30 septiembre 2006
Bodegas Fuente Luchana
Si os gusta o quereis comprar algún vino o licor, la experiencia merece la pena. Es un lugar agradable en el que reina la paz y el silencio. No hay música; no hay mucha gente. Las conversaciones de los pocos paisanos que allí te encuentras forman un perfecto ruido de fondo sobre el que pasear, revisar y elegir entre la amplia variedad de licores: desde los más clásicos riojas hasta el cada días más "fashion" ví de gel; desde un knockando hasta un vino húngaro etiquetado en España con un nombre de sonoridad japonesa...
Un lejano fondo de tráficose cnfunde entre un ambiente de neón viejo que da esa extraña luminosidad que t erecuerda las tiendas y locales de los sesenta. Ppor un momento, te parece estar en la España de "La familia y uno más", pero con la capacidad de disfrute hedonista de hoy.
Ahora, a esperar que haga efecto el "caldo".
24 septiembre 2006
La inmoralidad de los creyentes
Acostumbran a considerar a todo no creyente como seres inmorales, dispuestos a hacer cualquier cosa sin reparos precisamente por carecer de un dios castigador que nos amenace. No se dan cuenta de que la verdadera actitud inmoral es precisamente la de los católicos (y religiosos en general) que no actúan basándose en normas internas, en un respeto convencido a los demás, en la necesidad de construir juntos un entorno social basado en normas respetuosas.
Por el contrario, son los religiosos los que muestran el comportamiento más claramente inmoral al actuar basados en el interés propio (ganarse la vida eterna) o el miedo (al castigo divino, al infierno) Su moral es externa e impuesta. Sólo los no creyentes tenemos una moral intrínseca, basada en el respeto a las normas, para conseguir una sociedad mejor aquí y ahora. No necesitamos un dios amenazador para actuar como debemos.
Cosas infravaloradas.
Frente a la literatura de la puesta de sol, el amanecer suele aparecer como un momento desagradable asociado al despertar y el madrugón. Sin embargo, y a pesar de que dormir es fantástico, el amanecer es un momento maravilloso. Me gusta incluso cuando estoy atascado intentando llegar al trabajo. Sentir como va cambiando la luz, el frío de la mañana e, idealmente, la lectura de la prensa ante un buen café mientras la luz se va imponiendo es un a forma ideal de comenzar el día con optimismo
* La monotonía:
La aventura, la novedad, la originalidad… sin duda tienen mejor prensa, venden más y tienen más seguidores declarados que la repetición y la monotonía. Sin embargo, no dejo de pensar que si necesitas tanto cambio es que algo falla, algo es insatisfactorio, en tu día a día. Por el contrario, disfrutar de pequeñas rutinas que hacen más agradable la vida nos acercan a una especie de felicidad zen fácilmente alcanzable. Obviamente, esto se puede decir cuando esas establecidas rutinas diarias son agradables y elegidas. Supongo que la rutina de la mayoría es insatisfactoria. Pero también hay una actitud de insatisfacción permanente que no ayuda a disfrutar del momento.
* La disciplina:
La vida en sociedad requiere la cesión de ciertas áreas de individualidad para poder convivir. Mantener esa convivencia obliga a algunas formas de sanción frente a quienes desprecian al conjunto por imponer sus propios deseos. Hoy existe un culto a la individualidad que parece obligar a respetar cualquier capricho individualista justificado por “mi libertad” o “mis derechos”. Sin embargo, hablar de obligaciones parece conservador y tiene preferiría
* El principio de autoridad
De forma paralela a la anterior infravaloración de la disciplina, surge una crítica y desprecio absoluto al principio de autoridad, basado en que la opinión de cada quien es tan valiosa como la del más respetable de los sabios. Esto, que sería bienvenido en la ciencia, donde sólo la prueba y el ensayo se imponen como argumento, resulta en la sociedad contraproducente. Si bien lo autoritario suele ser negativo, la ausencia total de autoridad supone un relativismo tan absoluto que se establecen seis mil millones de verdades, cánones, certezas. Así sucede que no hay más que abrir las orejas para escuchar como cualquier gárrulo soluciona todos los problemas de la humanidad con absoluto convencimiento, dos frases lapidarias y finalizando con un rotundo “y punto!”
