiente, sea noche o día: cálido y acogedor producto de los tonos de la decoración. No es para nada uno de esos locales de diseño. Ni la típica casa de comidas española. Más bien se trata de un pequeño restaurante burgués, en el que casi siempre encontrarás una mesa, a excepción de los días laborables donde se llena con los profesionales de la zona que acuden a tomar su menú.
Cuenta con la ventaja añadida de sus comedidos precios y unas raciones más que generosas (el arroz para dos es suficiente, especialmente si se ha tomado primero) para tres o cuatro.
Disfrutar luego de un café y una sobremesa en la tranquilidad de este discreto local es la forma mejor de conciliarse con el mundo.
Pero si recorres al terminar unos metros y, ya en el paseo de Eduardo Dato, te acercas a las muy antirrevolucionarias (en todos los sentidos) cafeterías "Richelieu" o "Mazarino", situadas casi colindantes, podrás disfrutar de la atención de camareros "como los de antes" con un servicio perfecto, los mejores licores y la tranquilidad que los burgueses de la zona (no hay más que ver los aspectos de los parroquianos y los precios de las consumiciones) disfrutan sin saber que, de vez en cuando, algunos individuos seguramente para ellos poco recomendables, nos colamos en medio de su muy reaccionario way of life.
18 febrero 2008
Bar O Bacelo (Ourense)
Un lugar agradable y tranquilo, aunque lamentablemente de horario bastante limitado, es este pequeño bar especializado en ofrecer un amplio abanico de vinos aunque demasiado centrado en los vinos de la tierra (ribeiros y albariños y menor presencia del resto de denominaciones).
Se encuentra en la calle Cisneros de Ourense, casi frente a la puerta Sur de la Catedral.
Además de los vinos, un pequeño surtido de tapas y,, sobre todo, la tranquilidad de una música suave, un entorno agradable y un acalma para disfrutar.
Si pasáis por Ourense, un sitio recomendable.
Se encuentra en la calle Cisneros de Ourense, casi frente a la puerta Sur de la Catedral.
Además de los vinos, un pequeño surtido de tapas y,, sobre todo, la tranquilidad de una música suave, un entorno agradable y un acalma para disfrutar.
Si pasáis por Ourense, un sitio recomendable.
20 enero 2008
07 enero 2008
Turismo de Silencio
Recientemente he visto una oferta que asocia silencio y vacaciones. Un par de libros recomiendan hoteles para disfrutar del silencio. Una serie de hoteles con los consabidos spa (parece que no es posible relajarse si no es mojado) que ofrecen un entorno de tranquilidad y silencio como atractivo especial. Son dos publicaciones de Salvat: Turismo del silencio: Balnearios y spa, y Turismo del silencio: Hoteles.
Parece que el exceso de ruido va trayendo consigo la oferta complementaria de silencio, ya ahora como oferta de mercado: la paz y el sosiego de convierten, como bien escaso, en un reclamo importante de consumo.
Ya he dicho en otras ocasiones que el verdadero lujo actual es el silencio. Y la posibilidad de elegir un entorno silencioso la verdadera muestra de la capacidad económica de las peersonas: hoy solo los muy ricos pueden elegir el lujo del silencio siempre y cualquier momento que lo deseen.
Para los demás, empieza a haber una oferta que, por otro lado, nos muestra la amarga realidad de que ni siquiera un deseo en apariencia tan sencillo y austero como un entorno de silencio escapa al mercantilismo de esta sociedad, en al que todo lo deseado tiene un precio.
En todo caso, estoy deseando comprobar la calidad de estas guías y rec
Parece que el exceso de ruido va trayendo consigo la oferta complementaria de silencio, ya ahora como oferta de mercado: la paz y el sosiego de convierten, como bien escaso, en un reclamo importante de consumo.
Ya he dicho en otras ocasiones que el verdadero lujo actual es el silencio. Y la posibilidad de elegir un entorno silencioso la verdadera muestra de la capacidad económica de las peersonas: hoy solo los muy ricos pueden elegir el lujo del silencio siempre y cualquier momento que lo deseen.
Para los demás, empieza a haber una oferta que, por otro lado, nos muestra la amarga realidad de que ni siquiera un deseo en apariencia tan sencillo y austero como un entorno de silencio escapa al mercantilismo de esta sociedad, en al que todo lo deseado tiene un precio.
En todo caso, estoy deseando comprobar la calidad de estas guías y rec
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