* Los prejuicios
Tener prejuicios es siempre criticado. Sin embargo, no se reconoce lo buenos que son los prejuicios a la hora de economizar esfuerzos. Dado que no puedo juzgar todo con datos suficientes, sobre cosas menos importantes prefiero tener prejuicios. Lo importante es saber cambiarlos cuando dispones de más datos. Por ejemplo: yo tenía prejuicios antidiscriminatorios que me hacían ver a todos los colectivos con los mismos derechos, tendiendo más a juzgar individuos que colectivos. Ha bastado conocer un poco más a los gitanos para poder afirmar con cierto conocimiento de causa que se ganan a pulso en la mayoría de los casos el querer discriminarlos. Último ejemplo: ayer en el zoo (que lugar más horrible), hacíamos cola respetuosa para entrar al espectáculo de delfines. De repente llegan como 30 gitanos. Todo un clan: los mayores los churumbeles, las señoras… Y se ponen los primeros, sin ningún respe a la cola ya establecida. Lo más curioso fue la reacción de la gente: nadie protestó ni les dijo nada. Claro: eran 30 y todos debimos pensar lo mismo: “ya se sabe, son gitanos, no se puede esperar otra cosa y, si protestamos, la liarán o incluso nos tildarán de racistas”…
17 septiembre 2006
15 septiembre 2006
Mis mejores 25 películas
Barry Lyndon: Stanley Kubrik
The straight Story: David Lynch
Mi Vida sin mí: Isabel Coixet
El padrino: Francis Ford Coppola:
El sur: Victor Erice
El silencio de los corderos: J. Demme
Ghost Dog: J. Jarmusch
Citizen X: Chris Gerolmo
Blade Runner: R. Scottt
Salvar al soldado Ryan: S.Spielberg
El cielo sobre Berlín: Win Wenders
Historias de Filadelfia: G. Cukor
Medianoche en los jardines del bien y del mal: Clint Eastwood
Érase una vez en América: S. Leone
Ninotchka: E.Lubitsch
Casablanca: M. Curtiz
Muerte entre las flores: J. y E. Coen
Que bello es vivir: Frank Capra
La ley del silencio: Elia Kazan
Con faldas y a lo loco: Billy Wilder
El juego de Hollywood: R. Altman
El séptimo sello: Ingmar Bergman
El tercer hombre: Orson Welles
El Baile de los vampiros: Polansky
Ojos Negros: Mikhailkov
14 septiembre 2006
Recomendaciones para un viaje a El Hierro
En este caso, la isla de El Hierro, el lugar ideal si buscas calma, soledad, silencio... salvo en algunas poblacciones que tampoco se libran de la plaga de niñatos tuneros con sus bólidos atronantes, ni de los garitos y bares con un permanente e inútil hilo musical.
Empecemos por el mar. Lo limpia que está el agua y la fauna que te encuentras ya en la propia orilla es de lo mejor de la isla. Hicimos un bautismo de buceo en La Restinga (creo que se llamaban "El submarino") y fue muy agradable. Aunque no salimos del puerto (que no es el paraiso del agua cristalina, como es imaginable para cualquier puerto) allí mismo se puede encontrar desde morenas a multitud de especies, a pesar del fango del fondo. Uno se queda con las ganas de hacer un curso más avanzado y salir a mar abierto.
También interesante todo el entorno de Tacorón. Por cierto, el chiringuito del Tacorón fue uno de los sitios donde mejor nos atendieron: rápida y eficazmente. Comida sin pretensiones, pero por su atención y su situación, me pareció un sitio agradable y honrado (esa categoría que debería ser identificada en todas las guías, independientemente de calidad, precio, encanto u otras muchas zarandajas menos ilustrativas de un restaurante decnete que este simple adjetivo). Junto con El Refugio, en La Restinga y la Joya de Belgara, en Tigaday, los más agradables/honrados: insisto, comida sin pretensiones pero decente y atención eficaz (al menos en comparación con lo habitual en la isla).
También nos gustó el restaurante del hotel Villa Mocanal (y el hotel, en general: reciente, moderno, limpio), aunque aquí el servicio ya era algo más deficiente (deficiencias suplidas con amabilidad). Otros lugares, son extraordinariamente lentos en el servicio, aunque prometían por su aspecto mucho más: en La Maceta, un restaurante muy agradable pero donde tuvimos que protestar después de una espera interminable por cada plato.
Lo mismo, o peor en La Higuera de la Abuela, uno de esos restaurantes con encanto que aparecen en todas las guías de El Hierro y que resultó deleznable. De hecho, en este sitio, la gente se estaba yendo protestando y varios grupos o parejas se fueron antes de empezar, tras llevar un buen rato esperando en la mesa o de pie, sin ser atendidos, rodeados de moscas e insectos atraidos por la exhuberante (quizás demasiado) vegetación. Incluso en el Mirador de la Peña, aunque no fue nuestro caso, había gente protestando por la tardanza. En el Parador la atención era de la calidad habitual, aunque la carta era bastante limitada. En general me sorprendió que, a pesar de ser una isla, el pescado era poco variado (viejas lo más frecuentemente, peto y sama, generalmente)
Aparte de Tacorón, el inmenso pinar (estos días incendiado, así que no sé como de inmenso sigue siendo), los paseos por los montes en la parte alta de la isla, todo el entorno del Faro de Orchila y el embarcadero, y los baños en el mar en La Caleta (al igual que las piscinas, ideales para los niños si se viaja en familia), nos dieron los mejores momentos.
En Valverde, la pequeña capital de la isla, siempre envuelta en uan extraña niebla, la Esquinita de Claudio era un pequeño lugar agradable para terminar la tarde ante una cervecita y un poco del excelente queso isleño. Lástima que les guste tanto tener la televisión a un volumen tan alto; es el único pero. No llegamos a cenar en el restaurante casa Goyo, que aparecía en vario sitios recomendado, porque el local era horroroso, nada acogedor y de lo más cutre que he visto en tiempo. Sin embargo, como digo, aparecía recomendado en varias guías (empiezo a acostumbrarme a no fiarme de las guías, lo que demuestra que me estoy haciendo cada vez más raro o que los gustos de las masas son cada vez más despreciables, si cabe.
También muy recomendable la visita al lagartario (aunque con un horario muy limitado: a la 1 y a las 5, sólo), Las Puntas y el balneario Pozo de la Salud, por su entorno. Cerca de él (no más de un km) hay una pequeña playita con un poco de arena y un mar cristalino, digna de un buen baño en absolta soledad.
Nos alojamos en una casa que no nos gustó nada y que confirma me odio hacia esta moda del turimo rural. Se llamaba Poblado Jirdana y es fácil de ver en la web Top Rural porque su dueño (que firma como Herreño) está omnipresente en todos los comentarios sobre la isla, dando su opinión y aprovechando para recomendar su antro. En El Hierro conseguimos folletos de otra casa rural, llamada La Asomada, que tenía buena pinta. En todo caso, a nosotros simpre que hemos ido a Canarias nos ha dado buen resultado la página de acantur (http://www.ecoturismocanarias.com/canarias/es/islas.asp).
En fin, si vais allí, espero que tengáis mejor suerte con el alojamiento y que podais disfrutar de las maravillas de una isla aún suficientemente alejada de los circuitos masivos.
11 septiembre 2006
Un viaje recomendable por el interior de Soria
Uno de los viajes que me parece recomendable en estas tierras y que es ideal para cualquier fin de semana, es el que nos planteamos hace algún tiempo y que resultó un auténtico placer desde todo punto de vista.
Era invierno, así que nos fuimos acercando a nuestro destino, Brías, después de abandonar la nacional I y cruzando ya tras haber anochecido, esas carreteras oscuras y silecnciosas, donde casi no te cruzas con ningún otro coche que a mí me recuerdan las carretars de mi infancia, en Galicia, cuando el atasco o la autovía no eran aún nuestro entorno habitual.
El placer de ese viaje se vive dos veces. La primera vez cuando llegas de noche y solo alcanzas a adivinar al principio las sombras de los árboles que bordean la carretera y luego la soledad del páramo desnudo, desierto, frío. La segunda vez es al día siguiente cuando repites el viaje en sentido inverso (Brías es casi un cul de sac, del que has de regresar para seguir cualquier otra etapa). En esta segunda ocasión la luz fría del invierno refuerza la sensación de soledad , de tierra abandonada.
En Brías nos alojamos en una casa de turismo rural que había sido palacio y residencia de un Obispo. Es una hermosa casa. Como alojamiento, yo no soy especialmente dado a este tipo de turismo, así que sólo diré que era suficiente y que cocinaban bien, pero con un menú obligatorio y compartiendo la mesa de la cocina para un desayuno comunal...
Lo más interesante del viaje fueron dos puntos testigos de las antiguas luchas por estos territorio entre moros y cristianos: uno nos fue recomendado por el propio dueño de la casa es Caracena. Un pueblo que había sido cabeza de partido judicial. Cuenta con una hermosa iglesia románica donde puedes admirar una más que interesante galería porticada y que una vez más refuerza nuestro amor por este estilo propio de la austeridad de esta tierra.
Además de esta iglesia, el pueblo cuenta con un castillo, un antiguo hospital y un royo judicial en medio de la escasa plaza. Apesar de la rica historia de este pueblo de frontera que durante años fue bastión del avance de la reconquista, hoy apenas vive allí una familia todo el año. La carretera termina en este pueblo. No hay más allá y así se refuerza la sensación de lugares abandonados, solitarios que todo el viaje se va reforzando a medidad quese visitan pequeños núcleos inhabitados o que cuentan apenas con algún aventurero que empieza a edificar allí alguna casa donde descansar del agobio de las ciudades.
El segundo punto de interés fue la fortaleza/alcazaba de Gormaz. Lo que fue el castillo árabe de mayor tamaño de Europa es hoy un espectacular recinto amurallado que se levanta sobre un alto y desde el que se divisa en todo su contorno una espectaular vista de los campos de Castilla hasta un horizonte casi inabacable. Aquí da igual el día que haga, que llueva o que haga sol; cualquier circunstancia es perfecta y permite apreciar mil matices a un paisaje que juega con los colores de los cultivos y con la inmensidad de la llanura.
Por último, algunos puntos más de interés: Berlanga de Duero cuenta también con atractivos suficientes (fortaleza, Colegiata...). Es mprescindible visitar la ermita mozárabe de San Baudelio.
Y sé que muchos no se irán sin visitar el Burgo de Osma y sus asadores. Pero esto es ya otra historia. Nada que ver con la tranquilidad, la soledad y el silencio d elos otros pueblos.
La facilidad de la felicidad
A veces basta que el final del verano traiga de nuevo los olores de la tormenta y el gris plomizo del cielo dé un aire de trascendencia al atardecer.
A veces basta con disfrutar del amanecer desde el atasco.
Y sobre todo, basta con no necesitar más que un poco de los demás (pero tenerlos) y un mucho de uno mismo
08 septiembre 2006
Cosas sobrevaloradas
* La originalidad: Somos más de seis mil millones de personas. Buena parte de ellos vemos las mismas series y películas, escuchamos la misma música, compramos en las mismas franquicias y, a pesar de hacerlo casi todo igual, compartimos los mismos valores de individualismo y diferenciación y los mismos deseos de originalidad.
Está claro que tantas personas intentando ser originales resultan muy poco originales. Esto lleva exclusivamente a la búsqueda de una forma de destacar. Y destacar no es lo mismo que ser original. Destacar es conseguir esos cinco minutos de gloria en cualquier programa de telebasura o llegar al mayor exceso, exabrupto o estupidez. Así, lo que se acaba por entender como original, es parir engendros tipo jackass o meter en metacrilato a una vaca troceada.
* Los conciertos: Vamos a ver: te gusta un grupo o un autor. Te gusta su música y canciones. Vale. ¿Y te vas a verlo a un lugar donde miles de garrulos enfervorizados gritan o tararean las canciones? ¿Quieres escuchar a tu grupo o a los Coros del Salvaje Etilismo?. Mientras te estrujan, frotando sus sudores contra tu camiseta, no ves casi nada del escenario, porque todo el mundo salta agarrado a las litronas que esparcen su contenido entre todos los que estáis alrededor. Por supuesto acabas siguiendo el concierto en la pantalla gigante que han instalado por que tanto saltito no te deja ver nada y, además, desde donde estás apenas se vislumbra al artista como un puntito en el horizonte. ¡Coño! ¡Quédate en casa con un dvd y disfrútalo con todas las comodidades! Si hasta te saldrá más barato. En fin; qué gente...
* La naturaleza: Seamos sinceros, la naturaleza, no nos gusta. Nos encanta que exista ahí fuera, como un bonito cuadro de fondo. Incluso dar un paseo por ella de vez en cuando y encontrarnos con la sensación de que no hay nadie o casi nadie en los alrededores. Pero, con esto del turismo rural y las excursiones domingueras, cada vez es más difícil encontrar esa soledad. Y vivir en ella, con su suciedad, sus bichos, las alergias... definitivamente, no. Lo que sí nos gusta son las comodidades de la civilización. Sin ellas no podríamos vivir. Pero sin la naturaleza, por supuesto que sí. Mucho mejor el césped que los matojos; los árboles de un jardín que un bosque; el insecticida que las avispas del campo; las aceras enlosadas que las veredas embarradas; el maletero que la mochila... Labordeta nos gusta en un documental. Pero no aguantaríamos con él caminando por esos montes salvajes más de una hora sin desear desaforadamente entrar en cualquier asador a meterse un cordero al cuerpo, que es la parte de la naturaleza que más aman los madrileños. En fin, naturaleza sí, pero dentro de un orden: césped, jardín, asfalto...
* La playa: Sin duda la playa es la parte negativa que la gente soporta para estar bronceada. Lo que interesa de la playa es el sol y el espacio para tumbarse. Pero si existieran piscinas para todos, con sus tumbonas, césped, alicatado e, idealmente, servicio de bar, nadie podría elegir ir a un lugar del que sales lleno de arena, con sensación de suciedad a pesar de estar metido periódicamente en el agua, con algas y porquerías en un agua casi nunca transparente. Con gente molestando por todas partes y niños y mayores jugando con pelotitas y raquetitas que deseas convertir en arma arrojadiza. Tumbado entre colillas y otros deshechos en la arena. En fin, un lugar vomitable.
* El arte: Casi todo el arte de hoy es prescindible. Está ahora cerca del concepto de "originalidad" que se rechazaba en el primer punto. Busca epatar más que conseguir la belleza y no transmite casi nunca nada más que hastío. Y el arte antigüo suele estar descontextualizado (en un museo o exposición, en los restos de un lugar que ya no es lo que fue). Mi propuesta sería sustituirlo simplemente por el concepto de belleza. Es más subjetivo, pero el arte también lo es, salvo que confíes en los críticos (élite a la que no entendemos) o en los propios artistas (lo que supone sustituir tu subjetividad por la del autor, aún menos fiable)-
* Viajar: Este es uno de los puntos que más me irrita. No falla, pregúntale a cualquier persona cuales son sus aficiones. Invariablemente te dirá que la música y viajar. Con eso piensa que su personalidad queda ya totalmente definida y que pertenece al conjunto de los güay que hacen cosas in. Pero ¿Qué coño de música le gusta? ¿Bisbal o Bibel? ¿Christina Aguilera o Cristina Branco? Y con lo de viajar lo mismo: ¿Qué le gusta, irse a Benidorm o a Salzburgo? ¿Le gusta meterse en la Pensión Loli y desbarrar toda la noche de garito en garito? ¿Podría especificar?.
En cualquier caso, viajar es un coñazo. A mi me gustaría estar en otros sitios. Vivir por temporadas en lugares diferentes. Pero los típicos viajes de vacaciones son un horror.
En general, cuando empiezas a conocer un sitio, a ubicar los lugares más interesantes y agradables, llega ya el momento de marcharse. Es más una frustración que un disfrute. Y eso pasando unos días en el lugar de destino. Imaginaos esos tours con un destino diferente cada día, con maratón de monumentos y "lugares imprescindibles". Al final la gente está convencida de que viajar es pasar por los sitios y hacerse una foto. Y enseñarla, claro. Creo que, en todo caso, viajar hoy cumple una función social para integrarse en la masa. La gente necesita a la vez sentirse parte del colectivo y diferenciarse, cosas que parecen contradictorias pero que son la base de toda dinámica social. Con el hecho de viajar y estar en todos los sitios donde hoy se "debe" estar (la playa, la casita rural, el consabido spa...) se sienten "como los demás". Y buscando ese destino molón al que el vecino aún no ha llegado, cumpliendo con la obligada última tendencia, se sienten diferentes (mejores) de los demás. Pero dentro de una oferta standard y masificada (ahora China, Tailandia o Cancún) en la que no dejarán de coincidir con otros miles de enteradillos "pioneros".
Continuará.
Y a vosotros, ¿qué cosas os parece que están sobrevaloradas?
02 septiembre 2006
Günther Grass: Virtudes exhibidas, virtudes perdidas
"Las virtudes se practican, no se exhiben". Esta frase de Carlos Castilla del Pino, hoy en El Pais, a proposito de Günther Grass, me parece perfecta para continuar afinando el elogio de la discreción del que hablaba en un post anterior.
Exhibición está en el extremo opuesto de la discreción y a un solo paso del exhibicionismo, que me parece la enfermedad de quien necesita invadir el espacio privado de los demás para compartir sus miserias o sus grandezas (que en este punto siempre se reconvierten en miserias).
Es lo que le ha pasado al escritor alemán. Ha querido ser algo más que un escritor. Un moralista. Y no entiendo porque a un escritor se le suele conceder más crédito como ejemplo moral, como referente social, que a otros colectivos.
La obra de Günther Grass o de cualquier otro escritor debería ser valorada solamente en tanto que obra literaria. El conocimiento del contexto, la biografía, la teoría..., no debería ser tenido en cuenta más que a posteriori, por quienes deseen conocer mejor al personaje.
Pero nada aportan a la belleza de la obra (único elemento que debería importar para juzgarla) al igual que nada aportan la personalidad, circunstancia o ideas del autor, totalmente prescindibles.
01 septiembre 2006
Recomendación: "Palabras bajo el mar" de Trías de Bes
Fernando Trías de Bes ha escrito un nuevo libro, la novela ‘Palabras bajo el mar’.
Aunque Fernando es conocido por su best seller ‘La buena suerte’ (escrito con Alex Rovira) y por su actividad en el mundo del marketing y la consultoría, cuenta con la ventaja, a la hora de enfrentarse a esta aventura literaria, de disponer de una sensibilidad más allá del mundo racionalista y economicista que su profesión hace suponer. Y se le adivina un bagaje cultural y unos anhelos de belleza propios, probablemente encorsetados por una actividad diaria que parece quedársele corta.
Para poder disfrutar de este libro debemos vencer una primera resistencia. Casi siempre, cuando nos enteramos de que alguien, que proviene del mundo del marketing, ha escrito un nuevo libro, nos entra el hastío habitual anta la publicación de un volumen más de obviedades basadas en experiencias personales (peor, profesionales) que nos describen las maravillas teórico-practicas derivadas de cada pequeña experiencia vital (peor, insisto, profesional) elevada a verdad religiosa. Nos tememos entonces el advenimiento de un nuevo “gurú”.
Si nos aclaran que no, que no es un libro de marketing, economía o análisis de tendencias sociales, sino una novela, el escepticismo, ya teñido de pánico, se acrecienta: ¡Dios! con la cantidad de libros buenos que hay que leer y aquí tenemos a otro autor que ha vendido un best seller y considera que saber sintaxis es equivalente a saber literatura (bueno, en el caso de Dan Brown ni siquiera se domina la sintaxis. Al menos su traductor).
Pero Fernando no es alguien que descubre el mundo desde el marketing, sino alguien a quien precisamente ese anterior éxito, un tanto accidental, le ha dado la oportunidad liberar al novelista que deseaba tener la oportunidad de darse a conocer. Ahora puede poner en práctica sin cortapisas esos anhelos. Porque cuenta con la ventaja de haber ganado lo que quería: tiempo para dedicarse.
Por eso esta primera novela suena a liberación y ansia. Liberación de una profesión satisfactoria pero que se le queda corta. Ansia por explorar los terrenos hasta ahora vedados por la falta de tiempo y oportunidades.
Como primera novela, “Palabras en el mar”, contiene las virtudes y defectos de quien asume la responsabilidad de escribir desde el deseo de que la obra se juzgue como literaria, como algo que tiene como fin más que la búsqueda de lectores (que ya tiene) la búsqueda de la belleza (y, así, de otros lectores).
Como primer apunte, entre las virtudes, destacaría que es una novela bien desarrollada y planificada, con una gran capacidad para generar un relato teñido de imágenes visuales muy logradas. Entre las carencias, desde mi punto de vista, señalaría un exceso de deseo formal, una búsqueda de la belleza y la forma que denota el deseo del autor por hacer entrar a la novela en el mundo de la literatura. Es un defecto explicable y común en las primeras novelas. Lo observamos en el exceso de adjetivación no siempre óptima (¿nubarrones omniscientes?) que lastra en ocasiones el ritmo del relato.
Al mismo tiempo, tiene logros importantes. Entre ellos, como ya he dicho, la capacidad de evocar imágenes que, además, configuran un universo muy propio lo que permite adivinar que esa capacidad imaginativa irá generando nuevas novelas e historias. A mí me ha parecido lo más particular y lo mejor conseguido en el libro: la habilidad en la creación de imágenes y visiones. Estas imágenes (el árbol de las letras, el ajedrez de insectos, el amigo Espíritu Santo…) suponen los momentos mejores de la novela, superando elementos más descriptivos y narrativos asociados a los personajes. Se construye así la idea de que la capacidad de ensoñación de Fernando supera o se adelanta en ocasiones a su reflejo narrativo.
Los personajes de la novela resultan caracteres muy particulares, fuertes, casi excesivos. No se puede hablar de un protagonista aunque el narrador es solo uno. El abuelo y el padre son caracteres casi terroríficos y forman con el niño una tríada de caracteres masculinos de personalidades desasosegantes. Por el contrario, los personajes femeninos, menos dibujados, aportan, aún dentro también de una perspectiva de infelicidad, un contrapunto de comportamientos racionales. Aunque solo sea por la huida (permanente de la madre, momentánea de la abuela) del yugo de las neurosis de sus maridos.
Quizás demasiada concentración de personalidades desequilibradas para mi carácter esencialmente racionalista (que es el que me aleja cada vez más de la literatura y las obras de ficción).
De entre los elementos más ambivalentes, los monólogos, clímax explicativos de las personalidades de algunos de los personajes. Por un lado, alcanzan algunos de los momentos mejores de la novela tomados uno a uno. En cada pasaje dedicado de forma monográfica a contarnos los momentos críticos de los personajes (el concierto del abuelo, la maternidad de Manuela,…) se logran páginas excelentes: la intensidad aumenta y el ritmo se ve menos lastrado por detallistas descripciones y su lectura es agradablemente ágil.
Por otro lado, y como contrapunto, el registro de los diferentes personajes es muy análogo en todos ellos y el recurso, por ejemplo, a introducir vulgarismos y tics en el discurso de Manuela, no logra mitigar esa sensación (la repetición de “el meollo del asunto” en este último caso se convierte en una muletilla fácil).
A medida que avanzaba en la lectura iban reforzándose ciertas agradables evocaciones de otra historia con la que se pueden encontrar puntos en común. Se trata de ‘El Sur’, de Adelaida Morales (he de reconocer que más bien se trata de la película de su pareja, Victor Erice, pues no he leído el libro, y sí visto la película, quizás una decena de veces).
Aunque bien diferentes (tanto en el desarrollo como en la trama), en ambas novelas se ven algunos temas comunes. La historia en flashback de una infancia, que nos transmite su difícil convivencia con un entorno familiar lleno de esos misterios que a los niños tanto inquietan, que disparan una imaginación todavía incapaz de comprender toda la complejidad de los sentimientos y relaciones adultas. También la repentina desaparición del progenitor o el transcurso de la historia en un “no lugar”: una casa alejada de una pequeña ciudad de provincias sin apenas comunicación con el entorno, donde la soledad es a la vez interior y circundante.
Pero, antes que estos elementos comunes, lo que realmente me llevó a pensar en ‘El Sur’ fue la figura de Manuela. No sé porqué pero enseguida adquirió la imagen de Rafaela Aparicio y desde ella surgió todo el recuerdo de la historia del Sur. Es desde que surge esa ecuación Manuela = Rafaela cuando racionalizo y busco el resto de paralelismos señalados.
Me gustaría comentar un último elemento, quizás el episodio que me produjo mayor cercanía personal. Se trata de la concepción de la amistad que evoca Fernando a través de los labios de sus personajes. Hay una desconfianza de los amigos, un desprecio de la amistad, que hizo que me acordase de mi abuela: siempre me intentaba inculcar una sentencia escéptica - o sea gallega- respecto al valor de la amistad. No sé si logró que lo interiorizase totalmente (un poquito, al menos, sí). En cualquier caso, cuando el lugar común es encontrarse con el elogio de la amistad fuerte, esta defensa del individualismo absoluto, incluso por encima de la amistad, resulta novedosa.
Haber logrado traer a mi memoria este recuerdo infantil es otro motivo para agradecer a Fernando Trias de Bes la escritura de su novela
En verano, Madrid
Es difícil entender ese afán por huir de la ciudad que en esta época invade a la mayoría de los conciudadanos (si es que alguno de ellos alcanza tal categoría, más digna de lo que la mayoría de comportamientos de los madrileños les hace merecer).
Llega agosto y huyen, después de meses de agobio, masificación, atascos y colas para cualquier cosa. Y huyen a lugares que, en la mayoría de los casos, no son más que réplicas (con mar eso sí) del agobio de la ciudad: toda las costa de Levante y parte de la costa Sur (y en breve todo el litoral ibérico) entran en esta categoría que me he prometido no volver a pisar nunca más (¡Hasta nunca, Valencia! ¡Adiós Murcia!).
Para lograr esas vacaciones, los madrileños pasan unas cuantas semanas de stress, buscando catálogos, agencias, comparando precios: agobiados con la búsqueda de unas vacaciones “para relajarse”. ¡Si es que lo que les stressa es salir de vacaciones! Y no es cierto que sea para desconectar: me han contado que este verano se han visto campings donde los campistas se habían llevado ¡la tele de plasma!!.
Y luego, sustituyen el madrugón para ir a trabajar por el madrugón para pillar un cacho de arena donde plantar la toalla de marilyn o del forzudo en slips, en una playa saturada de latas, colillas, toallas, neveras, niños gritones, adultos más gritones, vendedores de sortijas, vendedores de gafas, vendedores de loterías…
Sustituyen el atasco de tráfico por el atasco para llegar a la playa, al chiringuito, al apartamento. Sustituyen el bar de curritos donde comen todos los días por el chiringuito antihigiénico a pie de playa con Camela retumbando (¿por eso los vasos son de plástico, para que no estallen los de vidrio?) y sustituyen a los compañeros de trabajo por el vecino de tumbona, del que le llegarán fácilmente el aroma mezclado de grasa, sudor, pelo sucio y bronceador.
Bien. Allá ellos. En general, no hay como ir al contrario que el ritmo marcado para la mayoría. Por eso, me he prometido seguir disfrutando de los veranos en un Madrid con poca gente en el que puedes disfrutar la sensación de pensar que la mayoría de los servicios que presta la ciudad están dedicados a tí en exclusiva.
Algunos dirán que muchos locales, restaurantes, atracciones cierran en agosto. No hay más que buscar un poco para darse cuenta de que los que quedan abiertos son suficientes y, sino, siempre nos queda algún oriental (los asiáticos importan sus costumbre: no tienen vacaciones).
Para un buen aperitivo tenemos desde el Palace al Hotel de las Letras; desde el Avenida de América hasta el Urban, cualquiera de ellos permite disfrutar de unos agradables momentos. Y es cierto que el precio no es bajo, pero más vale un aperitivo en cualquiera de ellos que caña tras caña en otros barecillos cutres.
Me estoy dando cuenta de que, cada vez más, los sitios que me gustan de esta ciudad son los hoteles. Quizás sea un síntoma más de quienes no nos sentimos demasiado implicados en ningún lugar en concreto, porque los hoteles no dejan de ser unos “no lugares” donde no tienes porque sentirte parte de la ciudad, no tienes que sentirte “residente”. Puedes creer por unos momentos que estás “de paso”, aunque sea la ciudad en la que vives, salvo breves interrupciones como es mi caso, desde hace ya más de 20 años.